sábado, 13 de agosto de 2016

Lo que hice de mí /11)

Al otro día durante el desayuno, Mauro, me dijo:
-Mi mama conoce una señora Esther.
-Ah, ¿y?
-Es de las mujeres que ayudan en la casa.
Hablar de poner una sirvienta o una señora para la ayuda de los quehaceres, en una casa que apenas si era de clase media raspando, a principios de los 60, era sinónimo de que la señora de la casa, no servía, y había que gastar de más para que las cosas se hicieran bien.
Deduje lo obvio, que Mauro me había oído por la noche, y se había quedado pensando en la forma de ayudarme, pobre la verdad que para haber sido un hombre criado en una época donde toda "buena mujer" sabia lavar, planchar, tender las camas, barrer, lavar el piso, cocinar, bordar, etc, que no me hubiera insultado, gritado o simplemente mostrarse indiferente, no él hasta había pensado una solución, yo a pesar de todo, no me quedaba de otra que aceptar, ya que tampoco se me ocurría otra opción.
-Bueno, te parece que nos va a alcanzar.
-No, te preocupes, va a alcanzar.
Ya sabia yo como alcanzaría, menos empleados en la maderera, él haciendo el trabajo de estos y cobrando lo que serían horas extras.
Me sentí una explotadora, una miserable, un personaje de novela inglesa en África o la India, donde todas esas mujeres de punta en blanco se dedicaban a pasear con sus sombrillas que ni siquiera eran capaz de llevar ellas, mientras un montón de sirvientes eran explotados para darles el gusto. 
A la mañana siguiente, vino Esther, era una señora de esas sin edad, que pueden tener entre 40 y 60 años, luego me entere por ella que tenia 49, alta robusta, aunque no gorda, fuerte, ni bien le vi las manos supe que era trabajadora, curtidas, rojas, con los muñones pelados, las uñas sin pintar, ni siquiera tenia anillos.
-Linda casa, señora.
-Por favor, llámame Viviana, y tutéame.
-Viviana, pero no puedo tutearla, señora, ya sabe soy de otra generación y usted es quien me está dando trabajo, por ahí con el tiempo, pero...
-Está bien, no se preocupe.
A los pocos minutos, me pidió que le enseñará las habitaciones, lo hice, y enseguida se puso a correr las sabanas para tender la cama, era rápida y eficiente, yo la ayudaba para no verme tan inútil, y ella, inteligente, en ningún momento me dijo, deje que lo hago yo, o para eso estoy acá, nada, me dejó hacer, enseguida me cayó bien.
Pasadas unas semanas, me desahogué con ella, era a la única persona que sentía que le podía tener la confianza suficiente para hablarle de mis penas, teniendo la seguridad que no se lo diría a nadie, y sobre todo que me comprendería.
-Nos pasa a todas, a mí no a su edad, porque no tuve hijos, pero fui la 4 de 8 hermanos, y mi pobre madre siempre estaba al borde de la locura, y peor en una casita de 2 habitaciones, no sabe lo que era eso, y peor cuando mi papa nos dejó, trate de ayudarla todo lo posible, pero murió con una cara de cansancio y amargura que nunca se me va a ir de la cabeza.
Por eso yo cuando ya tenia unos añitos, me anote de enfermera, en casa solo quedaba 1 de mis hermanos, mama y papa habían muerto, por lo que las chicas teníamos cierta libertad, aproveche e hice el curso de enfermera, no quería algún día me casaba y mí marido, hacia lo mismo que mi padre.
Igual las cosas que vi, pero bueno, una por lo menos se queda con la tranquilidad de haber podido ayudar en lo posible, qué sé yo, hacer menos dura la agonía, y no sabe como me alegraba cuando un paciente se recuperaba, o una parturienta daba a luz a un bebe sanito.
Ahí en el hospital conocí a Carlos, mi esposo, que en paz descanse, él ya estaba enfermo de tuberculosis, pero de esa recaída se salvó, pero yo ya no podía separarme de él, y por suerte él tampoco de mí, por lo que el mismo día que le dieron de alta, nos comprometimos, le pidió la mano a mío hermano, que se la dio contentísimo, una menos en la casa, ya que lo que esperaba es que todas nos fuéramos para poderse venir con su mujer, y o tener que construirse una por su cuenta.
Me llevó a vivir a una pensión, al pobre para más no le alcanzaba, además en esa casa lo casera lo trataba como a un hijo, y a mí por suerte me acepto como una hija, no anduvo con odios de suegra, ni nada.
Igual siempre planeábamos hacernos nuestra casita, aunque yo sabia que era incomposible, porque Carlos faltaba mucho al trabajo por su enfermedad, y esos días no hacia un peso, él era relojero, alquilaba un pequeño local, a veces solo le alcazaba para pagar la renta y nada más, se frustraba un montón, y a veces me decía que yo no me había conseguido un esposo, sino un trabajo extra, un enfermo más, que estaba casada con mi profesión, luego se arrepentía y me besaba las manos, pidiéndome perdón, yo lo entendía, es horrible tener una enfermedad crónica y mortal, por eso ambos decidimos no tener hijos, no queríamos que el chico fuera huérfano de padre, además qué vida le iba a poder dar yo con mi sueldito de enfermera.
Un año me duró, no sabe lo que fue cuando ya estaba en las últimas, llore tanto, maldije, grite, y el día que murió, ese mismo día renuncie al trabajo, no soportaba ve a 1 enfermo más.
Desde que hacía mencionado a Carlos, no dejaba de tocar su anillo, que colgaba en una cadena sobre su cuello.
Las 2 nos quedamos un momento llorando en silencio, y luego volvimos a los quehaceres. 


 

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