sábado, 31 de marzo de 2012

Expresiones de mi vida /22) Varados en la ruta.

Al llegar, nos quedamos en un silencio que parecía acordado, viendo cómo se nublaba el vidrio por nuestra respiración. Augusto prendió el aire para desempañarlo, pero fue poco y nada lo que este hizo; creo que lo nubló más.

Si hay una cosa que odio es el silencio. Hasta cuando estoy sola, enseguida tengo que prender algo o ponerme a cantar por más ridículo y mal que cante; es algo que me hace sentir bien. Y ahí con Augusto, no iba a ser yo la que empezara a hablar, y no podía bajarme y ponerme a cantar afuera como una loca. Así que me puse a cantar ahí, traté de pensar lo más rápido que pude en canciones que nada tuvieran que ver con el amor, pero hay tan pocas, o por lo menos yo no me acordaba de ninguna. Bueno, tampoco me acordaba de ninguna letra. Entonces, me puse a tararear, no sé cuál.

Augusto dejó de mirar el vidrio y me miró fijamente.

—¿Qué hacés? 

—Tarareo, ¿no escuchás? 

—¿Y qué canción?

—No me acuerdo.

Tuve que contenerme por la gracia que me causaba esa conversación.

—¿Quién la cantaba? 

—No sé, solo me acuerdo de la melodía. 

—¡Dale, quién! 

—De verdad, no me acuerdo.

Él se puso a tararear conmigo.

—¡Mierda, yo he escuchado esa canción, pero no me viene quién la cantaba, ni la letra, solo la melodía! 

—¿Y esta otra la conocés?

Me puse a tararearla.

—Esa sí, ¿y vos esta?

Ambos nos pusimos a tararear. Sin darnos cuenta, empezamos a reírnos, a acercarnos, a olvidar el vidrio nublado.

—Nos conocimos por una melodía, ¿te acordás? 

—Sí. 

—Te gustaban las mismas canciones que a mí. 

—Tenemos muchos parecidos, y lo sabés.

Podría haberle contestado que también lo contrario, que teníamos muchas cosas en las que no nos parecíamos en nada, pero no.

Buscamos entre las radios, y había una que pasaba canciones viejas, y muchas de ellas eran las que nosotros habíamos tarareado, incluso esa con la que yo había empezado sin darme cuenta...

—¡Es esa! 

—Sí, mi amor.

Ambos estábamos tan felices. Nos besamos, y de a poco vimos cómo el cielo se transformaba en un celeste rosado. Llegaron los de la aseguradora, arreglaron mecánicamente el auto, nos saludaron de la misma forma y se fueron.

Cuando seguimos, el cielo ya había pasado a un celeste blanquecino, y ya empezaba el amarillo y los primeros rayos del sol. Siempre me gustó el amanecer, así como odio el ocaso, ya que, aunque sea una obviedad lo que pensé y ahora escribo, uno representa la vida y el otro la muerte.

La panadería acababa de abrir. Nos metimos en ella como si estuvieran a punto de cerrar, y pedimos unas facturas, y nos fuimos a la casa. Tomamos un café y las mismas, después nos acostamos.

A pesar del sueño y de que habíamos comido hacía nada, hicimos el amor, y fue la vez más dulce y hermosa. Dormir a esa hora tiene algo contradictorio, por lo menos para mí, que siempre me levanto a más tardar a las nueve, y ese día me estaba recién durmiendo a las ocho. Pero me sentí tan bien por hacerlo.


sábado, 24 de marzo de 2012

Expresiones de mi vida /21) Un domingo diferente.

Augusto paró el auto.

—¿Qué pasa?

—Pinchamos. 

—¿En serio? 

—Sí, no iba a parar si no. Voy a ver si puedo cambiarla. 

—Dejate de joder, llamemos a los del seguro. 

—¿Por una goma pinchada vamos a llamar? 

—Sí, es contra todo riesgo, obvio, bastante me cobran. 

—Creo que puedo cambiarla yo. 

—Ay, los hombres siempre iguales, creyéndose que pueden hacer todo. 

—¿Tan pelotudo te parezco como para no poder cambiar una goma? 

—No es eso. ¿Cuánto hace que no cambias una? Mirá si después te faltó ajustar algo y nos matamos, mejor llamo al seguro. 

—No te va a contestar nadie, y si lo hace, te va a decir que ellos no tienen por qué ayudarte en algo así.

No la seguí porque nos íbamos a pelear, y sobre todo, se iba a tardar más. Nos bajamos del auto, él a buscar la rueda de repuesto, y yo a mover un poco las piernas. Ese lugar que me daban ganas de recorrerlo de día, ahora lo único que quería era salir de ahí. Los árboles, la oscuridad, los ruidos de animales que no llegaba a discernir...

Augusto me miró.

—¿Y ahora qué te pasa? —La goma está desinflada. —¡La puta madre que lo parió! Yo llamo al seguro.

