Te tendría que costar mucho más mover cada dedo. Viejo hijo de mil putas.
Sebastián decidió irse, ya no le causaba ninguna satisfacción ver a su padre, al contrario, su progreso lo enfurecía y frustraba. No podía entender que ese hombre miserable tuviera otra oportunidad en la vida, no era justo. Justo, yo también esperando que algo sea "justo". ¿En qué mundo vivo? Se rio de su propia ironía. Decidió salir, y se metió en un bar, solo fue a ese porque le gustaba la música y sabía que se llenaba después de las 23:30, como recién eran las 22:00, tenía tiempo de sobra para tomar algo sin estar chocándose con nadie. Ese lugar lo tranquilizaba, su diseño en marrones y verdes de un oscuro suave, la gente (en ese horario) era poca y discreta, solo querían tomar algo y comer manís sin que nadie los jodiera. Pocos hablabas, se limitaban a tomar su cerveza mirando a la nada. Se río pensando en que ese lugar tenía efectos terapéuticos en él. Pagó la cerveza y se fue. Caminó un rato, le gustaba andar a la noche, no cruzarse con casi nadie, ni sentirse visto. La noche era provocadora, o así lo sentía, le daban ganas de sumergirse en ella. No para buscar lo que la mayoría de los nocturnos, que además le caían mal, sino por el estado de quietud que tenía todo. Quizás por eso el resto lo aprovechaban para hacer cosas que no se atrevían de día. Dejaban que las noches los taparan. Él no buscaba alcohol, droga, sexo, o alguna otra evasión que se consideraba relacionado con la noche, pero sí lo mismo que aquellos que lo hacían: el refugio de la discreción, la noche era discreta, eso sí compartía con el resto de los que elegían esa hora del día para salir. Si agarraba una botella y la tiraba contra la vereda o la calle sin que nadie lo mirara o le dijera algo, podía reír a carcajadas, acostarse en un banco o llorar. Podía ser libre.
sábado, 28 de octubre de 2023
El eco en casa /5)
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