martes, 30 de agosto de 2011

La cueva de los heridos /1) Pacientes.

Recordaba los focos, el auto...nada más.
Al despertar en la habitación blanca, su madre la miraba con sorpresa, la vio caminar unos pasos gritando algo que no lograba entender.
Lo primero que escuchó con claridad fue:
-Hija...me escuchas.
-Si....
Apenas escuchó su vos, que le soñó débil y extraña.
-¿Te acordas de algo?
-¿De qué?

Las contracciones eran cada vez más seguidas.
Mierda, por qué, no, por favor, no, que no nazca ahora.
La enfermera que estaba a su lado en la ambulancia la miró con indiferencia.
-Dentro de una hora va a nacer.

Se llevó el índice a su párpado izquierdo y el pulgar al derecho y suspiro.
Le habían puesto diclofenac en vena, lo que le produjo un alivio tenue al principio, pero que con el correr de los minutos se había tornado absoluto, apenas sentía una molestia en el quebrado tobillo.
Miró a su mujer y por unos segundos ambos compartieron un fastidio recíproco, ella desvió su mirada hacia el hijo del dueño de la empresa láctea donde su marido se había quebrado, este parecía un modelo, alto rubio, y educado.
Pensó en su hijo, de pelo largo, los ojos pintados con sombra, encerrándose en el cuarto todo el día y escuchando música a todo volumen.

Todos los días iba a tomarse la presión, tocaba el timbre de la guardia y esperaba sentada en el banco de madera alisándose la pollera y usando los dedos (ya que la vista la tenia clavada en el picaporte) tantear algún agujero o hilacha.

El ojo morado e hinchado, la nariz llena de moco y sangre.

Se peinó para atrás como siempre y luego prendió un broche después de hacer una especie de rodete.
Marcó tarjeta y entró a la guardia.

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