martes, 26 de julio de 2011

Los hilos de Enilse /11) El último en nacer.

Se acercaba nuevamente, seguramente para indicarle en que mesa sentarse, el vaso con gancia seguía intacto sobre su  mano.
-Allá atrás vez esa es nuestra mesa, vamos.
-No, hace más de 35 años que no nos vemos, va que no hablamos yo si te he visto, sos un hijo de mil putas, tenias a otra embarazada mientras salias conmigo, y que queres prometerme otras mil mentiras, que me vas a prometer no creo que un viaje en moto por toda América, no esta vez ya se no me lo digas ir a tomar mates a la laguna, y si para otra cosa no te da.
Le dejo el vaso en su mano y se fue del salón.
Faltaban más de tres horas para que el colectivo pasara a buscarlas, por lo que tuvo que ir al bingo.
El ruido de los traga monedas, y la gente en su mayoría abstraída en el juego le resulto menos patética que ella.
Salio del edificio, buscando un refugio, que encontró rápidamente en un discreto bar que había en la esquina.
Se sentó en la barra y pidió un café cargado, sin darse cuenta su codo choco con el de un hombre que estaba a su lado.
-Perdone.
-Descuide, viene de una fiesta.
-Si una despedida.
-De solteras, por que las otras son difíciles.
-No solo una despedida.
-Yo hace seis meses que estoy en una despedida, mi mujer se murió.
-Lo siento.
-Perdone yo no se por que mierda me pongo a lanzar mis desgracias a desconocidos.
-No se preocupe, tal vez por eso lo hace por que no me conoce.
-Le puedo mostrar una foto de mi mujer.
Estela asintió y el hombre rápidamente se saco la foto de la billetera, era una foto pequeña que mostraba a el más joven y a una mujer rubia de una gran sonrisa, la forma en que el hombre miraba la fotografía y la forma en que se veía esa pareja, la hizo sentir envidia de ese amor que ella imaginaba e idealizaba puro, sin conflictos, ni problemas de ningún tipo.

Cuando sus hijos se fueron con su padre, ella creyó encontrar compañía y apoyo en su mejor amiga, pero esta se enamoro de uno de los clientes, y toda su vitalidad se transformo en una absoluta indiferencia para todo lo que no tuviera que ver con su pareja y posterior marido, si seguía trabajando, pero vivía pendiente de las llamadas de el, iba a trabajar contenta o triste dependiendo si había discutido o no con su pareja, al cabo de un año, le dijo que dejaba la inmoviliaría que no se preocupara por su parte que se la pagara como y cuando pudiera.
Los dos primeros años de soledad como ella los llamo posteriormente les costaron horrores, ya que estaba sola tanto en la casa, como en el trabajo, decido concentrarse en el mismo y se volvió realmente una vendedora por si misma, al empezar a tener que tomar todas las decisiones ella sola, que casas aceptar.
Empezó a ahorrar dinero, e incluso ahorrando le quedaba sobrando bastante como para comprarse un nuevo auto, pintar la casa, comprarse ropa.
Los hijos al ver el nuevo patrimonio de su mama, pasaron de ir esporádicas veces e inventar excusas para no ir, a pasar todo los fines de semana, empezaron a pedirle plata.

-Saúl, anda a buscar yerba.
-Saúl nada a buscar azúcar.
-Podes ir a comprar veneno para ratas que no se puede estar en el molino.
-Trae unas facturas.
-Pasa la escoba por acá, despacito que sino después te agarra tos.
-No me hace la gauchada de irme a cobrar el cheque al banco, dale si acá no tenes nada que hacer.

Mientras más analizaba su relación con Lautaro más notaba que lo vacía que esta había sido, y que la rutina lo había hecho ir por más de diez años a esa quinta, como un autómata planchaba las camisas, los pantalones, que luego guardaba en el bolso, para el fin de semana, se subía y manejaba hasta la quinta, luego buscaba la llave debajo de la misma maceta, y entraba, prendía el calefactor o el aire acondicionado dependiendo de la época del año en que estuviera, y se sentaba a esperar, varias veces quiso levantarse he irse pero nunca tuvo el valor o la voluntad para hacerlo, todavía se reprochaba las veces que encendió el televisor en vez de el auto.

