Nos estuvimos viendo diferentes días de la semana. Me gustó salir a caminar con él; esas calles que si ando sola me dan miedo, con él al lado me parecían hasta románticas. Supongo que es porque me gusta mucho, y cuando estás al lado de alguien que te gusta, ves todo lindo.
Decidí que lo invitaría a cenar y, bueno, a estar con él. Igual no sé qué hacer. Falta un día y no sé qué ponerme, ni qué hacer de cenar. ¿Qué hago? Tiene que ser algo liviano, obviamente, y de postre, a ver qué compro.
Pasé por una tienda chiquita que hay y me compré un vestido negro porque siempre estiliza, son frescos y la verdad que, ahora que está haciendo bastante calor, es lo mejor. Además, sale fácilmente.
Decidí hacer una tarta de verduras bien pequeña, así no podía comer más de dos porciones. Después de meter la tarta al horno, me bañé, me vestí, me maquillé y me puse los zapatos con el taco más alto que tenía, así me estilizaba bien las piernas.
Mientras lo esperaba, me di cuenta de que me había pasado el día de un lado a otro: había lavado y lustrado el piso, comprado un vestido, puesto a hacer una tarta porque a esta la hice yo, no compré las tapas ni nada. Y ahora tenía unos tacos que no los aguantaba. Si me llegaba a dejar plantada, era para que me suicidara, arreglada y todo. Qué patético hubiera sido, porque ¿quién no se iba a dar cuenta de que lo había hecho por quedar plantada? La tarta en el horno, la mesa puesta para dos, yo con unos tacos inmensos.
Pero por suerte sonó el timbre. Esa melodía inaguantable que siempre digo que la voy a hacer cambiar, esa noche la sentí hermosa. Y ahí estaba él, también de negro como yo. La camisa y el pantalón, ambos le quedaban muy bien. Por un momento pensé en ese color, pero descarté las connotaciones que le da la gente ignorante. Además, en cuanto a vestimenta, siempre me ha parecido que el negro es lo más elegante. Solo podía pensar en las cosas hermosas que en ese momento sentía.
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