sábado, 25 de marzo de 2017

La alargada sombra del molino /19)

Personas revolviendo la basura, haciendo fila frente a las ollas populares, barriendo calles, juntando ramas o solo estando en algún lugar hasta que se le encontrara una utilidad que justificara la miseria del plan trabajar, que alcanzaba para no morirse de hambre y ya, la pobreza se palpaba en todas las calles, se respiraba, se veía hasta en los detalles más triviales, las mujeres dejándose la raíz del cabello sin teñir por falta de plata para la tintura, las uñas sin esmalte, olor a sobaco por falta de desodorante, y por supuesto en la ropa y el calzado, lleno de agujeros o de ínfima categoría, ropa comprada en los mercados de segunda mano, usada o mal confeccionada, igual las zapatillas, que denotaban grandes agujeros, con medias en similares condiciones, que dejaban ver uñas sucias. 
Ruido de tambores, de movilizaciones, calles cortadas por oportunistas que trataban de aprovecharse de ese hambre y es frustración, tratando de luchar contra los oportunistas históricos, punteros y políticos peronistas, no porque les importara la gente más que a estos, sino porque veían su oportunidad para arañar un poco de poder.
Sofia a cambio de que no acamparan frente al molino, donaba varios kilos de harina a las organizaciones sociales, incluso a sus trabajadores.
La devaluación la había ayudado con la deuda que tenía la empresa, y el que ahora gracias a eso su producto era barato a nivel internacional, por lo que mejoraron las exportaciones.
Igual ya todo lo hacia con la expectativa de la próxima crisis que terminaría por cerrar el molino, se sentía como una mujer golpeada, al que el marido después de cada paliza, le regala un ramo de flores o una caja de bombones.

Se sintió aliviada al averiguar que la compañía de seguros que había contratado no se hubiese fundido, aunque le dieron vuelta por meses antes de pagarle.
Afortunadamente para ella, tenía dinero algo de dinero ahorrado en el exterior, y sobre todo en una caja fuerte en su casa, por lo que logró sobrevivir sin tener que vender a mal precio su auto, su casa o despedir a la señora que la ayudaba.
4 meses después, cuando volvió a abrir su tienda insignia, como había pasado en las otras que en general salvo alguna vidriera rota, se habían salvado del saqueo, empezó a recibir clientes extranjeras, turistas que venían a ver el país ese que se había caído, que estaba en crisis, una especie de África en América, pero con buenos y baratos (para su economía) hoteles, y sin la dura barbarie de ese continente, era como ver a a visitar a un pariente pobre, y reconfortarse por estar en una situación mucho más privilegiada. 
También se dio cuenta que esas mujeres no solo estaban haciendo turismo marginal, sino que venían a averiguar si estaba dispuesta a venderles a sus respectivos maridos, la franquicia.
Ana lo pensó por días, estuvo 1 semana dándole vueltas a la idea, estaba cansada del país, de sus crisis, también de sus clientas, pero no, no podía, era su lugar, una extensión de sí misma, una parte de ella, y no estaba dispuesta a extirparla, por más que los beneficios de mantenerla fueran solo un capricho narcisista. 

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