miércoles, 24 de agosto de 2011

Los hijos de Enilse/ 15) Solo el jardín.

Cuando una mañana de finales de julio un hombre se sentó frente a su escritorio y le indicó la casa que quería comprar, no podía creer que fuera la casa de sus padres.
-Está seguro.
-Si, el lugar es perfecto, ayer pasamos con mi señora por ahí, y nos encanta el lugar, que es lo que nos interesa.
-La casa...
-La vamos a demoler, se ve que está bien construida y todo, pero creo que para una casa sea propia hay que hacerla desde los cimientos.
-Mi padre siempre decía eso...

Una semana después todos estaban en la casa, les costó entrar, ya que ninguno había vuelto desde el día del entierro, ni siquiera Rebeca, quien se limitó a indicarle al empleado en donde quería que pusiera el cartel de venta, pero sin siquiera pasar por la calle de la casa.
A ninguno le importó que Estela, usara ropa actual, ni que estuviera todo el rato mandándose mensajes de texto, que Saúl se viera más pálido y ansioso, ni que Martina tuviera dos chocolates sobre las manos, que no quería guardar en el bolsillo para que no se derritieran....

-Yo la verdad que solo me llevaría la maquina de coser, como recuerdo, porque la verdad que entre las de pedal y las eléctricas me quedo toda la vida con las eléctricas.
-Martina.
-Qué me voy a llevar de acá, mis fotos, si ese retrato está lindo, mama tenia una caja guardada con fotos, no, en las que aparezca, me las quedo.
La misma pregunta les hizo a Saúl y a Oscar, y ambos negaron con la cabeza, este último después de su negativa salió al patio, y miró las casas que rodeaban la de sus padres, todas de planta baja, como la mayoría en el pueblo, Buenos Aires era diferente, caótica, ruidosa, su departamento estaba rodeado de otros departamentos, cemento sobre cemento, cada vez que pisaba las rotas baldosas olía el gasoil de los colectivos, y oía sus chillidos, luego las bocinas de los taxis, las personas que indiferentes le rozaban el brazo queriendo pasar, los carteles de neón, y todo eso en las escasas cuadras que lo separaban del museo donde trabajaba.
El puesto se lo había conseguido Lautaro, al principio pensó en rechazarlo, pero al final decidió aceptarlo, en el museo le pagaban más, siempre le había gustado vivir bien, y ahora, después de las horas de trabajo, iba al cine, o al teatro, también solía comer afuera.

Desde que se le descubriera la cirrosis, había empezado a tomar los medicamentos, para al poco tiempo dejarlos y volver a tomar, el medico le dijo que reventaría.
Ya estoy reventado, este hijo de mil puta qué sabe lo que es vivir en esa mierda de casa, al lado del molino, escuchando todo el puto día llegar camiones, viendo como las ratas andan en el patio, oliendo ese olor de mierda del alimento balanceado, eso es reventar, no el alcohol, esa la única medicina.
Había reservado un pasaje para el colectivo que iba con los jubilados a Córdoba, quería morir mirando las sierras, al mismo hotel donde pasara la luna de miel.
Y reventar lejos de los camiones, el alimento balanceado, y las ratas.

Se había juntado con Hugo, por más que se lo propuso no aguanto vivir sola más de unos meses, y ni bien él se lo sugirió ambos dejaron sus departamentos y alquilaron uno entre los dos.
Hugo la contenía, tanto de sus frustraciones laborales, ya que todos los días decía que iba a renunciar, que estaba harta de trabajar en un seguro, que retornaría la carrera, y al otro se entusiasmaba cuando le aumentaban el sueldo, o agrandaban la oficina.
Igual con los hijos, un día les compraba cosas, los atendía, estaba pendiente hasta de la nimiedad más absoluta que le pidieran, para después por una palabra o un gesto de ellos, enojarse, y largarse a llorar.
Los chicos pasaban los fines de semanas con ellos, tratándolos como si fueran tíos, la nena siempre dispuesta a contar de sus días en el jardín, de que chico le gustaba, de cual era su muñeca preferida, pero el nene no, este se pasaba todo el día al lado de su hermana o mirando televisión, tratando de estar lo más lejos posible de su madre.
Siempre después de que los chicos se iban, se abrazaba a él y le susurraba.
-Cada vez lo veo más parecido a Agustín.