-Me alegra volver a verte.
-A mi también.
Los dos se miraron con una sonrisa complice.
-Queres conocer mi casa.
-Si.
-Como veras no es ni muy grande, ni muy linda, lo que si esta limpia, gracias a mi, hasta que encuentre alguien.
-Esta hermosa como vos.
Se besaron, y sin dejar de hacerlo dirigieron sus pasos hacia la habitación, se desvistieron e hicieron el amor.
-Ahora me doy cuenta que solo con vos hacia el amor, ya se que suena idiota, pero es la verdad, como me besas, me acaricias, hay no se como explicarte como una...
-Complicidad.
-Exacto, hasta adivinamos lo que queremos decir.
Se quedo en silencio, y ambos se durmieron sin darse cuenta, se despertó pasada la medianoche, al caer en la cuenta del día que era, se cubrió con la sabana destapando a Hugo  haciendo que este se despertara.
-Que pasa queres que me vaya.
-No por favor quedate.
-Esta bien.
Rozo sus antebrazos y le beso la mejilla.
-Hoy es mi cumpleaños, pero desde hace veinte años que este día solo pienso en Agustín.

Pocos segundos después de sacar a Martina el doctor sacaba a Agustín, le dio dos palmadas sobre los muslos para que llorara.
El niño crecia y se veia tan hermoso como su hermana, solo que al año todavía no hablaba, ni caminaba o siquiera gateaba.
Cada vez que lloraba Enilse y su marido se lanzaban miradas de reproches mutuos.




miércoles, 20 de julio de 2011

Los hilos de Enilse/10) Reencuentros de sombras y de luces.

No podía describir lo que sentía al volver a verlo, ahí estaba él, el primero, el único, el que le había dicho que la amaba, el que la había golpeado, el que le prometiera recorrer el continente en su moto, por el que se había diseñado y confeccionado un vestido, él.
Fernando se acercó, al tenerlo solo a dos metros de distancia  notó más su grotesca imagen, sus dientes amarillos, sus ojos enrojecidos, su pelo mal teñido, pero queriendo mantener el aspecto juvenil, que aunque se esforzara ya se había ido para siempre.
-Estás hermosa.
-Gracias.
-Querés tomar algo, dale, a ver si la memoria no me falla...un...gancia.
Estela miró a Silvia y a las demás que habían venido con ella, todas miraban anhelantes a diferentes hombres a los que se desvivían por atender, estos las miraban con sorna, dejándose hacer.
Son como prostitutas, esperando que el proxeneta las atienda, viendo si consiguen una sonrisa, un piropo, una caricia, que el tipo las acompañe a la casa, algunos hasta deben estar casados, y éstas infelices a la vejez viruela de amantes.
Al volver Fernando con el vaso de gancia lleno hasta el borde, que colocó en un apoya vasos frente a ella.
La cogería, le diría que haría todo como ella quisiera, que lo perdonara, que había sido un pelotudo por haberle pegado, la besaría, le sacaría la ropa suavemente, y al otro día le prepararía el desayuno, ella le diría que se fueran a vivir juntos, y él contestaría que no, y ella insistiría, hasta que él aceptara, y después lavarle, plancharle, darle todo el sueldo, y sobretodo esperarlo, cuando él volviera de estar con otras mujeres, o borracho, cuando la insultara o le pegara, cuando le llegarán las enfermedades, esperar hasta que él muera.
Recordó a su madre y los últimos años de vida de su padre, ambos odiándose, esperando que el otro muriera antes.

