sábado, 3 de diciembre de 2016

La alargada sombra del molino /3)

Nadie decía Down, ni siquiera sabía siquiera mencionar esa palabra, por lo que todos hablaban de que el hijo de Esteban y Catalina era mongólico, o mongo, la mayoría lo decía con una falsa pena o lástima, pero en el fondo les satisfacía que la soberbia e insoportable Catalina, y al inútil jugador de Esteban, les hubiera nacido un chico con problemas.
-Con esos padres otra cosa no iba a salir.
 -Si era normal, salía peor, casi que pueden estar agradecidos que les tocara un retrasado.
-Y ella que se llenaba la boca hablando del chico, que va a ser esto, y lo otro, sabes como debe estar.
-A mí me contó mi hermana, visto Tina, la que es enfermera, que se quedó como en shock, y y cuando quisieron ponerle el bebe en el regazo, puso los brazos en cruz y empezó a negar con la cabeza.
-Da un poco de lástima, la verdad.
-A mí que querés que te diga, no, lástima el pobre mongo, con esos padres, y esa madre sobre todo.

Le costaba todo lo que no fuera tragar pastillas para dormir, no quería levantarse, a pesar de que las piernas se le comenzaban a atrofiar de todas las horas que pasaba en la cama, sus ojos le molestaban cada vez que iba al baño, ya que le había ordenado a la sirvienta que por ningún motivo subiera la persiana, o siquiera corriera las cortinas.
Solo quería dormir, y a veces pocas, soñar, allí su hijo era normal, era hermoso, era todo lo que ella quería que fuese.
Deseaba que hubiera nacido muerto, o ella morir en el parto, se reprochaba su falta de fuerza por no haber matado al bebe y luego suicidado.
Eso habría sido valiente, eso hace una persona fuerte, no esto, no esta mierda, ni siquiera sé sufrir bien, soy una fracasada en todo, una infeliz vacía.
A veces cuando se mareaba de tanto dormir, sus lagrimas se confluían con su saliva sobre las almohadas.
Vomitaba todo lo que le hacían tomar, por lo que el medico le tuvo que poner un suero, y una enfermera para que se hiciera cargo de ella, adelgazo en pocos días todos los kilos que había engordado durante el embarazo, e incluso más.
Su piel se tornó pálida, sus ojos rojos, y los parpados con pesadas ojeras, su pelo despeinado y sucio, hacían que solo fuera una mueca patética y lúgubre de la mujer hermosa que era un año atrás.

Todos esperaban que el niño fuera de la clínica a un interno, pero Esteban al ser notificado por los doctores que era un niño especial, lloró, pero enseguida lo besó, y se pasaba horas mirándolo, incluso le pidió por favor a las enfermeras que le enseñaran a darle la mamadera en la temperatura justa, a bañarlo y cambiarlo.
Enseguida lo sintió suyo, lo sintió una extensión de su ser, que cargaba con el mismo peso de la decepción sobre sus hombros, que al igual que él, nunca podría ser lo que los demás esperan que fuera, y decidió que él lo amaría así, que él en la medida que pudiera lo protegería. 


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