Durante todo el viaje pensé en cómo iba a encontrarlo, y si lo encontraba muy desmejorado, qué cara poner. Estaba segura de que iba a ser tan odioso verme con cara de que no pasa nada, como verme con cara de tragedia, así que mejor ponía la cara que me saliera en ese momento.
Entrar a la clínica que le había pagado mi hermana era extraño: todo tan blanco, tan limpio. La gente, exceptuando los familiares de los enfermos obviamente, el resto se veían sonrientes. Claro, un buen sueldo, pocas horas de trabajo y en un lugar hermoso.
Mi hermana vino a recibirme, y algo no me gustó en ella. Escribir esto es un poco miserable, pero es lo que siento: no puede estar tan arreglada. Ya sé que ella se viste así y que parece que lo dijera por envidia; además, que se vistiera de otra forma no iba a cambiar el hecho de que papá se estaba muriendo. Pero no sé, a mí me jodió verla así, con esa ropa. En fin, yo también me puse a ver eso en vez de preguntarle por papá.
—Los médicos dicen que le quedará un día como mucho; si no lo mata la porquería que tiene, lo matan los calmantes. —Ojalá lo maten los calmantes, por lo menos va a morir tranquilo. —Sí, mamá está insoportable. —¿Y cuándo no? —Bueno, está peor. —¿Querés que le diga algo? —No, dejá, no nos vamos a andar peleando ahora. —Como quieras. ¿Puedo pasar a verlo? —Sí, es por acá.
Ahí estaba papá, entubado, con todos esos cables y ese pitido inaguantable que regula el ritmo cardíaco. No sé para qué, si ya sabían que se iba a morir de un momento a otro. ¿Para qué le dejaban esa porquería ruidosa? Por lo menos que se fuera sin que tuviera que escucharla, y nosotros tampoco. Me parece tan patético escuchar esa cosa cuando alguien muere, más cuando no hay ninguna posibilidad de que sobreviva.
Bueno, siempre se cree, por las películas, las novelas, los libros, que se va a escuchar una última palabra, algo que nos deje tranquilos. Papá no se despertó y murió a la madrugada, cuando ya estábamos mi hermana, mi madre y yo entre dormidas. Nos despertó el ruido de la cosa esa que monitorea el corazón. Se veía demacrado y absurdo con todos esos cables inútiles. Las enfermeras se los sacaron. El doctor declaró la hora de su muerte: 3:01. Mi hermana se fue a hacer los trámites administrativos, mi madre al baño, y yo me quedé ahí, viendo a mi padre. No me atreví a darle un beso. Me pasé la mano derecha por los labios y después por su cara, esa cara demacrada como ninguna, arrugada y a la vez suave por la vejez. Pensé en lo firme que esta era cuando yo lo tocaba con mi mano y no alcanzaba a cubrirle la mejilla con ella, y él me levantaba y me decía que iba a volar y yo creía que me subía tan alto, y me reía y gritaba, y mamá le decía que me bajara, que me le iba a caer. Pero no, él me sostenía y yo me sentía una mariposa.