Supongo que a todas las madres les debe pasar lo mismo cuando discuten con sus hijos. Bueno, yo no discuto, peleo, y sobre todo con Natalia. Ella se encarga de compensar, por los tres, la relativa armonía que tengo con los varones.
Pero siempre que peleo con ella, me siento culpable. La recuerdo cuando era una bebé y no puedo creer que sea así: tan amargada, impaciente, irritante. Siempre me digo lo mismo: podría haber hecho algo, darle más amor, o ser más dura, o qué sé yo, decirle esa palabra que necesitaba oír. Tal vez los reproches que me hago son una excusa para justificar su comportamiento, y lo que no quiero es ver que mi hija es así por su propia decisión, pero sé que en algo debo ser responsable de que sea como es.
Qué cansada estaba cuando fui a verla, pero es como ir al dentista: mejor ir pensando lo peor, ya que por ahí la cosa no es tan mala y te vas aliviada.
El departamento de Natalia es la copia un poco más barata del de mi hermana. Por suerte no se viste igual y, en el fondo, no es tan parecida como ella quiere creer que lo es. Su estilo es mucho más monocorde que el de mi hermana, mucho más rígido. Siempre usa ropa azul, negra o blanca para darse intensidad; lo mismo el pelo, siempre ondulado y con extensiones para que parezca que tiene un gran volumen. Los zapatos altísimos. Viéndolas con atención, las diferencias entre ambas son absolutas. Mi hermana solo usa ese tipo de ropa cuando está frente a las cámaras o en entrevistas con personajes muy importantes; nunca en su casa. Sí se viste bien, pero no como Natalia. No lo hace para demostrar nada. Natalia, sí. Ella quiere demostrar que es superior a mí.
—Mamá, ¿cómo estás?
—Bien, ¿y vos?
—¿No me ves? Muy bien.
—Sí, se te ve bien, arreglada sobre todo.
—Para mí hay que ser coherente. No se puede andar de una forma en el trabajo y de otra en la casa, me parece.
—Si te gusta andar con esos tacos de entrecasa...
—¿Qué querés que ande así vestida con zapatillas?
—Vos andá como quieras.
—¿Cómo anda Alejandro?
—Bien, ganando mucho.
—Me alegro.
¿Para qué escribir lo que hablamos después? Ya es bastante con haber tenido esa charla como para tener que recordarla. No podría decir que peleamos porque no, no hubo gritos, y los reproches de ambas fueron bastante suaves para lo que las dos acostumbramos a decirnos. Puede ser porque ella se siente segura en su inseguridad, o porque yo estaba cansada. La cuestión es que no hubo pelea, tampoco estuve el tiempo necesario para que se diera; me habré quedado como mucho una hora.
¡Basta de escribir sobre el viaje! Ya terminó, ya está.
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