sábado, 25 de noviembre de 2017

Emcrucijadas de la vida /13)

La espuma se iba consumiendo al fondo de la botella cuando, Andrés ya abría otra y le pasaba una a Belén.
Los 2 estaban acostados, la pieza estaba llena de humo de marihuana, ambos tenían tenues sonrisas sobre sus rostros, se miraban las manos y se reían.
Estaban desnudos, hacía un rato habían tenido sexo, pero ahora solo tenían ganas de tomar y fumar, eructaron al unisono, se rieron, encendieron otro porro, se acabaron la cerveza que acababan de abrir, cerraron los ojos y se durmieron.
Al llegar Martina, no dijo nada, ya estaba acostumbrada al olor a marihuana y cerveza, olores que odiaba, pero que no le quedaba otra que aguantar, faltaba 1 semana para que su hijo cumpliera su libertad condicional, y que pudiera fijar su dirección donde se le antojara, y ella pensaba sacar todas sus cosas, y en el fondo esperaba no verlo nunca más.
Va a terminar mal, es como ver un tren sin frenos, lo van a matar o se va a matar, pero bueno, yo hice todo lo que pude, más imposible.
Encima está con la pendeja atorranta esa,  ese olor a perfume barato es más repugnante que la marihuana y la cerveza juntas.
Estaba cansada, solo quería bañarse y sacarse el olor que llevaba impregnado en el cuerpo, olor a hospital, a vomito,  orín, a mierda, lavandina, y de paso borrarse las patéticas expresiones de la gente, triste, amargada, frustrada, resignada, enojada.
Quería dormir, y si era posible soñar, olvidarse de su realidad, de su vida, de su hijo, de su trabajo, de todo lo que la rodeaba.
Se dio una ducha, y después se encerró en su pieza, el día comenzaba pero para ella terminaba, bajó la persiana hasta que no quedó ninguna rendija por la que pudieran colarse los rayos de sol, se echó sobre la cama, y se durmió.
Sus ronquidos casi que se coordinaban con los de su hijo y su novia.



sábado, 18 de noviembre de 2017

Encrucijadas de la vida /12)

Estaba harta de su trabajo, al principio si había sido por vocación, creía que lo suyo era enseñar, pero repetir cosas o tratar de que otros aprendieran le terminó resultando algo repetitivo y agotador, así que cuando pudo, aplicó para ser directora y lo consiguió, aunque ese trabajo también la aburría, administrar un colegio, supervisar que todo saliera lo mejor posible, también la agotaba o más que agotarla, la aburría, igual le gustaba el poder, el respeto aunque sea de la boca para fuera que las maestras se veían obligadas a tenerle.
Cuando pudo, aplicó para inspectora y quedó, ese era el trabajo más fácil que había tenido, solo ir y llenar papeles, avisando antes a la directora, para que ésta metiera la mugre bajo la alfombra y todo se viera perfecto a sus ojos, básicamente solo tenía que tomar café, hacer preguntas que ya quien las contestaba tenía estudiadas sus respuestas, y poco más.
Solo la agotaba un poco viajar, pero a pesar de lo monótono del paisaje, verde y vacas, sembrados, tractores y poco más, la relajaba, le gustaba manejar en el medio de la nada, era como un sueño, aunque no siempre se desconectaba de lo que debía hacer al llegar, estaba pendiente de su maquillaje, su peinado, de recordar el nombre de la directora, de haber puesto bien la dirección del colegio en el CPS.
Pero a pesar de todo eso, al llegar y sentirse agasajada, le hinchaba su ego, su vanidad, eso era lo que se sentía tener un cargo que impregnaba respeto, y el respeto venía del miedo a ser despedido, en parte era como jefa de todos los colegios que inspeccionaba, por eso cuando veía las cosas mal en algunos, no dudaba en reportarlo, no tanto por ser consecuente con su trabajo, sino para que no menoscabaran su autoridad, que supieran que con ella no podían joder, que no dejaba pasar cualquier cosa, y que si iban a adornar algunas, no lo hicieran tapando el sol con un dedo. 
En el colegio que llegó, había un gran alboroto, cuando Laura preguntó  por qué, le dijeron que era porque habían contratado como profesor de gimnasia al ex futbolista Gustavo Terranova. 

sábado, 11 de noviembre de 2017

Encrucijadas de la vida /11)