Me atendió una contestadora. Después alguien me dijo que esperara y me pusieron una melodía de mierda. Cuando por fin me atendieron de verdad, fue para decirme que no tenían gente, que esperara, que cuando pudieran, vendrían. ¡Los quería matar, y después matarme! No aguantaba más ahí. ¿Y si pasaba alguien y quería hacernos algo? Me metí al auto y me encerré. Tenía ganas de llorar, pero obvio no lo hice porque no aguanto el dolor de cabeza después. Además, tampoco era para tanto, si era frustrante, pero se podía aguantar.

Él se metió al auto también, más frustrado que yo. Ambos lo estábamos, pero al otro no le importaba. ¡Qué rápido se va todo! Te estás sintiendo hermoso al lado de alguien y al rato no lo querés ni ver. Nos quedamos ahí, escuchando la radio, sin mover siquiera los labios. Me miré en el espejo, estaba ojerosa, horrible.

—No tendríamos que haber salido. 

—Ya era raro que no empezaras. 

—¿Con qué? ¿Con la verdad? 

—¡Dejate de joder con la verdad! ¿Qué te creés la abanderada de la verdad? ¿Quién mierda te pensás que sos? 

—A mí no me hables así, pendejo idiota. Bájate del auto, que es mío. —

¡Andá a cagar! Vivís jodiendo con lo que es tuyo. ¿Qué mierda te pensás que soy yo? ¿Que me compraste, me alquilaste? ¿Por cuánto? 

—Bajate, porque no te aguanto. 

—Enseguida.

Me iba a quedar sola ahí, ¡qué pelotuda había sido! Me bajé del auto y salí a buscarlo.

—¡Augusto, por favor, vení! ¡Augusto, vos me trajiste, por eso estamos acá! 

—¿Ahora qué mierda querés? 

—Quedate. 

—Okey, pero dejá de hinchar las pelotas. 

—Está bien.

Cuando íbamos para el auto, ya quería que llegaran de una vez los del seguro.

sábado, 17 de marzo de 2012

Expresiones de mi vida /20) Reclamo.

Ayer, domingo, no me aguantaba. Con el trabajo me pasa algo raro porque no es que me guste o me disguste tanto, ya que disgustos tengo. Pero cuando hace unos cuantos días que no voy, me empiezo a irritar. Ni hablar los domingos, que de por sí me irritan, esa idea de la familia feliz y todos comiendo en la misma mesa y demás. No lo viví nunca, ni con mis padres ni después con mis hijos; siempre fue un día aburrido al que jamás supe encontrarle la vuelta.

Pensaba dormir una larga siesta, que es lo que hago desde hace años, pero Augusto me propuso salir.

—Dale, si mañana no tenés que trabajar, podemos salir a comer en algún lado, la ciudad que vos quieras. 

—No, los domingos todos los lugares están llenos. La gente odia hasta cocinar los domingos y se gasta lo poco que tiene en salidas.

 —Bueno, hoy nosotros vamos a ser uno de esos. 

—Dejate de joder. 

—Dejate de joder vos, ¿para qué querés quedarte apolillando? 

—Porque no soy una pendeja, porque me canso. 

—No empieces con la edad. 

—Es algo que está, no lo podemos negar. 

—Sí, pero vos vivís metiéndola en todo, la edad esto, la edad lo otro, ¡parala! 

—Bueno, pero no sé adónde querés ir. 

—Decidilo vos.

Él lo debía hacer para darme el gusto, pero la verdad es que me hacía sentir como una madre que le decía a su hijo adónde iban a ir. Decidimos ir a Mercedes. La ciudad es mucho más grande que la nuestra. Augusto quiso ir al cine, y ahí pasé de sentirme la madre de un chico a la madre de un adolescente. La película era un melodrama bastante malo, por cierto, pero bueno, como él la había elegido para darme el gusto a mí, le dije que me encantó.

Después fuimos a comer a un pequeño lugar donde de casualidad encontramos una mesa porque estaba lleno. Apenas pudimos hablar, y la verdad es que si bien la comida no era fea, odio estar rodeada de gente, y más para comer. Nunca me gustaron los restaurantes. Entiendo que a la gente no le guste hacer la comida; a mí tampoco me gusta, pero es mucho mejor pedir comida hecha que sentarse cerca de un montón de gente que uno en su vida vio y que te escuchen hablar. No, la verdad es que no es para mí.

Después recorrimos un poco, no mucho; es linda la ciudad, pero yo no había salido con ganas. Igual trataba de parecer que sí, porque Augusto lo había hecho por mí. Pobre, desde que murió mi padre, está todo el día detrás mío. Ahora que lo pienso, él se está comportando como un padre conmigo.

Cuando ya le pareció que yo estaba bien y que todo era hermoso, salimos de vuelta. La ruta es de lo más oscura y tiene bastantes arboledas. De día se ve bastante linda, pero de noche es odioso, por lo menos para mí.

