sábado, 25 de noviembre de 2023

El eco en casa /6)

El color de las paredes y algunos muebles habían cambiado, pero después, todo seguía igual que cuando Alberto y Verónica fueron a vivir ahí después de casarse.
Verónica estaba feliz, algo la hacía creer que en esa casa podría formar una familia, un hogar como el de sus padres. Se casó más enamorada de la idea de replicar una familia como de la que venía, que de Alberto. Lo quería, no era un hombre feo, pero su idea era otra. Y la de él, hasta donde suponía, Verónica no creía que tampoco estuviera enamorado de ella, y lo consideraba algo favorable, las expectativas, creía, tenían que estar en el respeto mutuo y en la idea de formar un hogar, tener hijos, respetarse y acompañarse. Al principio fue así, se saludaban con una sonrisa y un beso a la mañana. Verónica preparaba el desayuno, mientras Alberto se quedaba un ratito más en la cama, comentaban lo que haría cada uno mientras desayunaban y se despedían hasta el mediodía que Alberto regresaba a almorzar para después volver a irse hasta la tarde.
A veces se aburría o sentía que estaba haciendo las cosas de forma mecánica, como si se tratara más de una representación que de su vida. Pero supuso que era hasta que se adaptara. Eran muchos cambios, casarse, mudarse, tener que ocuparse del nuevo hogar sola, era obvio que tenía que llevar un tiempo. Supuso que a Alberto le pasaba lo mismo, pero no sabía si él quería hablarlo. Cada día que pasaba consideraba más necesario tener una charla, saber qué sentía él, si estaba bien, cómodo, feliz. 
Eligió un sábado para hablar de eso, ese día Alberto solo trabajaba medio día, lo mejor era hablarlo a la noche. 
Repasó en su mente la mejor forma de encarar la pregunta, sin que sonara o pareciera un reclamo o critica, sino lo que era: una duda genuina. Alberto la escuchó, con las pocas palabras que le dijo pareció coincidir con ella, se tomaron de la mano y sonrieron.
Las cosas por un tiempo mejoraron, Verónica quedó embarazada, a los pocos meses la cosa se empezó a complicar, necesitaba reposo, por lo que tanto la madre de Verónica como la de Alberto se turnaban para ayudarlos, hacían las compras, pagaban los servicios, limpiaban la casa, lavaban la ropa, preparaban la comida. Se sentía una inútil y encima enferma, tenía nauseas y calambres continuamente. 
Alberto el primer tiempo fue comprensivo, cuando volvía del trabajo estaba pendiente de todo lo que necesitaba, se quedaba en la habitación con ella, le traía un té, sopa o lo que necesitara. Después de unas semanas cuando volvía del trabajo empezó a quedarse en el comedor mirando televisión, solo entraba a la pieza para dormir y si escuchaba que estaba con nauseas, se daba vuelta para el otro lado. 
A las nauseas y calambres se sumaron los cambios de humor, estaba irritada y sensible, lloraba y gritaba por cualquier cosa.
Un día le dijo a Alberto que era como si no estuviera, que para eso mejor se fuera de la casa. Él le contestó que sí, que era lo que debería hacer porque no la aguantaba más. Se miraron con resentimiento y amargura. 


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