Su marido se iba a casar con una mujer veinte años mas joven. Odiaba quedarse en la casa ya le sobraba el tiempo para pensar, para recordar su fracaso como esposa y como madre, sus antiguas amistades o la ignoraban o la trataban con una condescendencia insoportable, solo una amiga que tenia desde la infancia la entendía y escuchaba.
Hasta que le llegó la plata de la mitad de una quinta que vendieran para realizar la división de vienes, la quinta era grande y estaba en un buen lugar por lo que la plata recibida fue bastante.
Pensó comprarle algo a sus hijos, pero sabia que eso solo incentivaría sus caprichos, y ya bastante se reprochaba lo superficiales que ambos eran.
- ¿No te gustaría empezar un proyecto?
-Claro, tan jovencita que soy.
-Cierto, sos una vieja de 35, déjate de joder, y no lo digo solo por vos, lo digo por mí, me encantaría dejar de aguantar al sorete que tengo por jefe.
-Yo no sé hacer nada, ni para tener un hogar sirvo.
-Déjate de echar tierra, y sabes qué, podríamos abrir una inmobiliaria.
- Estás loca, quien nos va a dar una casa a nosotras.
-La gente que no quiere que el viejo Tolosa les arranque la cabeza, o cuando se llevó por la venta de la quinta una fortuna, o no.
-Este pueblo es muy conservador, y nosotras no sabemos nada.
-La gente acá, como en todo el mundo no le gusta que le saquen la plata, y si nosotras podríamos regalarnos al principio, ponele, pedir de comisión la mitad que el viejo, vas a ver como conseguimos casas enseguida.
Rebeca solo había aceptado porque disfrutaba de que alguien la considerara importante, la escuchara, la tuviera en cuenta, también la revitalizó volver a estudiar, pasar el día junta con su hermana, entre fotocopias, facturas, mate o café, planeando qué casas serían las posible candidatas para ser vendidas por ella, y sobre todo qué local comprarían.
En un año y medio, tenían el local, algunos clientes, sobretodo conseguidos por Lucia cuyo poder de persuasión era absoluto.
La seguridad adquirida se reflejaba en su nuevo peinado, llevaba el pelo recogido, su vestimenta, pantalones de vestir, zapatos de tacos altísimos, y los labios siempre pintados.
Una de las tardes al volver de la inmobiliaria después de sentarse sobre uno de los sillones y descalzarse, para liberar a sus pies de la tortura que ejercían los tacos, mientras se sobaba los talones,  vio a sus dos hijos frente a ella.
-Mama, nos vamos a mudar con papa.

Se hundía en el cuerpo graso por dimensiones y tacto, esto último por todas las cremas que se ponía, un cuerpo que había parido diez hijos, un cuerpo lleno de estrías, celulitis, cicatrices hechas por las diferentes hombres, un cuerpo sudoroso, que se unía al de él, un cuerpo flaco, pálido, marchito, que sentía que en vez de semen largaría polvillo, ese polvillo que sentía en cada poro. Después del sexo ambos se tapaban vergonzosos de ellos mismo, y se daban vuelta para el otro lado de la cama como si lo que hubieran hecho fuera horrible.
Saúl cerró los ojos para no verla, ni a ella, ni a las paredes anaranjadas, respiraba por la boca para no oler su perfume barato, ni las cremas que ahora estaban impregnadas en su cuerpo, convietió sus manos en puños, para ni siquiera rozarla con la yema de un dedo, le hubiera gustado poder flotar para no tener que estar sobre las sabanas sucias y llenas de sudor. Para poder convencerse de que era superior al esperpento que tenía al lado, necesitaba creerlo, mentirse para que se fuera las ganas que tenía de suicidarse.

Nunca había vivido sola, de la casa de sus padres había pasado a vivir con una amiga, y de ahí a Hugo, su primera pareja, después Daniel, la casa era exactamente como Martina se la imaginaba, mediana, con dos  habitaciones, un pequeño living, una cocina comedor, un lavadero diminuto, y un patio que solo alcazaba para tender la ropa y donde no crezca ni una espina.
Igual después de pasar las primeras semanas pintando, y posteriormente eligiendo el lugar donde poner cada mueble, le costaba acostumbrarse a tener que hacer todo sola, también a tenderse la cama, lavar los platos, barrer, pasar el trapo al piso, limpiar los vidrios, pero sobretodo el no tener con quien hablar, el saberse sola cuando se iba a dormir sin que en la casa hubiera más presencia que la suya, las vacaciones estaban por empezar y el tiempo se le hacia eterno, empezó a ir al gimnasio, y a correr a la mañana y a la tarde.
-Hugo.
-Martina, que haces no era que preferías matarte de hambre con una dieta antes de hacer ejercicios.
-Vos tampoco eras muy deportivo que digamos.
-El corazón, demasiado Viagra.
El comentario de Hugo, más el haber trotado hizo que le agarrara dolor en una de sus costillas, se tuvo que sentar en el suelo para no caerse.
-Che, si vos sos viejo, yo también.
-El año que viene cumplo cincuenta, un pendejo no soy.