Cuando volvíamos... bueno, no tengo ganas de contarlo ahora porque hace poco de eso y todavía tengo los nervios de punta.

sábado, 10 de marzo de 2012

Expresiones de mi vida /19) El velorio.

Siempre sentí que seguir viviendo después de la muerte de alguien tiene algo de miserable. No sé, ese olvido que poco a poco hace que uno piense cada vez menos en la persona que murió. Y eso me pasa con papá: cada vez lo pienso menos, me duele menos, y esa falta de dolor, que es olvido, me hace sentir miserable.

El trabajo me agota, aunque la verdad cada vez me preocupa menos. Si total, la mayoría de esos chicos no van a lograr nada, y estoy cansada de luchar contra la corriente. Pero igual, las disputas con los padres me tienen harta.

Y en mi casa, ni hablar. Bueno, me expresé mal, no en mi casa, que estoy yo sola, sino en mi familia. La vieja idea de que la casa y la familia eran lo mismo. A veces pienso si cuando los hijos se hacen grandes y se van a vivir a otro lado, ¿se sigue siendo parte de una familia, o como una parte de un todo, o si es como frente a la muerte, que uno le va dando paso al olvido, la distancia hace que el vínculo familiar se desgaste?

El otro día me llamó Natalia.

—Mamá, ¿va en serio lo tuyo con ese chico? —Lo decís como si fuera una abusadora de menores. —Yo no usaría esa palabra. —¿Ah, no? ¿Y cuál usarías, ridícula? —No sé por qué te ponés a la defensiva. —Porque me estás atacando, Natalia, ¡no te hagas! —Vos te das cuenta por qué sale con vos. —Adiós, Natalia.

Y le corté. ¿Pero quién se cree que es? Yo, cuando ella salía con un tipo que le llevaba un montón de años, no le dije nada, porque la señora se hacía la independiente y no sé cuántas. ¡Ah, pero si yo tengo algo con un tipo más joven se cree con derecho a reclamar! Por eso me alegré de que los varones no la secundaran. Yo sé que mucho no les gusta, y Alejandro apenas pasa me llama. De pasar por casa, ni hablar, porque desde que salgo con Augusto tengo que ir yo para verlo, pero por lo menos no dice nada.

Con Augusto seguimos bien. No hablamos mucho, pero nos entendemos. Me gusta estar con él. No sé cuánto vamos a durar, pero lo que sea que dure, pienso disfrutarlo.

sábado, 3 de marzo de 2012

Expresiones de mi vida /18) La muerte de mi padre.

Un mes sin escribir, y sin nada. Me tomé licencia porque no faltaba nada para volver al trabajo, pero ni loca volvía al otro día de la muerte de papá.

Igual, el velorio fue peor que si hubiera tenido que ir a trabajar. Odio los velorios, es un rejunte de hipócritas. Sí, también están los que de verdad lloran al muerto, pero esos son los menos. La mayoría va a chusmear, y si es posible, a criticar tanto al que se murió como a sus familiares.

—¿Qué? ¡Mirá lo que se puso! —Y esta, ¿por qué llora tanto si lo vivía criticando? —¡Ah, cuando se muere todos lo alaban, pero yo me acuerdo que nunca venían a verlo!

Pero peor que todo eso fue mi madre, ahí diciendo que había sido una abnegada esposa y que lo había cuidado durante su enfermedad. ¡Por favor! Me daban ganas de gritarle: "¿Qué mierda lo cuidaste si se podría decir que lo dejabas encerrado en la pieza, hija de puta?". Pero, ¿con qué autoridad lo iba a decir si yo tampoco lo cuidé? Porque la última vez que lo vi se estaba muriendo, y yo no hice nada, ni siquiera pedí una licencia como hice ahora que murió.

Y me olvidé de decir que muchos no fueron solo a criticar o ver quién lloraba y quién no, sino a ver a mi hermana.

—¡Mirá vos, sin tanto maquillaje no es la gran cosa! —A mí me parece que se ve bien, tampoco es una pendeja, ya debe andar por los cincuenta, si no más. —Che, ¿se llevarían bien? —Andá a saber, por ahí sí, pero quién sabe. —¡Qué lindo tiene el pelo, viste! —Si no lo tiene lindo ella con la plata que gana, no lo tiene nadie. —Tenés razón, ¿cuánto ganará? —Más que nosotras, seguro; a mí apenas me alcanza. —A mí también.

¡Qué bien me sentí sabiendo que esas dos tenían una vida miserable, la que merecían después de todo!

Lo único bueno de todo esto fue el apoyo de Augusto. Él estuvo conmigo, me preparaba la comida, limpiaba la casa. Estuve por decirle que se quedara, pero no, lo pensé y esas cosas no se hacen en un arrebato o por agradecimiento.