sábado, 31 de diciembre de 2011

Expresiones de mi vida /9) Mi hermana.

No sabía si ir primero a ver a mi hija o a mi hermana; me decidí por mi hermana, ya que quería hablar de papá con ella.

Mi hermana vive bastante cerca de mis padres, en el mismo barrio, Palermo, claro que en una zona mucho más cara. 
Cuando entro a su departamento, siempre me quedo impactada: esa mezcla de incomodidad con fascinación, bah, dicho en otras palabras, envidia. Esto es mío y para mí, ¿para qué voy a andar negándome lo obvio?
Sí, le tengo envidia. Envidio su casa, su auto, su ropa más o menos porque no me gusta lo que usa, pero sí su carrera. Aunque ella diga que no le gusta, o que la decepcionó, o que se traiciona, o no sé cuántas cosas, siempre va a tener reconocimientos. Entre una maestra, profesora o asistente, y una periodista, hay una vida de diferencia, sobre todo en plata y reconocimiento.

—¿Cómo andás?

Ahí estaba Ana con un vestido rojo demasiado corto y ceñido para su edad. A los cincuenta y tres años no tendría que usar algo así.

—Bien, ¿y vos?

Me dio un beso y me quedó impregnado el hermoso olor de la crema antiarrugas que usa.

—Con trabajo, igual un poco menos. Ya a esta edad, si no podés delegar, retírate.

—Vos podrías.

—Pero no quiero.

Gata flora, siempre lo fue.

—Con el gobierno que tenemos debés tener para escribir y decir de sobra.

—La gente no quiere escuchar críticas al gobierno.

—Los que te miran a vos, sí.

—Ni ellos. La gente está cansada de oír que el gobierno que no les gusta gana. Además, estoy por empezar un nuevo programa, uno más social.

—¿Ya empezaste vos también con eso?

—Es lo que funciona, a la gente le gusta.

—¿Y a vos?

—Sí, qué sé yo, ya no sé qué me gusta y qué no.

—Vos sabrás.

—¿Qué te dije recién? Nunca escuchás.

—¿Viste cómo está papá?

—Sí, fui el lunes. Pobrecito, está jodido.

—Y mamá ni lo mira. Yo creo que hay que poner a una persona.

—Ya se lo dije a papá y no quiere. Dice que lo hace sentir inútil.

—Pero no puede estar así, se va a morir.

—Laura, igual se va a morir. Lo siento, pero es así. Vos lo viste, casi no se levanta, no quiere comer.

La miré con impotencia, pero ¿qué podía hacer? Papá no quería vivir, y me gustara o no, tenía que respetar su decisión.

Le iba a preguntar por Natalia, pero hubiera quedado mal como madre si le preguntaba por mi propia hija. La saludé y me fui.

Ahora me falta lo más difícil de todo el viaje: ver a mi hija.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Expresiones de mi vida /8) La imagen del padre.

Ver a mi papá en ese estado me dolió mucho; siempre fue un hombre fuerte. Apenas entré a la pieza, me acordé de cuando llegaba del trabajo, me levantaba y me daba un beso. Ahora estaba tan flaco que creo que yo podría haberlo levantado a él.

—Laura.

Cuando lo escuché decir mi nombre, noté que también la voz sonaba débil. Como pude, disimulé lo que sentía.

—Papá, ¿viste? Se te cumplió, acá estoy.

—Por fin viniste; si seguías sin venir, me ibas a visitar al cementerio.

—No digas eso, por favor.

—Es la verdad, estoy viejo, pero no boludo.

—Papá, no podés pasarte todo el día en la cama.

—¿Vos me vas a decir lo que puedo o no hacer? Tengo ochenta años, el reuma no me deja estar. ¿Para qué querés que coma? No quiero seguir viviendo.

—Papá...

—¡Papá, nada! Yo ya hice mi vida, ya está, ahora quiero morir.

No sabía qué decir. ¿Quién era yo para obligarlo a vivir, alguien que iba a verlo cada tanto? Le di un beso y salí de la habitación.

Escribí esto apenas me levanté, pero después me largué a llorar. Cuando salí de la habitación de papá, también me largué a llorar. Ya me duelen los ojos de tanto llorar. No puedo aceptar que mi padre sea ese pobre hombre que está ahí esperando la muerte. No acepto tenerle lástima a mi padre; no puedo aceptarlo.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Expresiones de mi vida /7) Raídas raices.

Casi dos semanas estuve apestada, qué porquería. Igual, en la cama solo pasé tres días porque no aguantaba más la fiebre y el dolor de espalda. Si no, no me quedaba acostada ni loca; odio estar en la cama sin sueño.

Después de la gripe me puse a limpiar todo, lavé desde el piso hasta el techo.

Y como quien no quiere la cosa, llegaron las vacaciones de invierno. La verdad, estar tantos días en la cama, aunque destrozada (por no decir hecha mierda), me hizo bien porque tuve cerca a mi hijo.

Por eso decidí visitar a mis padres. Voy a tener que aguantar a mamá, pero bueno, si me pongo a pensarlo mucho, mejor no voy.

Me aseguré un montón de veces de haber cerrado todo, y me subí a la combi. Andar subiendo de colectivo en colectivo, no, déjate de joder, por unos pesos menos.