En los actos, siempre lo llevaba a el para que se sentara en uno de los palcos, junto con su mujer sus hijos, y la secretaria que también ostentaba el puesto de amante.
Miró a la mujer, sumisa, que lo miraba como un perro al que su dueño le concede el honor de acompañarlo, ahí aplaudiendo cuando tenia que hacerlo, asintiendo con una sonrisa en el rostro cuando decía algo coloquial, o una solemne, seriedad cuando decía algo comprometido.
La secretaria igual, creyéndose importante por el solo hecho de estar ahí, creyéndolo una conquista, mirándolo a él con sorna, doblando las piernas, y también aplaudiendo, sonriendo, y luego intentando que su rostro denotara seriedad, la segunda perra también entrena.
Y por último el tercer perro, el callejero, el que se tiene para satisfacer otras cosas, otras necesidades, también aplaudiendo, sonriendo y poniendo rostro serie, pero no por el discurso comprometido, sino por la soledad que sentía, por sentirse una cosa, por la dependencia económica, sentimental y moral que tenia hacia el, el salvador de los perros desahuciados.

miércoles, 13 de julio de 2011

Los hilos de Enilse/9) Los falsos principes del baile.

Sin duda era la que mejor relación había tenido con su madre, por lo menos en la infancia, de hecho viendo como había criado a sus hermanos, se sentía culpable de haber sido la preferida, ya que a los demás nunca les dedicó ni el tiempo ni la atención que a ella.
Durante toda su niñez, incluso después de nacer Saúl, su madre no dejaba de atenderla sobretodo exteriormente, le hacia vestidos, le compraba moños y cintas para el pelo, perfumes caros con los que prácticamente la bañaba antes de llevarla al colegio, y la valija bien lustrada.
Esa complicidad se mantuvo incluso en la pubertad, aunque ya en la adolescencia la imagen que Rebeca tenia de su madre se empezó a agrietar, la notaba hipócrita con su padre y con sus hermanos, a los que trataba mucho mejor y les brindaba más atención cuando había alguna visita. Que era controladora, y que seguía con su padre solo por el que dirán, sus palabras se le hicieron falsas, sus modos, sus sacrificios banales, empezó a alejarse a pasar más tiempo fuera, sobretodo en casa de sus amigas planeando la salida de los sábados. En una de esas salidas conoció a un muchacho que parecía salido de un cuento de hadas, atractivo y rico, su madre quedó encantada y le repitió varias veces que ojala ella hubiera tenido esa suerte.
-Julio, un abogado, la verdad me cuesta creerlo, mira si yo me hubiera casado con un abogado y no con un albañil, mejor ni pienso en eso, para qué, para amargarme más todavía. Pero vos tenes suerte, hija no vas a tener que hacer nada, pero igual controla todo, acordate que la esposa de un hombre así es a dueña y señora de la casa.
Quedó embarazada medio años después de casarse, durante los nueve meses aparte de la metamorfosis física, sufrió una en su matrimonio, descubrió que a su marido le era completamente indiferente, este se pasaba el día en su despacho, o en el escritorio, entre papeles hablando de juicios, o acuerdos, y cuando no, le gustaba encerrarse y escuchar música clásica o ir a jugar al golf, a ella le solía dedicar una mirada o cuando estaba contento una sonrisa y un beso por lo general en la mejilla y rara veces en los labios.
