sábado, 2 de septiembre de 2017

Encrucijadas de la vida /1)

Apenas una vez por semana solía cocinar algo elaborado, y eso solo las semanas que tenía el humor necesario y las ganas, que era muy de vez en cuando. Pero ese día Laura quería agasajar a Benjamín, su hijo, porque se había graduado, por lo que le haría su comida preferida, lasaña.  
Era uno de los pocos platos que aprendiera a cocinar, en general nunca había tenido ningún interés en la cocina, pero durante unas vacaciones de invierno cuando era chica se despertó y su madre estaba por empezar a amasar,la ayudó, y siempre había recordado como se elaboraba, además prepararla le traía reminiscencias de ese momento con ella, uno de los pocos lindos y buenos, antes que comenzara a odiarla, odio que seguía ahí, latente, y tal vez nunca se fuera. Pero no quería pensar en so, sino en su hijo, en que ya era un abogado, abogado corporativo.
Ningún boludo Benjamín, no se metió en las otras ramas que solo traen dolores de cabeza, bueno también podría haber seguido civil, pero no, mejor esto, con lo inteligente que es, y las notas que saca, ya lo veo ganando un sueldazo, y dentro de nada mudándose a Estados Unidos, porque allá si saben valorar el talento, y él lo tiene.
Benjamín, era su máximo orgullo, a veces pensaba que el único, odiaba su casa, aunque todo dentro de ella lo había elegido, pero le seguía pareciendo chata, chica, mediocre, una casa como cualquier otra, no la que pensaba tener cuando era joven. Casi nada y casi todo lo que proyectara a sus 20 lo tenia, marido, familia, casa, auto, pero no los que había soñado, y lo conseguido no le gustaba, no la satisfacía, no le generaba más que frustración y amargura.

Se despertó sintiendo el olor acre de la salsa, Jorge odiaba levantarse y sentir olor a comida, porque le impedía disfrutar del aire de la mañana, que para él con su vista, su sol, su rocío, eran las mejores horas del día.
Pero no quedaba otra, como tantas veces, tenia que resignarse, igual tampoco era tanto sacrificio, no ese por lo menos.
Suspiro, fue al baño, se lavó la cara, se afeitó, luego volvió a la habitación, se vistió, fue al comedor, vio que su mujer estaba revolviendo la salsa, paso a unos pocos centímetros de ella para llenar la pava de agua, la puso al fuego, en la hornalla más alejada de la que tenia la salsa, y salió un ratito al patio.
El sol todavía no había terminado de secar el rocío, tal vez porque estaba más nublado que despejado.
Se sentó en una de las reposeras, y se quedó viendo como un colibrí aleteaba inninterrupidamente y picoteaba con la misma celeridad uno de los malvones. 
-Se te va a hervir el gua.
Le gritó Laura, Jorge, volvió a suspirar, se levantó de la reposera y entró.


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