sábado, 16 de febrero de 2019

Los rumbos /13)

Lo saludó de forma seca, y Agustín decidió mirarla, estaba demacrada, con los ojos rojos y la cara ojerosa, pero no dijo nada, sabia que si lo hacia solo generaría un momento incomodo y sobre todo inútil, porque él no podía hacer nada por Liliana, ni siquiera consolarla por lo que fuer que le pasaba, ya que nunca había servido para hacerlo.
El ascensor de repente se paró, Liliana empezó a tocar botones y luego a golpear con los puños la puerta, gritando y llorando.
El ascensor volvió a funcionar pero Liliana lo siguió golpeando.
Rozó sus hombros y ella inmediatamente se dio vuelta, no dijo nada, se quedó quiera, parada, las puertas del ascensor se abrieron y Liliana seguía inmóvil, Agustín la agarró suavemente de un brazo y la condujo al pasillo, la sentó en un banco y le preguntó si quería algo.
Liliana no podía hablar, no quería decir nada, menos lo que estaba sintiendo que ni siquiera ella podía explicarlo o entenderlo, se sentía ahogada.
Qué mierda hago con esta mujer acá, no la puedo dejar así, y si llamó a el pelotudo del hijo por ahí no es capaz ni de bajar, o se ponen a pelear acá.
Se sentó al lado de ella, y esperó hasta que estuviera más tranquila.
-Por favor, acompáñame.
Le dijo Liliana y lo agarró de la mano, salió afuera y se puso casi en el medio de la calle, Agustín calculó que buscando un taxi, por lo que le hizo señas al primero que vio mientras con la otra mano sostenia a Liliana.
Se metió con ella adentro.
Liliana le dio un papel al taxista, y este arrancó.


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