Rebeca no trató de retenerlo como le insistía su madre, al contrario, se fue alejando también, concentró su atención en su hijo, le preocupaba que le pasara algo, le dio de mamar hasta pasados los dos años, le enseñó a hablar, a caminar, a agarrar cada objeto, a leer y a escribir, cosas que cuando empezó la primaria ya sabia hacer, a los dos años de nacer el primer hijo estaba embarazada del segundo en los pocos encuentros que tenia con su marido, los cuales eran esporádico y fríos, él se posaba sobre ella, después de que Rebeca se desnudara, él nunca lo hacia, se baja el calzoncillos, a veces solo lo suficiente para sacar el pene y liberar los genitales, pero se dejaba la camiseta o remera puesta, según la estación, en lo demás los encuentros eran monótonos, repetitivos, rutinarios, no la besaba, no le decía nada, solo ponía su cara a un costado de la de ella, sin rozarla, lo hacia rápido, sin ganas, a veces le eyaculaba adentro, otras la sacaba antes y terminaba en uno de sus muslos, luego se tiraba del otro lado de la cama, mientras Rebeca se iba a bañar.
Con el segundo repitió las misma acciones que con el primero, y se alegró de que no se generará conflicto entre ellos, al contrario se llevaban bien, el mas grande trataba de cuidar al más chico en la medida de lo posible.
Tanto era su apego que empezó a dormir en la pieza de los chicos, juntando las dos camas y quedándose en el medio, le angustiaba las horas que estos estaban en la escuela, sus hijos se empezaron a cansar y a pasar más tiempo con sus compañero de colegio, cuando los confrontó, la trataron de absorbente de que por qué no hacia nada, de que los demás se burlaban de ellos, y que las otras madres la consideraban una loca.
-Podes creerlo.
-Claro, que querés que te dijeran, si es la verdad, pareces una loca, no estamos en guerra, nadie te los va a matar, deja a esos chicos o te van a salir maricones, todo el día estás con ellos, si siguen así se van a querer pintar la boca y usar tacos, de milagro no lo han hecho, y encima con el padre ausente, y no me mires así, si, yo te dije que te casaras con el, pero depende de una que el hombre se quede en casa.
-Papa prefiere comer un cacho de pan solo que un manjar con vos, y mejor no hablemos como sos como madre, así que no te vengas a hacer la experta, porque estás peor que yo.
Cuando los chicos entraron a la secundaria, Julio, le pidió el divorcio.

-Qué milagro por acá.
-Si molesto, me voy.
-No seas boludo, pasa, dame la bolsa.
Le dio un beso dejándole una marca violeta, que era el color del labial.
La casa de Nancy era pequeña como la de el, pero completamente diferente, estaba pintada de naranja, color que Saúl consideraba horrible, los muebles eran de caño, dados por la municipalidad por ser madre de más de siete hijos, sobre un aparador había un gran equipo musical, y a un costado estaba el televisor de pantalla plana.
él iba a sacarse las ganas, no solo de sexo, sino de compañía, la única que lo toleraba sin que tuviera que pagar como en la taberna, y que tampoco miraba el reloj para que se fuera como hacían sus hermanas, las escasas veces que se cruzaba con ellas en la calle, siempre ponían de excusa la falta de tiempo, Saúl hubiera preferido que por una vez aunque sea le dijeran la verdad, la falta de ganas.
Nancy volvió de buscar un destapador y los dos largos y anchos vasos, para las dos botellas de cerveza que había en la bolsa.
-Como se castigan los pobres, eh.
-Mi hija, salió mas viva que yo, el macho le da todo, yo le digo que aproveche y le saque todo lo que pueda, ahora que lo tiene re caliente, igual vos viste lo que es mi hija una muñeca, si este la deja por ahí hasta consigue otro mejor, ojala yo me hubiera visto así cuando era joven.
Sirvió la cerveza de forma acelerada y brusca, volcando gran parte cuando cambió de vaso aunque tenia uno al lado del otro, al darse cuenta mojó la punta de sus dedos sobre el liquido derramado y los sacudió sobre la cara de Saul.
-Qué haces, boluda, salí.
-Alegría, alegría.

