martes, 31 de mayo de 2011

Los hilos de Emilse/3) Los sagrados y profanados manteles.

En el momento que Rebeca había apoyado la bandeja y posteriormente las tazas, sin siquiera poner un plato debajo. Estela por fin tomó consciencia de que Emilse estaba muerta.
Su madre nunca apoyaba nada sobre los manteles buenos, solían desayunar, almorzar, merendar y cenar sobre manteles de segunda, con dibujos de flores o frutas, siempre de hule, aunque su madre odiaba el hule, sabía qué era lo mejor para que su mesa no se rallara, además que no se manchaban y duraban mucho más que los de tela.
Recordó una madrugada que Saúl había llegado de un baile y se había puesto a fumar mientras tiraba las cenizas en sus recién sacados zapatos, Emilse estaba revolviendo la alacena media dormida buscando un cenicero. Saúl estaba borracho y se puso a tararear una canción y al mover las manos, olvidando descargar antes el cumulo de cenizas acumuladas en la base del cigarrillo, éstas fueron a dar al centro del mantel. Su madre como si lo hubiera presentido volvió corriendo de la cocina, al ver el mantel ennegrecido lo corrió para ver si su no menos preciada mesa había sido tocada también por la ceniza, al comprobar que no, miro con furia a Saúl, este le sostuvo la mirada, diciendo:
-Solo le rasgué el vestido, el himen lo tiene sano, mamita.
Emilse cerró el puño sobre el cenicero y con el mismo empezó a golpearlo en la cabeza y las mejillas, largando ahogados gritos de furia.
Saúl empezó a pedir ayuda, nadie supo que Estela estaba ahí, que miraba todo por la puerta del pasillo, al sentir el característico ruido que hacia la cama de sus padres cuando alguien se levantaba, volvió a su habitación y cerró la puerta.
Pensó que Saúl tenía que recordar eso, ya que habían sido pocas las veces que Emilse les pegara, por lo menos con las manos, lo suyo era la lengua, con la que los golpeaba, de las golpizas verbales conservaba una amplia gama de recuerdos desde su infancia hasta pocos días atrás.
Al volver su mente y su vista al presente y al mantel, lo primero que atinó fue ir al lavadero, hacia casi diez años que su madre sufría dolores en los huesos y los calmantes solo le permitían realizar pequeñas tareas de cocina pero prohibido lavar la ropa, algo que siempre la calmaba y adoraba hacer. Se pasaba horas refregando con jabón blanco y los nudillos rojos y anchos.
Estela recordó la alegría que sintió cuando a su madre le prohibieron lavar, sobre todo por los manteles, ella decidió hacerle el favor, solo para refregarle su actual incapacidad, hasta que notó que su madre se había resignado y que disfrutaba que alguien lavara a mano los manteles, ese día dejó de hacerlo, y Emilse a regañadientes tuvo que dejar que la chica que venía a cuidarla, los llevara a un lavadero.
Los últimos años de su madre, Estela se pasaba el día con ella, casi siempre discutiendo. 
-A mí no me vengas a joder con eso, siempre fuiste una tarada, una mediocre, mira tus hermanos pero sobre todo tus hermanas bien o mal se destacaron ya desde chiquitas, vos no, siempre entre mis polleras, si hubieras sido varón iban a decir que eras maricón.
-Lo dicen de otro...
-Cállate.
-Entonces no me jodas, mamá, no querés hablar del raro, bueno, entonces hablemos de Agustín.
Agustín, su madre no volvía abrir la boca por varios minutos después que dijeran ese nombre, igual sus hermanos, e incluso ella solía ponerse así. Agustín era "eso" de lo que nadie hablaba.

Estela suspiró, dejó el mantel abollado sobre la mesa, tomó su cartera y salió de la casa, le sorprendió cerrar la puerta y llevarse la mano derecha hacia la cartera buscando un pañuelo de papel para quitarse el olor del perfume de su madre, que siempre después de darle el beso de despedida quedaba impregnado en su nariz.

martes, 24 de mayo de 2011

Los hilos de Enilse/2) El café o la deseada confirmación.

