sábado, 26 de septiembre de 2020

El oficio de Manuel /1)

La pantalla del celular,  se iluminó y sonó con una melodía mecánica que simulaba el sonido de los teléfonos de cable.

Manuel, miró el mensaje.
Hola, donde puedo verte?
Manuel le pasó la dirección del hotel donde se estaba quedando.
En la app había puesto solo activo, porque no quería que nadie lo penetrara, por lo menos no alguien con quien solo estaría por plata.
Fue al baño, agarró un vaso, lo lavó, luego lo lleno hasta la mitad, y sacó de su bolsillo, una pequeña bolsa con sello impermeable, llena de Viagra.
Se tomó una, se sentó al borde de la cama, y esperó.
Me tengo que preparar para lo que venga, gordo flaco, joven, viejo, canoso, peludo, pelado, feo, menos feo, lo que sea, con los dientes amarillos, sin dientes.
Empezó a sentir el estómago revuelto.
Lo único que me falta, que me descomponga en plena cogida.
Inspiro, expiro, y se recostó, se levantó, miró por la ventana, bajó la persiana.
Mejor la subo, por ahí no le gusta que este medio oscuro, la deja hasta la mitad, si él me pide que la suba o la baje, lo hago y listo.
Se levantó un poco la remera, y se toco el abdomen trabajado.
Esto seguro que le gusta al viejo verde.
Se bajo la remera, y miro la hora, todavía faltaban unos minutos para que llegara la hora.
Busco en la mesa de luz, y se metió un tic-tac, dejó que este se disolviera en su boca, se había olvidado de comprar desodorante bucal.
Cuando ya tenía los últimos restos de la pastilla sobre la lengua, golpeando el paladar, sonó la puerta.
Al abrirla, se encontró con un hombre de unos 50 años, robusto, Manuel calculo que debía de tener, unos 10 kilos por encima de su peso establecido, tenía una altura promedio, más o menos entre 1,70-1,72, metro.
Manuel sintió confianza en sí mismo, el hombre de cuerpo no era tan feo, estaba bien conservado para la edad que le calculaba, y de cara era un tipo normal, ni lindo, ni feo, uno como tantos otros que se cruzaba por la calle, que podía ser cualquier cosa, kiosquero, camionero, albañil, le veía pinta de todo, y de nada, y su aspecto era igual, su camisa de lino, y su jean, desgastado, junto con sus zapatos mocasines no revelaban nada.
Lo había hecho pasar, y el hombre al entrar se había pasado las manos por el exterior de sus bolsillos.
Manuel no quería que entre ambos se creara silencio alguno, por lo que tragó saliva, y habló:
-Hola.
-Hola, Luis, mucho gusto.
El hombre le tendió la mano, y Manuel se la estrecho.
-Encantado.
Manuel se dijo a sí mismo que cada cliente debía ser diferente, y tener distintas maneras de presentarse.
Debe querer que dé el primer paso.
Se acercó a él, Luis como por instinto, comenzó a desabotonar su camisa.

Se sacó la remera, ambos estaban a poca distancia, se observaban, dejó la remera sobre una silla que estaba a un metro de la cama, Luis lo imitó apoyando su camisa en el respaldo de la misma.
Luego se desabrochó el cinturón, se desató los cordones, se sacó los zapatos, el calzoncillo, y se acercó a la cama.
Manuel lo esperaba, desnudo, había corrido la colcha, y la sabana, estaba sentado en la misma, y la sabana apenas le cubría el sexo, qué Luis notó por la forma qué se dibujaba detrás de la tela, estaba erguido.
Corrió la sábana, y empezó a lamerle el pene.
Los primeros segundos de forma atropellada, y luego suavemente, Manuel no quiso tocarle la nuca, tenía miedo que su reacción le resultará intimidatoria o agresiva a Luis.
El resto del encuentro transcurrió de forma predecible, y de acuerdo a lo pautado por ambos en el mensaje de texto, luego de pasarle una toalla a Luis, se vistió, al mismo tiempo que observaba como lo hacía este, quién luego de colocarse el pantalón y la camisa, pero sin prender los botones todavía, sacó su billetera y le entregó 250.
-Chau.
Le dijo, y él respondió con otro chau, tan mecánico e indiferente como el recibido.
Miró los billetes, luego los puso sobre la mesa de luz, al lado del cenicero, y el velador, y se fue a bañar.


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