Una de las primeras cosas que notó de Lautaro, es que era absolutamente metódico, sus encuentros por lo general eran en una quinta de Luján en medio de la llanura mas profunda, donde solo se divisaban algunos acacios y robles.
-Yo no me pregunto esas cosas, se lo dejo a la gente desocupada, o acomplejada, si querés queres una definición, soy bisexual, punto, me gusta acostarme con hombres y mujeres, no me lo cuestiono, no sé por qué soy así, ni me importa saberlo, no siento asco ni orgullo por esto, no me pienso separar, ni decírselo con mi familia.
Perdona si esto te ofende pero eso es para gente, no sé, medio pajera, a pajas mentales me refiero que importa el por qué, se es así, listo.
Le gustaba la seguridad de Lautaro, su fuerza interior, él decidía el día, la hora, el lugar.
Sh, shhhhhhh, era lo que mas solía escuchar de él, cuando le recriminaba algo, y él como si fuera un chico, se callaba, y se recostaba sobre su pecho.

Apretó tantas veces el botón verde como el rojo, hasta que por fin se lo metió en el bolsillo de forma definitiva, entró al auto y arrancó.
Los chicos se habían calmado, no puso el CD de música infantil que tenia sobre el asiento delantero porque escuchar las melodías y letras empalagosas de todas las canciones que contenía, le provocarían un ataque de nervios, sino el primer tema que escuchó mientras buscaba en el dial alguna radio y dio con una FM de Capital.
Mientras los chicos y ella tomaban sus respectivos helados, se dio cuenta que Liliana, la madre de una compañera de los chicos, estaba a dos mesas de distancia con su hija, ésta también se percató de su presencia y se acercó, los chicos se saludaron entre ellos, la mujer le dio un beso a Martina.
Los chicos casi terminaban el helado, y le pidieron si podían ir a jugar con Isabella a los juegos que había en el pequeño parque que tenia la heladería en la parte de atrás.
-Vayan.
Liliana se sentó, aunque Martina no la invitara o le hiciera alguna seña con la mano o la cabeza al respeto.
-Te enteraste, che, seguro que si.
- ¿Qué cosa?
-Lo de Daniel, anda con su secretaria, bah vos ya lo sabias, por eso te separaste, no, hiciste bien, sácale hasta las ganas de comer.
Martina vio la mirada de Liliana, expectante, ansiosa, quería saber si le acababa de dar una primicia y si no era el caso, escucharla puteando a Daniel, para luego irse y contárselo a las otras madres.

El vestido originalmente era por debajo de la rodilla pero decidió a ultimo memento recortarlo para que quedara apenas sobre estas, después de ponérselo y alzarse unos zapatos que la estaban torturando, se maquillo al verse en el espejo le dio asco ver lo recargada que estaba, ya que solo usaba labial para las fiestas, olvidando qué tonos y cuanta base ponerse, se lavó la cara, y volvió a agarrar los utensilios, prefirió no usar el delineador ya que se lo consideraba "muy de puta", decidió solo pintarse los labios, de rojo morado, y ponerse apenas maquillaje sobre las arrugas.
El sonido que hacían sus tacos por la vereda la ponía nerviosa, le parecían extraños y exagerados, al llegar al colectivo, las demás la miraron, ya que era la única que llevaba vestido, el resto iban pintarrajeadas, pero su vestimenta era absolutamente informal, en su mayoría llevaban jeans y remeras apretadas.
- ¿Estela, a qué gala vas?
-Bueno, perdón por no amatambrarme con un jean, mujeres grandes usando ropa de pendejas, vos Silvia por lo menos tenes una remera como la gente, pero ustedes no sé a donde van.
-Ha buscar machos.
Tuvo ganas de bajarse, pero pensó en que si lo hacia, estar con ese vestido, esos zapatos, y con las uñas pintadas y la cara maquillada, en vez de tomarse una pastilla se tomaría todo el frasco, varias veces había estado tentada de hacerlo, y ésta vez le parecía que la situación volvía la idea irresistible.
Ir vestida y pintada como iba, en un colectivo de más de dos décadas le resultaba grotesco, más cuando su cara se proyectaba en las ventanillas.
El lugar donde bajaron era un club de los años cincuenta, al entrar sus tacos resonaron sobre los mosaicos rojos y negros, el salón era de setenta de largo por sesenta de ancho, muy iluminado, había una barra a uno de los costados, los parlantes en otros, con música que pasaba de la cumbia melódica a los boleros, con un sonido fortísimo, un poco más al centro estaban las mesas, pero la mitad del lugar estaba vacía para que las parejas lo ocuparan.
Estela miro rápido la pista, las mesas, los parlantes, que le parecían horribles, y por último la barra,  apoyado sobre la misma estaba Fernando, este la miró, al verlo notó el grotesco parecido que mantenida con el veinteañero de su juventud. 