El tintinear de las cucharas se mezcló con el sonido de las sillas al sentarse los cuatro. Rebeca puso primero la bandeja sobre la mesa y después repartió las tazas.
Estela: Mamá no tenía tazas grandes.
Rebeca: Son de casa, las traje para el velorio, las galletitas también sobraron de ahí.
Estela: Parece que hubiera sido una fiesta.

Rebeca: Es un evento, si querés darle un nombre, donde se junta gente, da hambre, y hay que darle algo a los que están ahí, después de todo estuvieron por nosotros, ya que los conocidos de mamá ya están casi todos muertos.
Saúl agarró un puñado de galletitas y las puchó varias veces en el café, las dejaba más tiempo del necesario por lo que se terminaban rompiendo antes de llegar a su boca. Enojado, agarraba la cuchara para engullir los restos aguados.
Saúl: éstas cucharas de mierda no se traen para cuando servís en estas tazas, tráeme una mediana.
Rebeca: Ahí tenés el cajón. 
Rebeca señaló con el dedo el primer cajón del bajo mesada.
Saúl decidió terminarse de un sorbo el café restante, y correr la taza para el medio de la mesa.
Saúl: Hacela corta, querés, nos hiciste venir acá para hablar de la casa.
Rebeca: Esperá que los demás terminen el café.
Estela ni siquiera había agarrado la taza o alguna galletita, su mirada la mantenía fija en el mantel.
Martina, que estaba a dieta, había agarrado una galletitas dividiéndola en tres pedazos, dos de los cuales dejó al lado de la taza, y al tercero lo tenía sostenido con el dedo índice mientras usaba la uña del pulgar para que del trozo de galletita solo quedarán diminutos granitos bajo su mano y algunos sobre la uña del pulgar.
Oscar también dividía en pequeños trozos las galletitas, pero no para demolerlas luego con su pulgar, sino para tragarlas. Rebeca notó que no mascaba solo se metía los trozos de galletita y los tragaba como si fueran cápsulas.
Al ver que el resto de sus hermanos, exceptuando Estela, tenían las tazas vacías, Saúl miró a Rebeca.
Saúl: Empeza.
Rebeca hubiera querido levantar las tazas y repasar la mesa pero decidió darle el gusto a su hermano, y evitar una pelea.
Rebeca: La voy a hacer corta, ¿qué vamos a hacer con la casa?
Saul: La vendemos, la alquilamos o la tenemos para que junte telarañas, por mí que se venda.
Martina: Si, esta bien, listo, ya me puedo ir.
Estela: ¿Quién te persigue?.
Saúl: La que nunca te va a perseguir a vos, la vida.
Estela: Que se venda, así terminamos con la farsa de que somos una familia.
Rebeca: Oscar.
Oscar: Me...parece...bien...si está bien.
Saúl se fue, diciendo un hasta luego general. Martina besó a todos sus hermanos y les prometió que los iba a llamar, Oscar se levantó, saludó a sus hermanas se ofreció a quedarse y ayudarlas a barrer o a buscar algún papel que necesitaran para la sucesión.
Rebeca: No te preocupes, mamá tenía todo en una caja blanca, anda a dormir, mira como estas.
Oscar: ¿Segura?
Rebeca: Anda.
Oscar trató de digerirle a su hermana una tenue sonrisa, pero recordó la muerte de su madre y le pareció una mueca grotesca, contrajo los labios hasta que dio media vuelta y encaró para la puerta.
Rebeca terminó de lavar las tazas, mientras Estela sin que ella se lo pidiera o ésta se hubiera ofrecido, se los había secado, envuelto las tazas en papel de diario, y guardado en la bolsa de papel en la cual las había traído.
Rebeca: Qué buena samaritana, ¿te pasa algo?
Estela: ¿Te molesta que te ayude?
Rebeca: Si querías que me fuera, me lo decías y listo, cerra todo cuando te vayas.
Estela: Yo sé lo que tengo que hacer.
Rebeca: Después de ver los papeles te llamo.
Rebeca agarró la bolsa de papel con las tazas, y se fue.
Estela miró hacia la puerta, puso el ojo sobre la mirilla para ver si su hermana ya estaba en el auto, cuando arrancó el auto, volvió al comedor, se acercó a la mesa y quitó violentamente el mantel como si quisiera arrancarlo.
-Estás muerta mamá, muerta.
La forma en que esas palabras salieron de su boca, eran una mezcla de sorpresa, alegría, expectación, e incertidumbre.

martes, 17 de mayo de 2011

Los hijos de Enilse 1) Precedida/Sucedida.

