sábado, 17 de marzo de 2012

Expresiones de mi vida /20) Reclamo.

Ayer, domingo, no me aguantaba. Con el trabajo me pasa algo raro porque no es que me guste o me disguste tanto, ya que disgustos tengo. Pero cuando hace unos cuantos días que no voy, me empiezo a irritar. Ni hablar los domingos, que de por sí me irritan, esa idea de la familia feliz y todos comiendo en la misma mesa y demás. No lo viví nunca, ni con mis padres ni después con mis hijos; siempre fue un día aburrido al que jamás supe encontrarle la vuelta.

Pensaba dormir una larga siesta, que es lo que hago desde hace años, pero Augusto me propuso salir.

—Dale, si mañana no tenés que trabajar, podemos salir a comer en algún lado, la ciudad que vos quieras. 

—No, los domingos todos los lugares están llenos. La gente odia hasta cocinar los domingos y se gasta lo poco que tiene en salidas.

 —Bueno, hoy nosotros vamos a ser uno de esos. 

—Dejate de joder. 

—Dejate de joder vos, ¿para qué querés quedarte apolillando? 

—Porque no soy una pendeja, porque me canso. 

—No empieces con la edad. 

—Es algo que está, no lo podemos negar. 

—Sí, pero vos vivís metiéndola en todo, la edad esto, la edad lo otro, ¡parala! 

—Bueno, pero no sé adónde querés ir. 

—Decidilo vos.

Él lo debía hacer para darme el gusto, pero la verdad es que me hacía sentir como una madre que le decía a su hijo adónde iban a ir. Decidimos ir a Mercedes. La ciudad es mucho más grande que la nuestra. Augusto quiso ir al cine, y ahí pasé de sentirme la madre de un chico a la madre de un adolescente. La película era un melodrama bastante malo, por cierto, pero bueno, como él la había elegido para darme el gusto a mí, le dije que me encantó.

Después fuimos a comer a un pequeño lugar donde de casualidad encontramos una mesa porque estaba lleno. Apenas pudimos hablar, y la verdad es que si bien la comida no era fea, odio estar rodeada de gente, y más para comer. Nunca me gustaron los restaurantes. Entiendo que a la gente no le guste hacer la comida; a mí tampoco me gusta, pero es mucho mejor pedir comida hecha que sentarse cerca de un montón de gente que uno en su vida vio y que te escuchen hablar. No, la verdad es que no es para mí.

Después recorrimos un poco, no mucho; es linda la ciudad, pero yo no había salido con ganas. Igual trataba de parecer que sí, porque Augusto lo había hecho por mí. Pobre, desde que murió mi padre, está todo el día detrás mío. Ahora que lo pienso, él se está comportando como un padre conmigo.

Cuando ya le pareció que yo estaba bien y que todo era hermoso, salimos de vuelta. La ruta es de lo más oscura y tiene bastantes arboledas. De día se ve bastante linda, pero de noche es odioso, por lo menos para mí.

Cuando volvíamos... bueno, no tengo ganas de contarlo ahora porque hace poco de eso y todavía tengo los nervios de punta.

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