miércoles, 6 de julio de 2011

Los hilos de Enilse/8) Reproches pasados presentes.

El dulce ocaso primaveral, los tenues y anaranjados rayos del sol que se proyectaban sobre las verdes hojas de los paraísos blancos que rodeaban la cuadra por la que Saúl caminaba, al ver la placa con el nombre de Gonzalo y su mismo apellido y su rostro reflejándose en el bronce, lo hizo sentir grotesco y vulgar, pero decidió seguir, tocó el timbre que había debajo de la placa y la puerta se abrió.
La secretaria lo miró y en poco segundos lo reconoció, se puso pálida, le hizo un gesto con la cara de que se sentara, la mujer hablaba muy despacio casi susurraba por lo que no pudo escuchar nada.
Pasados unos minutos salió una mujer con el brazo enyesado, la agradable sonrisa que mostraba Gonzalo frente a esa ya anciana mujer, se desvaneció al ver a su padre, mantuvo a duras penas una mueca hasta que la señora salió, se dirigió a la secretaria en el mismo tono susurrante que ésta había empleado antes, ella asintió con la cabeza, tomó su bolso y se fue.
-Entra.
Saúl se sentó, antes que Gonzalo se lo pidiera o exigiera.
-No te vengo a pedir plata.
- ¿Entonces qué mierda querés?
-Hablar.
- ¿De qué?
-De tu madre.
La desafiaste indiferencia de Gonzalo, torno en angustia e ira.
-No podes hablar de ella, andate.
-Quiero pedirte perdón, bah ya sé que no me vas a perdonar, quiero decirte que me duele, que me siento una mierda, que se que fui...
-No necesito oírlo de tu boca, nunca lo necesité, desde los diez años sé que sos una mierda, o te olvidas cuando le gritabas a mama, cuando ella se tenia que hacer cargo de todo porque te gastabas el sueldo en la taberna de mierda esa, yo le pedí mil veces que se separara de vos, que nos fuéramos, pero la pobre infeliz te quería, mamá te amaba, siempre me pidió que tratara de comprenderte, que tomabas porque estabas enfermo. Qué paradoja no, cuando ella tuvo cáncer, vos peleabas por no pasarle un puto peso más de tu sueldo, si no fuera por la hipócrita de Rebeca, mama hubiera reventado mucho antes, nunca te importó un carajo, yo estaba ahí escuchando como se retorcía, como lloraba, se tapaba la cara o me echaba de la pieza para que no la viera así, le importaba más mi dolor que el de ella, y vos qué, con una puta o tomando, o lamiéndole el culo a tu patrón, no hables, escucha eso es lo único que podes hacer por mí, escuchar la mierda que te tengo que decir.
Fuiste un sorete, un hijo de puta, una mierda, rogué y ruego para que te agarre una cirrosis pero que no te lleve puta, que te revientes lentamente, me paso por el culo el juramento hipocrático con vos, por mí te podes estar reventando que no te voy a alcanzar un baso de agua.
Era lo único que podía esperar de esa visita, pero se la debía, nunca había enfrentado a su hijo, y sabia que escuchar esas palabras era lo único bueno que podía hacer por el.