Desprendía de las ramas las naranjas de mejor color y las colocaba en su floreado delantal. Una de las cosas que más orgullo le hacían sentir a Enilse era su jardín, al entrar en este se encontraba con naranjos, un limonero, un mandarino, y una gran parra sostenida en cuatro delgados pilares donde se enlazaban sus troncos, a pocos metros cercanas al paredón estaban los rosales, con rosas blancas, amarillas, rojas y rosas, y también jazmines, eran sus dos flores preferidas.
Junto con el par de naranjas que había guardado en el bolsillo de su delantal, colocó un limón ya que pensaba almorzar milanesas, después de desprender el limón, sintió que se ahogaba, seguido por un fuerte dolor en el brazo, se apoyo en uno de los pilares debajo de la parra, y con gran esfuerzo caminó los pocos metros que le faltaban hasta llegar a la puerta del lavadero, el sonido del lavarropas la perturbó, y volvió a atacarle el dolor, y a sentir que se ahogaba, caminó unos metros más, llegó hasta la cocina y ahí cayó de rodillas ante la tercer puntada, pero no estaba muerta, se sentía ahogada y supo que iba a morir, pero el momento no llegaba.
Cuánto...cuánto, no aguanto más.
Apenas podía respirar, la puerta del comedor estaba abierta y ella mirando hacia allí, fijó sus ojos en los porta retratos que más que ver, imaginaba, recordó a sus seis hijos y el momento de sus nacimientos.
Todos se veían iguales, rosados, pequeños, indefensos.
El dolor y la asfixia se profundizaron unos segundos más hasta que todo se detuvo. 

Después del entierro decidieron ir a tomar un café.
-Cuando hay un muerto o un enfermo grave,  lo mejor es servir café y si es posible galletitas, porque nunca sabes qué decir.
Tenías razón mama.
Rebeca fue a la cocina, tomó la pava quedándose con ésta en sus manos unos momentos y recordando que la anterior mano que la había sostenido era la de su madre, despejó ese pensamiento y abrió la canilla.
Saúl salió afuera a fumar, se sentía extraño estando en esa casa sin que su madre estuviera en ella.
La más parecida, se dijo Estela, mientras su rostro se reflejaba en el vidrio del porta retrato con una foto de su madre, cuando ésta tenia aproximadamente la misma edad que ella mientras la sostenía.
-Un ratito Daniel o querés que me escape, dales chocolatada y las galletitas...en la segunda puerta de la alacena Daniel, yo todos los días y además trabajo querido, chau.
Martina apagó su celular y exhaló un débil suspiro.
Oscar miró a sus hermanas pensando en alguna frase que decirles, pero sintiendo que cualquier palabra que emitiera iba a ser inadecuada o a sonar a frase hecha, prefirió ser el primero en sentarse a la mesa y esperar el café.


lunes, 9 de mayo de 2011

Olvidadas/recuperadas tertulias.