Ahí estaba mamá. Angélica siempre vivió el presente, como ella decía: “el pasado es para los mediocres o los viejos”. Ahora que odia su presente, prefiere vivir de la vida de mi hermana. Se la pasa grabando sus programas o guardando los diarios cuando ella escribe. Liliana siempre fue su preferida, y más cuando decidió estudiar periodismo. Creo que nadie estaba más orgullosa de una hija que mi madre, ni sé cómo no le agarró un patatús cuando llegó a conducir el noticiero.

Nos saludamos sin muchas ganas, cariño de las dos. Ella podrá vivir en el presente, pero a rencorosa no le gana nadie, bah, por ahí yo.

—Te acordaste que tus padres siguen vivos.

—Yo también estoy viva, mamá. ¿Me podrías ir a ver alguna vez?

—Yo estoy vieja.

—Sí, mamá, cuando te conviene sos vieja. ¿Papá dónde anda?

—En la pieza, se la pasa metido ahí.

—¿Todavía no se levantó?

—Se levantó y se volvió a acostar.

Me pareció raro; papá nunca fue de dormir mucho, ni siquiera los fines de semana aprovechaba para quedarse en la cama.

—Lo voy a ver.

—¿Querés un café?

—Bueno.

Me sorprendió ver a papá tan deteriorado. Estaba pálido, muy flaco. Siempre fue un hombre corpulento, pero ahora se veía esmirriado.

Mañana sigo, el viaje me tiene cansada, y aguantar a mamá también.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Expresiones de mi vida /6) Enfermedad de invierno.

Llegó el invierno, y me encanta. Es extraño, la mayoría lo odia, pero a mí me gusta. Ojo, tiene sus cosas que no, pero en general me gusta sentir frío. Se presta para quedarse en casa, prepararse algo caliente, estar tranquila.

Escribí eso… y ahora no digo que odio el invierno, pero estoy cerca. Me resfrié. No puedo ni respirar. Me agarró fiebre, y cuando me agarra fiebre se me llena la boca de llagas.

No lo puedo creer: el otro día fui a ver a Esteban a la tarde, con sol, estaba lindo. Cuando volví, ya se había ido el sol, y para qué… a la noche empecé con tos, y al otro día no me podía ni mover.

El doctor me llenó de pastillas: que una para esto, otra para lo otro. Tenía que morderlas, sentirles el gusto asqueroso a esas porquerías porque no las podía tragar.
Ni hablar de cómo estoy: la nariz roja, toda lastimada, los labios también. En fin, la cara hecha un desastre.

Me la pasé en la cama mirando televisión. Después Esteban —un amor él— me trajo una portátil. Con esta y el televisor me entretuve un rato. Pero la enfermedad te complica todo. No te sentís cómoda en ningún lado. Querés dormir y no podés. Querés leer y se te cansa la vista. Querés mirar la televisión o la pantalla y te molesta el foco. En fin, no se puede estar.

Cuando me sienta mejor, vuelvo a escribir.
Hoy solo lo hice para sacarme la bronca por esta enfermedad de mierda.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Expresiones de mi vida /5) Comunicación filial.

Otra vez colgué. Me daba cosa volver a ver lo que escribí la última vez, me dio vergüenza.

Al chico —porque para mi edad era un chico más que un hombre, podría ser mi hijo— no lo volví a ver. Dejé de comprar en ese supermercado. Ahora voy al chino o al almacén del barrio, que me arranca la cabeza, pero bueno… no aguantaba comportarme como una idiota, y eso es todo lo que voy a decir de aquel episodio. No pasó nada más.

Ayer me llamó mi madre.

—Hola, ¿seguís viva? Porque con vos nunca se sabe, ya que no sos capaz de llamar.
—Si querías hacer una fiesta, lo lamento, mamá, pero sigo viva.
—Mirá vos. Y sí haría una fiesta, porque sería la única forma de verte la cara, aunque sea muerta.
—¿Para qué querés verme? ¿Para criticarme o para contarme lo que hizo Silvina?
—Para hablar de vos. De cómo andás. Es cierto que Esteban se mudó, nunca me decís nada.
—Sí, mamá. Es cierto.
—¿Y qué hacés ahora? Tenés muchísimo tiempo y no sos capaz de llamarme. ¿Qué excusa tenés? Porque las llamadas no cuestan nada.
—Mamá, ni aunque fueran gratis te llamaría todos los días. Y no sé para qué querés que lo haga, ¿para esto? Mejor hablemos lo menos posible.
—Siempre igual vos.
—Sí, mamá. Siempre igual. Adiós.

La verdad es que cuando se tiene mi edad, o te volvés más hipócrita o más sincera. Y yo prefiero no callarme nada. ¿Para qué hacerme mala sangre? Después me agarra algo por tragarme las broncas. No, señor. Ahora digo todo lo que pienso.

Con mamá nunca nos llevamos bien. Tampoco es que andábamos a las patadas, pero esa relación de madre e hija que se cuentan todo, nunca la tuvimos. Con papá me llevo un poco mejor. Lo malo es que es tan poco demostrativo…
Antes nos mandábamos cartas, pero desde que le agarró reuma casi no me escribe. Yo tampoco a él. A veces hablamos por teléfono, pero es un hombre de pocas palabras.
Tal vez debería volver a escribirle. No sé. Me saldría forzado.
Papá para eso era rápido. Antes se carteaba seguido con su hermano, el que vivía en San Nicolás.

Increíble: la última vez que escribí fue sobre mi libido y hoy estoy hablando de mis padres. Muy freudiano lo mío.