Había querido ser tantas cosas sin lograrlo. Alberto recordó su juventud, había sido una persona bastante optimista y entusiasta. -Quién me ha visto y quién me ve.- Se dijo con sorna.
Aunque siempre le había costado ser constante. Le aburría comprometerse con algo fuera una relación-Verónica, era quien primero se le venía a la cabeza.-estudio o trabajo. Se aburría, lo descuidaba y terminaba abandonando. Desde que le costaba moverse no dejaba de pensar en eso, todas las oportunidades que había desperdiciado en la vida. Su amargura y autodesprecio se reflejaba también en como trataba a los demás.
El verde brilloso de las hojas después de la lluvia, no solo le gustaba a nivel visual, sino que lo hacían sentir mejor, le daban una cierta alegría, un sentimiento de vitalidad, de renacimiento. Sebastián caminó esquivando los charcos las pocas cuadras que lo separaban de su casa, llegó, dejó la mochila, y salió de vuelta. Se alegró de que su padre estuviera en su pieza, mientras menos se vieran, mejor.
Pasó el resto de la tarde con su novia, primero tuvieron sexo, después vieron una serie, hicieron la cena y se fue, no le gustaba quedarse a dormir con ella porque Luciana se levantaba una hora antes que él para ir a trabajar, además ambos eran fastidiosos para dormir, se movían mucho y roncaban.
Mientras volvía a su casa, pensó en la relación que tenía con Luciana, no sabía si llegaría o si quería que llegara a otra cosa, estaba bien así, pero tenía miedo de que ella quisiera algo más y no saber si eso era lo que él buscaba. Estaba cómodo con las cosas así, las charlas, la compañía, el sexo. Pensó que era un boludo, que siempre tenía que sobre pensar las cosas al pedo.
Llegó a su casa, se lavó los dientes y se acostó. Había conseguido no cruzarse con su padre en todo el día, eso era algo que Sebastián nunca dejaba de considerar positivo.