Ambos sentían una gran admiración mutua, Estela no podía pensar en el dolor de haber estado casado con alguien amándolo, y que esta persona muriera, y Diego no podía creer la vida gris y solitaria, sin ningún tipo de compañía que había tenido Estela.
Pero sobre todo no querían volver a estar solos, les gustaba hacer proyectos, criticar a sus respectivas familias, tener a alguien con quien hacer la cena, a alguien a quien consultar a quien contarle las incertidumbres y los deseos.
Y todos los sábados como norma salían, por lo general a otra ciudad vecina, elegían un bar, y se sentaban en la barra, y en esta se contaban un secreto, o una anécdota, cuando estas se les acabaron empezaron a inventarlas, ambos se dieron cuenta pero siguieron con la costumbre.

Tenia más de sesenta y cinco años, todo le costaba más, y cada vez su doctor le tenia que aumentar más la dosis para que pudiera dormir, pero no quería ceder ni una hora al ocio, ni estar más de lo indispensable en su casa, ya que al estar en ella pensaba en sus fracasos, en su matrimonio, en sus hijos....
Odiaba la idea de tener que retirarse, porque eso la llevaría a ser una jubilada, y odiaba tener que identificarse con estos.
Para qué quiero retirarme, para asumir que soy vieja, para que mi hijo venda la inmobiliaria, para ver cuando me mete en un asilo, o me pone una mujer que me cague a gritos...no, mejor sigo, y ojala que me muera de un ataque cardíaco, pero no retirada, y menos en un asilo.

Ninguno habló de nada de esto con el otro, desde la muerte de Enilse que solía criticar a cada uno de sus hijos con los demás, era poco o nada lo que sabían del otro, ya que incluso Rebeca, Oscar y Martina que solían tener contacto, cada vez lo hacían de forma más esporádica.

Los muchachos que Rebeca había contratado para llevarse a una casa de antigüedades, termino llevándose todas, ya que ni sus hermanos, ni ella querían ninguno.
Al llevarse el ropero, saco la última caja que quedaba en el estante de arriba, ahí estaban todas las fotos.
-Acá debe haber alguna.
Martina, y los demás miraron la caja, se acercaron a esta y empezaron a mirar las fotos, todos aparecían rígidos y pulcros en estas, con una sonrisa tan grande que era grotesca, Enilse aparecía en la mayoría de estas, mirando fijo a la cámara y con una una postura rígida.
-Esta nunca la había visto, vos Rebeca.
-No yo tampoco.
-Que distinta esta mama.
-Papa también.
La foto representaba a dos veinteañeros con una sonrisa cómplice, su padre con la camisa abierta hasta la mitad, y su madre con un vestido campana y descalza.
-Mamá sacándose una foto descalza, eso si que es un hallazgo.
-Te mentí, bah me había olvidado, si había visto esta foto...me la mostró unos días antes de casarme....

