sábado, 15 de abril de 2017

La alargada sombra del molino /21)

Dejar de ser la jefa, patrona, dueña o el título que quisiera darsele del molino, era como quitarse una parte de sí, pero se sentía reconfortada de saber que no moriría ahí, Sofia, quería morir sabiendo que ya no era la que estaba a cargo de ese lugar, como una madre que siente que ya puede morir cuando siente que su hijo ha encaminado su vida, porque en el fondo, a pesar de las frustraciones, dolores de cabeza, ronca, y demás que le había causado el molino, se había convertido en una parte de ella, en una extensión de su ser, era a lo que más tiempo y energía le había dedicado en su vida, mucho más que a su propio hijo, lo sabia y era algo que le pesaría toda su vida, y que su hijo se encargaba, con razón, de recordarle cada vez que podía, pero era consciente de que nunca hubiera sido tan buena madre, como era buena empresaria, no tenia con que, no contaba con ese instinto, y se reprochaba haber sido madre, más por un capricho, que por una necesidad.
Y ahora era un nuevo comienzo, vacaciones, administrar el ocio, hasta que la vejez se hiciera presente, con el cumulo de enfermedades, turnos al medico, análisis, recetas, etc.

Mi hermana se retira y yo sigo a cargo de mi empresa, nunca pensé que fuera a ser más constante que ella, yo que siempre soñé con un hombre, una familia, el cliché del cuento rosa, la mujer en el hogar, claro que haciendo nada, o sea la mujer rica en el hogar, la ama de casa de presentación, la anfitriona, la ladera de un hombre rico y poderoso, y al final no, termine viviendo de esas mujeres, montando una empresa basada en su vanidad, que era también la mía, nada más que en vez de perder plata, obtuve ganancias de la misma.
Curioso mí caso, el amor, ese pasional, ideal, romántico, bello, nunca lo conseguí, tal vez lo que aprendí es a quererme a mí misma, y eso es me parece que es lo mejor que le puede pasar a una persona, aprender a quererse, a aceptarse, conocerse y valorar lo que se es, y lo que no.

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