Cuando oía el sonido de la hebilla del reloj de su marido contra la mesa de luz, Mica le agregaba leña a la salamandra, y metía la yerba dentro del tazón de lata donde calentaba el agua, después que él se sentaba, ella le ponía la taza enfrente, el colador arriba y le servía el mate cocido, Bernardo lo comía con pan que puchaba un par de veces, y después se iba, Mica rápidamente pasaba la rejilla por la mesa, arrastrando las migas con ella, después volvía a poner agua encima, preparar el mate y vigilar el horno con la torta o pastafrora o galletitas que había horneado, ya que después de limpiar la cocina, empezaba a esparcir harina sobre la mesa hasta hacer una pequeña montaña con ella, y después en la sima coronarla con un par de huevos, casi siempre empezaba de esas forma las recetas, después amasaba, y luego horneaba, los días de la pastafrola hacia dulce de leche, aprobándolo cada pocos minutos hasta que comenzaba a disfrutar las cucharadas que se llevaba a la boca,  se sentaba a esperar, siempre llegaba alguien para las cuatro y media, que le contaba quien se había casado, quien había abandonado a los hijos y al marido, y quien había muerto, ella siempre tenia la casa caliente o fresca, ya que en invierno conservaba un farol prendido todo el día, y en verano la cubrían los diferentes arboles que rodeaban el rancho, este siempre estaba pintado, ya que mandaba a Bernardo una vez al año a pintar tanto sus paredes como las chapas, éstas de rojo o verde, y cambiarlas si estaban oxidadas o agujereadas.
Siempre después de oír los golpes en la puerta y levantarse a abrir se aplanaba la pollera.
Hasta el día que su hija le dijo que estaba embarazada, Bernardo se alegró creyendo que había encontrado un novio y que se casaría con él, pero la chica le dijo que no, que el novio la había dejado.
Cuando a las pocas semanas se notó el embarazo, a la pastafrora, las galletitas y las tortas, solo se le acercaban las hormigas y las moscas, o Olga, a Mica le daba más asco ésta última que las dos primeras.
Por una semana siguió horneando.
Al otro día después de limpiar la cocina, no formó una montaña de harina, sino que sacó un ovillo y un par de agujas, cosió hasta la hora del mate cocido de Bernardo, luego siguió hasta cuatro y media que se hizo un té, continuó esta rutina por días, semanas y meses, después al notar que su hija al dejar de darle de mamar al bebe, se acostaba, decidió pasar horas con él, enseñarle a hablar, a caminar, y posteriormente a comer con los cubiertos, volvió a hornear, compró un televisor para que él pudiera ver dibujitos y ella telenovelas, ambos durante el ocaso mientras entraba la ropa oreada se contaban lo proyectado en la pequeña pantalla(aunque ambos estuvieran presentes durante las emisiones, tanto José de las telenovelas, como Mica de los dibujos), él aprendió varias palabras preguntándole qué significaba lo que decían los actores, sobre todo amor, odio, venganza, cariño, caricias, besos.
Olga murió a los pocos meses de que se le diagnosticara cáncer, en el velorio se le acercaron varias parientas, y conocidas a decirle que irían a verla, que extrañaban sus "delicias".
Cuando fue una de sus vecinas a verla, horneó galletitas, quería volver a recibir gente, no le importaba que por años ninguna hubiera pasado a ver como estaba, quería gente en su casa, pero eso duró solo hasta que empezaron a hablar, las visitas que siguieron en los días posteriores le hicieron básicamente las mismas preguntas.
- ¿Y no fue capaz de aparecer siquiera ahora el padre de José?
- Están riquísimas las gelletitas.
- ¿Che, se ponen amarillas las personas con cáncer?
-Sabes lo que decía la enfermera, que tu hija merecía la enfermedad que tenia, la gente es muy puerca, inhumana.
-El chico como lo tomó, pobrecito, le diste algo...no sé un calmante, digo porque en el velorio no se le cayó una lágrima, la gente viste como es para inventar.
Luego de esas visitas a las que recibió sin pronunciar más que monosílabos y sobre el marco de la puerta, siguió ocupadose de José, cuando este le dijo que dejaba la secundaria para ponerse un taller, le exigió y por último le rogó que no lo hiciera, José para no disgustarla, terminó el secundario, luego trabajó en un taller, hasta que pudo abrir el propio.
Cuando José empezó a notar las arrugas y sobre todo los achaques de Mica, la llevó al asilo, alquiló un departamento, mandó a derribar el rancho y comenzó a hacerse su casa donde antes estaba el mismo.
Mientras tanto Mica en el asilo amasaba, horneaba y servía en la mesa galletitas, pasta frora y tortas, y escuchaba las anécdotas de sus compañeros, sobre sus nietos, además de la satisfacción perversa de ver a varias de sus antiguas visitas acompañadas del alemán...