sábado, 3 de octubre de 2020

El oficio de Manuel /2)

 Siempre le había dado asco tener que llamar casa a un conjunto de chapas y cartones entrelazados, y familia a sus padres y hermanos, trataba de no hablar con ninguno de ellos, a estos les era igual, solo 2 de sus hermanas se pasaban el día una junto a la otra, hablando entre sí, incluso en la mesa, las pocas veces que todos estaban sentados a la misma hora para comer, ya que la mayoría de sus 8 hermano, cuando tuvieron la edad que cada uno considero suficiente para cuidarse por sí mismo en la calle, trataban de pasar casi todo el día en ella, la mayoría pidiendo monedas luego de limpiar los parabrisas de los autos, 4 de ellos se dedicaron a eso, y cuando crecieron 2 se volvieron vendedores ambulantes y los otros motochorros.

Sus hermanas estudiaron las 2 que solo se llevaban 11 meses de diferencia, incluso se fueron a vivir a la casa de su tías, y nunca más las había vuelto a ver, las otras una se embarazó a los 14, y se fue a vivir con el tipo, y la otra se fue a trabajar en un prostíbulo, él era el menor, pero no por eso su madre lo consentía, aunque fuera el que más cerca tenía, no, ella ya estaba esperando a otros dos, y tampoco pasaba muchas horas ahí. Manuel, había entendido, y seguía entendiendo que todos trataran de estar lo menos posible allí, de hecho él quería hacerlo pero el exterior le causaba algo más fuerte que el asco del interior, miedo, pánico, de chico el resto de las casas o asentamientos de chapa y cartón, otras de bloques de ladrillo sin revocar, le parecían cuevas, donde vivían personas tan monstruosas como su madre o sus padrastros, y si bien su mamá nunca le pegó, siempre se sintió intimidado por ella y por los diferentes hombres que entraban allí, a veces la oía jadear mientras él estaba escuchando a los dibujos, luego las risas de ambos, el olor a cigarrillo, y después a ella o a él, dependiendo la ocasión, en ropa interior, buscando en la heladera una botella de cerveza, y unos vasos, ponía las rodillas contra su pecho, y seguía mirando fija la pantalla.
Así siguió hasta que a los 14, después de terminar el colegio, solo había seguido, por pasar horas fuera de su casa, y porque su mamá le repetía que ella no iba a dejar de cobrar el salario por él, qué si no quería estudiar trabajara, o se fuera, y aunque era eso lo que más quería, se quedaba, sabiendo qué si se iba a esa edad, solo encontraría la muerte, esa idea muchas veces se le volvían una tentación, no irse y ser asesinado o contagiarse una enfermedad venérea y pudrirse en un hospital, que era lo que pensaba que le sucedería si se iba de su casa, si no el suicidarse, quitarse la vida, cada vez que se bañaba con una palangana frente a sus hermanos, o al novio ocasional de su madre, la idea le llegaba con fuerza, luego cuando tenía oportunidad de quedarse solo, se iba hasta la mesada donde tenían los pocos cuchillos de la casa y agarraba el más grande, se lo apoyaba contra su tetilla izquierda, o contra su cuello, pero nunca se animaba, al tercer pseudo intento frustrado, abandonó la idea, y pensó en un trabajo.
¿En qué mierda puedo trabajar? quién me va a contratar, si no sé hacer nada.
Pensaba acostado, con los ojos cerrados para no ver la miseria que lo rodeaba, tratando de hacer oídos sordos a los ronquidos de sus hermanos, que lo rodeaban por los 4 costados, en otros colchones a su alrededor.
Los ronquidos de uno de ellos, le hizo recordar a un profesor al qué otro le había mandado a decir algo con él, Manuel lo encontró en el gabinete, sentado, con los brazos cruzados y roncando.
Le había tocado el hombro para despertarlo, le había parecido menos violento qué decir profesor en voz alta, el sueño del profesor había sido lo suficientemente liviano, como para despertarse a los pocos segundos que el lo tocara, tanto así que no le dio tiempo de correr su mano del hombro de este, y el señor Fernandez le había tomado instintivamente la mano, se quedaron unos instantes mirándose el uno al otro, mientras el profesor salia de su somnolencia.
Percibió el deseo qué se reflejaban en los ojos del gris profesor Fernandez, este volvió a refregarse los ojos, y al hacerlo su mirada volvió a ser la que siempre había visto Manuel en él.
Tomó un colectivo para llegar al barrio donde vivía el profesor, a más de 25 cuadras de la villa.
La casa era típica, rectangular, con 2 ventanas de persianas de madera, pintadas de blanco, al igual que la puerta, la pared del frente también era blanca.
Roberto Gutierrez, lo recibió, le dio la mano, y dando vueltas por fuera hasta el patio, lo llevó hasta el galpón, Manuel calculó el patio, no era muy grande, unos 13 metros de largo, por 11 o 12 de ancho.
Una vez que termino de cortar y rastrillar el pasto, Roberto, lo invitó a entrar.
La casa estaba impecable, recordó que el profesor estaba divorciado, se había quedado con la casa, porque era herencia de sus padres, recibida antes de casarse, no recordaba quién se lo había contado, si una de sus hermanas o su madres, que habían trabajado de mucamas en algunas de las casas de los vecinos de Roberto.
Este le ofreció jugo de naranja y le dejo un billete de 50 pesos al lado del vaso.
-No te gustaría hacer otra cosa?
-Si, pero soy menor de edad, y los trabajos que se consiguen, son una mierda.
-Si, bueno, mira, vamos a hacer una cosa, yo te presto la maquina de cortar pasto y el rastrillo, y vos a cambio, me cortas gratis la el pasto cada 2 semanas, querés?
-Bueno.

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