sábado, 15 de octubre de 2011

La cueva de los heridos /6) Hablar.

Tendría que seguir el tratamiento desde su casa.
Su madre la ayudó a vestirse, se sentía extraña volviéndose a cubrir las piernas con algo diferente a las sabanas, o el camisón, el jean en comparación le pareció áspero e incomodo.
Al llegar a la calle, le resultaron anormales los ruidos y los olores que venían de esta.
Quería volver a la habitación.

El medico tardó en llegar, mirar una y otra vez las paredes de la guardia la angustiaban, y ver a su marido más, sobre todo porque se veía cada vez más parecida a él, frustrada, acabada, y sola,  después del trabajo ambos se pasaban todo el día en la casa, apenas hablaban, y si lo hacian era para pelear.
Estaba cansada de ir al hospital, de que le miraran las quemaduras con indiferencia y le dijeran que faltaba poco para que no tuviera que ir más, que se quedara tranquila de que no le quedarían marcas.

Mientras la abrazaba, le decía suavemente en el oído:
-Perdóname, estaba lejos, igual anduve al máximo para llegar, casi se me va el camión a la mierda.
-Fue culpa mía.
-Qué va a ser culpa tuya.
-Era un embarazo de riesgo y yo quise salir, no aguantaba más en la cama, y ahora por eso el bebe...
-El bebe va a estar bien.

Pensar en tener que caminar con un andador, la apabullaba, aunque fuera solo por un tiempo, ella no quería tener que caminar con ayuda.
-Me voy a ver más vieja de lo que estoy, además me va a agotar.
-No seas exagerada, al contrario te va a agilizar las cosas, después no lo vas a querer dejar.
-Los viejos nos tenemos que acostumbrar a todo, a tomar una pastilla para estar despiertos, otra para dormir, es como si nos mantuviéramos vivos a la fuerza.

Enfocó su mirada en la cara de la mujer, ya que los otros dos oficiales no le inspiraban confianza, aunque sabia que muchas veces las mujeres eran todavía más duras con las que sufrían golpes por parte de su pareja.
Aunque esta no era como sus vecinas, que la miraban como reprochándole que su marido le pegara, no, en la cara de la oficial veía comprensión, probablemente fingida, pero era lo que necesitaba para desahogarse, habló y les contó lo que había pasado.
-Después de bañarme había puesto mi ropa a lavarropas, pero sin encenderlo por qué no era suficiente, siempre me dice que no ponga a lavar hasta que no haya bastante ropa, él puso la suya entre la que estaban una camisa blanca que le gusta mucho, y se tiñó por mi remera azul, cuando la vio manchada me agarró de los pelos, me cacheteó, justo cuando me soltó un ratito para volver a agarrar la camisa que se le había caído mientras me cagaba a palos, me escape.

Cuando abrió los ojos, ella al instante se acercó a él.
-¿Querés agua?
La miró extrañado.
-Si, como sabe.
-Siempre se tiene sed después.
Mierda por qué dije eso.
-Fracase.
-Querías matarte.
-¿Conoce a alguien que lo haga por otra cosa?
-Si, porque es una de las formas menos efectivas.
Ambos se miraron sorprendidos, no por lo que se estaban diciendo, sino porque sentían cierta confianza el uno en el otro.

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