sábado, 28 de abril de 2012

Testigos Ausentes/1

El yate flotaba como adormecido sobre el río. La tarde, cálida pero no insoportable, de principios de marzo, lo bañaba de un color ocre.

Pasadas las horas, llegada la noche, seguía inmóvil. A la mañana siguiente, continuaba en el mismo lugar.

Vicente miró por la ventana con irritación.

—Ese pelotudo todavía no se fue.

Virginia miró a Vicente con la misma irritación con la que él miraba el yate.

—Ya van a salir, déjalos.

—Ya podrían ir haciéndolo.

María, que levantaba la mesa, dudó, pero decidió que lo mejor era hablar.

—Perdónenme, pero ¿puedo decirles algo?

—Hable, María.

—Cuando salí, los que viven cerca dicen que del yate no se escuchó nada, ni se vio a nadie. Vio que a veces los chicos...

Se quedó ahí, sin decir nada más.

—Si joden, se ponen a bailar, escuchan música a todo lo que da, y eso fue lo que no hicieron. Entonces les pasó algo.

Salió hasta el muelle y tomó la lancha.

Virginia lo siguió hasta allí.

—¿Les habrá pasado algo?

—Estos pelotudos deben estar pasados de merca. Mirá, lo voy a meter en un centro donde le manguereen el culo a ver si se deja de tantas pelotudeces, y a sacar cagando a los amigos pelotudos que tiene. 

Vicente ató la lancha al yate, que a su vez estaba anclado, y subió.

La irritación, en un segundo, se transformó en shock.


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