Escribió tres discursos, Lautaro el secretario, asistente, mano derecha del intendente, les dio una rápida mirada, para luego posar sus ojos sobre los  anhelantes de Oscar.
-Están muy bien, excelentes, pero no van para un acto donde lo que menos le importa a la gente es esto.
- ¿Y qué mierda quieren?
-No te enojes, nadie te pidió contar la épica (si es que la hubo) de la independencia, solo unas pocas palabras sobre los próceres, poquito, palabras sobre el presente mezcladas con algo de historia, que seguiremos con los pasos dejados por ellos, etcétera.
Oscar reescribió el texto, terminado el año lectivo, Lautaro (convertido en intendente) se volvió a aparecer esta vez en la puerta de su casa.
- ¿Qué quieres que te escriba ésta vez, tu discurso inaugural, comparándote con algún prócer?
-Ja no, quiero ofrecerte la secretaria de cultura.
-Isabel Doraes ha hecho un buen trabajo, ademas es mucho más sociable que yo, no entiendo por qué me lo ofreces a mí.
-Porque te quiero cerca.
Enseguida se dio cuenta que hombre recientemente elegido intendente, autoritario, con una sumisa esposa y tres hijos, no había dicho esas palabras como lo diría un amigo o un socio, se le estaba ofreciendo.


-Quédense quietos, ya salimos, esperen que les ate los cordones.
-Papa lo hace mas rápido.
-Si lo hace más rápido.
-Okey, pero no están con papa, están con mama, les guste o no.
-A vos no te gusta.
La nena la miró desafiante.
-Deja de decir pavadas.
-No te gusta, sos mala.
-Rene terminala, quieren ir a la plaza y comer helado, bueno, pórtense bien.
En los juegos de la plaza, le demandaban subir al tobogán, a las hamacas, al trapecio, que moviera más rápido la calesita...
-No, para el subi-baja están chicos.
-Somos grandes.
-No, la terminan, basta están insoportables.
-Subi-baja.
-No, se hace tarde, vamos a tomar el helado que después si no van a estar llenos y no van a querer la cena.
-Subi-baja, mala.
-Al auto, vamos.
Colocó los cinturones de seguridad lo más fuerte que pudo, con la llave cerró las puerta del auto, una vez más tuvo que contenerse de no huir, apoyo los antebrazos sobre el techo del auto, junto con las llaves tenia el celular, y el número de Daniel.
No te voy a dar el gusto.

Siempre que compraba papel molde lo hacia por varios metros, aunque solo le encargaran un vestido, eso originaba que no supiera qué hacer con los metros restantes, esa vez si sabia, el vestido realizado o copiado para Silvia, le había dejado como siempre materiales de sobra, empezó a dibujar y a tomarse las medidas, le costó retomar el trabajo después de tomárselas, no tanto por el escaso crecimiento de sus caderas, o su cintura, sino porque dichas zonas no tenían nada que ver ni para el tacto, ni para la vista con la de sus veinte, dejó ese proyecto y se fue a cocer cuellos, colocar botones, hacer dobladillos, hasta que tuvo la paciencia y resignación de retomar el vestido.

Los dibujos eran otros, que francamente le parecían horribles en comparación con los de las sabanas de sus hijos, pero el volver a estar ahí, haciendo las camas le trajo imágenes difusas, habían pasado cuarenta años, siempre les contaba un cuento a sus hijos, pero se lo tenían que ganar, uno, diciéndole las tablas, y el otro, el abecedario, se sentaban en la cama y cerraban los ojos, como si al cerrar los párpados se activaran las neuronas, y por lo general esa manía, capricho o costumbre, funcionaba, y decían bien las tablas, o el abecedario.
-Viste tanto que decías, no yo los crió mejor, hay que ser didácticos con los chicos, entenderlos y no se cuantas pavadas más, y mira lo que te salieron.
Las palabras de su madre difuminaron el recuerdo, contrajo su rostro, coloco las colchas de forma mecánica, salió de la habitación esperando olvidar las palabras de su madre.