sábado, 6 de agosto de 2016

Lo que hice de mí /10)

Envejecí tanto en esos años, diría en esos 6 hasta que mi última hija nació, que los sentí como si fueran 20.
Las cosas hace más de 50 años, no eran fáciles, bueno no lo son ahora tampoco, pero por lo menos las mujeres pueden decirlo y reprocharle al hombre o no reprocharle, expresarle que se siente sola, sobrepasada, antes no, antes la mujer tenia que aprender a lidiar con los chicos, porque eso era su deber, su obligación, lo normal.
Y entre lo normal, estaba levantarse a hacer el desayuno, tender la cama, cambiar a los bebe, enseñarle al más grande a caminar, a comer, a hablar, lavar pañales y en esa mierda de tabla que yo la odiaba, que me hacia pedazos las manos y la espalda, temblando de frió en invierno, y transpirando como una cerda en verano, ir con todos mis hijos a comprar la fruta, la verdura, la carne, volver y preparar todo, mientras vigilaba que Victor no tocara nada, o se cayera, o se quemara, ni manchara las paredes, que la bebe y luego la nena y la bebe cuando nació mi última hija, estuvieran bien, que no se pasara la comida, ni mucha ni poca sal, y además de todo eso tratar de tener la casa limpia, repasar los muebles.
Tenia 23 cuando me empezaron a salir canas, por suerte pocas y solo me di cuenta un día que milagrosamente todos los chicos se habían dormido sin joder mucho, y tuve tiempo para cepillarme el pelo tranquila, me reí y luego llore en silencio, para no despertar a Mauro.
Esto que voy a escribir me cuesta hasta reconocérmelo a mí misma, pero en ese momento odie a mis hijos, me sentí un montón de basura que soplo estaba en el mundo para alimentar a esos cerdos que eran ellos, seres que vivían ensuciando, gritando, llorando, con sus garras sobre mi vestido.
Pensé en tantas cosas en ese momento, desde agarrar la poca ropa que tenia e irme a la mierda, cosa que la verdad hacían varias mujeres en esa época, en todas las familias había una hermana, una tía o en el peor de los casos una madre, que se había ido, dejando a todos sus hijos, que luego como brazas calientes eran distribuidos por el padre en las casas de sus hermanos  abuelos, tíos o vecinos cercanos.
Yo entiendo que esos hijos se criaran con un  gran resentimiento hacia sus madres, pero lo de ellas también es comprensible, se sentían atrapadas, rotas, y al primer sinvergüenza que les decía 1 palabra bonita, se iban corriendo y con la lengua afuera como los perros de la calle, igual para las pobres infelices ese remedio era peor que la enfermedad, ya que en el mejor de los casos, terminaban repitiendo patrón, con el tipo que se habían ido, llenándose de otro montón de chicos, nada más que viviendo en condiciones más precarias y siendo juzgadas por todo el mundo, al no estar casadas y ni hablar si alguien se enteraba de lo que habían hecho, la miraban como a una paria, y en el peor, el amante resultaba un hijo de puta, que las terminaba prostituyendo y morían de alguna golpiza propinada por el amante o por alguno de los clientes, sino por alguna enfermedad venérea.
Yo sabia todo eso, además si me iba la culpa no me dejaría vivir, por lo que la única salida era el suicidio, y lo pensé, pero me detuvo la vergüenza, no quería que mis hijos crecieran sabiendo que su madre se había suicidado, tampoco me parecía justo con Mauro, por eso para olvidarme de todo, me desnude y me metí bajo la ducha, dejando que el agua corriera esas ideas de mi mente, me tomé un té, y me acosté. 


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