Nunca olvidaría el impacto, los vidrios rotos, la sangre, el chirrido de los neumáticos sobre el asfalto, los gritos, los llantos, las bocinas de la ambulancia, el dolor físico, las preguntas, las miradas.
Habían pasado 6 años, pero seguía recordándolo, 6 años desde que su carrera como futbolista se había acabado, 6 años desde que había salido y recaído innumerables veces en el alcohol y la droga, 6 años en que solo veía a su hijo a través de fotos, 6 años donde había pasado de ser Gustavo Terrranova, el Terra, un ídolo a ser el alcohólico drogadicto responsable de un accidente donde había muerto su esposa.
En esos 6 años se había puesto muchísimas veces una pistola en la sien, pero nunca había tenido el coraje de apretar el gatillo, aunque de cierta forma lo revitalizaba sentir el metal sobre sus manos, oler la pólvora, saber que estaba tan cerca de acabar con todo, era algo que le daba la energía necesaria para afrontar otro día, saber que pasar lo que pasara, podía volver a tomar la pistola y acabar con todo. Pero de tanto repetirlo, ya había perdido su efecto, ya no sentía lo mismo, y estaba seguro que no tendría el coraje para hacerlo, se había vuelto una rutina, como cepillarse los dientes antes de acostarse, o lavarse la cara al levantarse.
Esa noche, decidió por primera vez en casi 6 años, desde que le dieran de alta del hospital luego de recuperarse de las heridas ocasionadas por el accidente, de no cargar la pistola y ponerla sobre su sien, fue otro objeto el que agarró, un despertador, no confiaba en la alarma del celular, y no le gustaba ninguno de los tonos que le proponía, no sonaban lo suficientemente molestos para despertarlo, y quería llegar temprano a su nuevo trabajo.

Encrucijadas de la Vida /10)

Tenía que cambiar los colores, ya que siempre se le venían a la mente el rojo y el negro, y todas sus pinturas se verían iguales, cosa que odiaba, porque no quería repetir siempre lo mismo, ya consideraba que la vida era una repetición patética y engañosa, como para que el arte la imitara en eso también.
Esmeralda consideraba que el arte debía embellecer, aunque mostrara algo brutal, cosa que en general sus pinturas no hacían, no le interesaba retratar miserias morales o sociales, en general sus cuadros eran paisajes, que escondían algo perturbador, a veces solo por los colores usados para transmitirlo, otras naturalezas muertas, pero lo más sórdido y obvio que había pintado en su vida, eran frutas pudriéndose, agusanadas, perdiendo la forma, a muchos críticos les había gustado, peor para ella era uno de sus peores cuadros.
Siempre pensaba en su misma como un gusano, su madre había muerto durante el padre, y aunque su padre nunca se lo dijera directamente, desde los 7 años, había comprendido que la culpaba por su muerte, con sus silencios, sus miradas, y sobre todo con su indiferencia.
Al principio trato de gustarle a su padre, consideraba que era el único que la podía querer por lo que era ella, y no por su dinero, pero al no conseguirlo comenzó a odiarlo y a mostrarse igual de indiferente que como él lo era con ella.
Pero el vacío persistía, a ausencia de amor, de empatía, lo más parecido a eso que tenía eran las sonrisas serviles de las empleadas de su padre o de sus compañeras de colegio, solo para ir a su piscina, o que las llevara a su casa en Puta del Este, o viajaran en su avión privado, por un tiempo fingió que eso le gustaba, pero pronto se alejó de todas ellas, esas charlas falsas que intentaban con ella la angustiaban y deprimían más que la soledad.
A los 15 empezó a pincharse, no quería cortarse, ni intentar suicidarse, porque sabía que si lo hacía terminaría internada, además estaba harta de ser el cliché de la pobre niña rica, y haciendo eso solo iba a conseguir ser internada en una clínica donde serían todavía más serviles y falsos que en su casa.
Por eso se refugió en la pintura, empezó a leer sobre los cuadros que su padre había comprado, este tenía un gran colación, aunque no le interesaba particularmente el arte plástico, lo veía como una inversión y se había encargado de contar con buenos asesores.
Esmeralda quedó fascinada con las técnicas pictóricas, y decidió que seguiría artes plásticas, pero antes de entrar en la universidad, se cambió el apellido por el de su madre, no quería que nadie en la clase le recordará de quien era hija o tener algún tipo de condescendencia, o al revés envidias y resentimientos, era lo que su apellido y estatus solía provocar en las personas.
Se convirtió en la mejor de su clase, y aunque siempre había sido insegura, su conocimiento de artes, la llevó a darse cuenta que lo que sus profesores le decían, no era mentira, sus dibujos y pinturas eran mejor que el de sus compañeros.
Su vida sería esa, su burbuja, los lienzos, la carbonilla, a veces algún lápiz, los pinceles, las acuarelas, le gustaba el olor de todo eso, y le gustaba crear, sentir que hacía algo bien, que creaba belleza.
Un dí un muchacho se acercó a ella, era hermoso, le hubiera gustado tener papel y lápiz para dibujarlo en ese momento pero no sabía si hubiera podido, ya que sus manos le temblaban, y tuvo que hacer un esfuerzo para darle la mano cuando él se presentó.
-Benjamín, un gusto.