Cuando llegué, sentí el olor a encierro. Obvio, no sé por qué me sorprendí; no iba a tener otro olor. Y el polvo que siempre se mete por más cerrado que esté todo. Así que tenía el polvo y el olor a encierro, pero no tenía ganas de hacer nada. Me acosté y que se fuera todo a la mierda.
Cuando me levanté, me puse a limpiar. Antes me encantaba, ahora no encuentro un motivo para ese encanto. Es asqueroso ponerse a limpiar, y encima de cansador, es aburrido. Pero bueno, lo hice a ver si venía alguien y yo tenía toda la casa hecha una mugre.
Voy a ver si pongo a una persona para que limpie, aunque no me gusta tener a alguien. Pero bueno, si tenés la posibilidad, ¿para qué andar haciendo cosas si no querés? Porque si las hacés sin ganas, después te quedan mal, es así.
No me gusta reconocerlo, pero últimamente no tengo ganas de nada.
Elsa me dijo que la acompañara a la plaza, y lo voy a hacer. Extraño trabajar con ella, y de paso me entero qué tal le va ahora. No tenía muchas ganas de ir, pero me decidí y acepté. ¿Qué me iba a quedar haciendo en casa? Nada.
Vestirme y pintarme para salir me aburren más que limpiar, pero no quiero salir así nomás.
Bueno, creo que por ahora no hay más que contar. Voy a ver qué me pongo.
No sabía qué ponerme. Estuve un rato con la puerta del ropero en la mano, hasta que agarré un pantalón de vestir, una remera floreada que tenía. Me maquillé y listo. Y taco bajo por si llegaba a bailar con alguno, cosa que no creía.
Elsa no me contó mucho, no andaba con ganas de hablar. Algo le debe haber pasado en casa, pero tampoco le iba a tirar de la lengua. Se quedó un ratito y me dijo que la perdonara, pero que le dolía la cabeza, y se fue. Yo quería putearla por dejarme sola, pero me contuve y decidí quedarme. Aunque había ido más por tirarle de la lengua que por otra cosa, no tenía ganas de volver a casa.
Al escuchar la música, me recordó a mi cada vez más lejana juventud: canciones melódicas, empalagosas, pero que a mí me encantaban. Me acuerdo que a mi marido le gustaba la música en inglés, pero yo nunca bailaba si lo que sonaba era en inglés, ya que no podía moverme escuchando algo que no entendía. Siempre necesité ir pensando en la letra mientras bailaba. Me puse a ver a la banda y a tratar de recordar si los había visto en algún lado cuando era joven. Sí, habían sido bastante exitosos, pero se notaba su absoluta decadencia en sus cuerpos y esa patética y fingida sonrisa con la que interpretaban sus canciones o hacían que tocaban los instrumentos, ya que la música estaba grabada.
—¿Querés bailar?
Me sorprendió escuchar esas palabras. Creo que hacía tanto que no me invitaban a bailar como que la banda que tocaba fuera exitosa. Al ver quién lo había dicho, no podía creerlo: ¡el reponedor! ¿Qué hacía ese muchacho ahí, en un lugar reservado para gente grande, o mejor dicho, para viejos? Pero tenía que contestar, y decidí que por lo menos un baile tendría con él.
—Sí.
Me gustaba estrechar mis manos a las suyas, sentir su cuerpo aunque fuera de esta forma. Quería estar con él. No hablamos durante el baile. Él se movía bastante bien para ser una música a la que yo suponía que no estaba acostumbrado.
—¿Te traigo una Coca o una cerveza?
—Coca, por favor.
Cuando las trajo, antes de que se hiciera el silencio, él habló.
—Creí que no ibas a aceptar, me alegra que lo hicieras.
—Gracias, es que estas canciones me gustan mucho.
Iba a decir que me recordaba a mi juventud, pero por suerte me callé antes. Hubiera sido patético.
—A mí también me gustan.
—Qué raro que te gusten y que las sepas bailar.
—Mi mamá se la pasaba oyendo estas canciones, y me enseñó a bailarlas. Como a papá nunca le gustaron, las bailaba conmigo.
Quería seguir hablando con él, o más que hablando, escuchándolo, viéndolo, teniéndolo cerca. Eso quería.
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