sábado, 13 de abril de 2019

Los rumbos /21)

Se miró la cana, no pensaba arrancársela, le parecía una vanidad idiota hacerlo. Le dio curiosidad y gracia.
Si me vi una es porque ya debo tener varias, bueno, por lo menos algunas.
Agustín tamborileó los dedos sobre la mesa.
Me voy a empezar a teñir, bah no, yo no, voy a ir a una peluquería.
Pensó en su madre que religiosamente iba cada 2 semanas a la peluquería para que le tiñeran las raíces, solo las raíces, porque según decía si no el peló te queda como virulana.
Para qué mierda me voy a teñir, en mi trabajo no necesito verme joven, no quiero salir con nadie, ni siquiera tener encuentros casuales, así que sería un narcisismo inútil.
Al año la mitad de su cabello era grisáceo, le hacia ver más grande de lo que era, igual los anteojos, cuando se cansó de ponerse y sacarse las lentes de contacto.
Consideraba que su aspecto coincidía con su estado mental, se sentía una persona más grande, incluso mayor que lo que aparentaba.
Un día volviendo del trabajo vio a Luciano, se veía igual que cuando se separaron, incluso mejor, porque el corte de pelo que llevaba le resaltaba los rasgos, iba en pareja, no supo por qué, pero decidió seguirlo, estos fueron hasta una plaza y se sentaron en un banco, se pusieron en una posición que ambos estaba uno frente al otro, y charlaba, se miraban, y de vez en cuando se agarraban de la mano.
Agustín se quedó mirándolos, lo suficientemente lejos y oculto como para que si giraban la mirada no lo vieran. 
Qué estoy haciendo, para qué lo seguí, soy patético, ya soltar, soltar, no sé las veces que me tengo que repetir esto, debería tatuármelo como todos los boludos, a ver si viéndolo todos los días me hace efecto.
Se alejó, entró a la casa y se tiró sobre la cama, al día siguiente buscó la mejor peluquería unisex de la ciudad, y fue a teñirse. 


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