-Mirá...sabes porqué estaba descalza, porque acabábamos de hacer los cimientos, y tu padre me dijo: a vos que te gusta hacerte la linda, vení y apoya los pies y las manos en el cemento, después se va a borrar pero vos sabes que lo hiciste, y lo hice, y pensaba que ésta casa que yo me imaginaba que iba a ser una mansión, como las del barrio del cementerio, las has visto, acá se copiaron de Recoleta, e hicieron el barrio más hermoso al lado del cementerio, ahora no están cuidadas, pero cuando yo era chica no sabes lo que eran, siempre que íbamos con mí tía al cementerio, pasar por esa calle me daba una envidia, quería estar ahí, vivir ahí, y mi tía igual, siempre sin que nos vieran arrancábamos las flores que daban a la calle, que hermosos jardines, mi tía quería que me casara con uno de los hijos de los dueño de una de esas casas, la más grande, la pobre se gastaba hasta lo que no tenia para pagarme el colegio pupila donde iba una de las hijas, pero ahí nadie me hablaba, yo era la pobre, la huérfana, la que los padres se le habían muerto de tuberculosis...
Y conocí a tu padre, su abuelo había hecho plata, pero como a tu padre no le gustaba trabajar en el campo no le daba ni un peso, y este se hizo albañil, mi tía dejó de hablarme cuando se enteró que me iba a casar con él, me enoje tanto porque me trato de desagradecida que le dije que era una vieja frustrada que se iba a morir en esa casucha donde vivía, y que mi marido me construiría una casa más grande que la más grande del cementerio...al principio le encantó la idea, hasta que empezó a tomar forma...que los ladrillos eran muy caros, que no hacia tiempo, que el que se casaba era él, no los que lo ayudaban, que estos le pedían plata, que para qué una casa tan grande, si iba a parir uno tras otro, que si íbamos a comer casa, y quedó esto, que es grande solo eso, pero no es nada, ni siquiera tiene escaleras...y cuando nos vinimos a vivir ni revocada por dentro estaba, podes creer, entonces empecé a hacer el jardín...nunca tendría la casa, pero si las flores, y los árboles, eso me había olvidado de decirte, había que subir la cabeza para ver semejantes arboles, y no solo los altos, sino todos, los frutales, cuando pasabas por la parte de atrás, porque todas esas casas apenas tenían un tejido, por que en el fondo hacia todo eso para que los demás los vieran. Como te decía, los árboles, tenían naranjos, limoneros, ciruelos...eso lo conseguí...no conseguí ni al hombre, ni la casa, ni ser la señora que quería ser...ni los hijos que yo esperaba fueran no sé, gente importante, que me superarán, sabes por qué no puedo ser diferente con ustedes, porque los veo igual que a mí, igual de frustrados, de amargados, de mediocres, y me da no sé qué, como explicártelo, pena, bronca, furia, no haber sabido criarlos mejor, lo que más quise en la vida fue que me superarán, que fueran lo opuesto a mí, y al final todos salieron unos vencidos, unos perdedores, lo único que conseguí fue el jardín...

-Por eso era tan hija de puta.
-Las frustraciones a veces nacen de las cosas más superficiales...igual el jardín se esta pudriendo como ella, y los arboles los va a talar el tipo que la compra no, paisajista y todo se va a traer.
-Con razón la mujer que la cuidaba decía que inventaba que casi no podía moverse pero a ver si crecía bien los rosales, y los frutos iba si, pero a mear no.
Martina y Rebeca, esta última solo había asentido antes la pregunta de Oscar no dijeron nada a lo dicho por Saúl, Oscar y Estela, solo asistieron, y buscaron una foto en donde estuvieran todos, los demás hicieron lo mismo, como si estuvieran consientes de que no se volverían a reunir todos juntos, Saúl fue el último en agarrar una era una de las últimas que se habían sacado, todos juntos para los cincuenta años de casados de sus padres...hacia veinte años...el estaba abrazando a Agustín en la foto, que estaba en la punta lo más alejado posible de sus padres...
Ojala exista algo más que esta mierda Agus...que haya nos vamos a encontrar.

Los pasos de Rebeca, Estela, Saúl, Oscar y Martina resonaban por la vacía casa, el pasillo lo pasaron en dos filas, al cerrar la puerta...todos sintieron algo extraño, se sentían diferentes, eran diferentes..los lazos, los hilos, tejidos por palabras, gestos y acciones, terminando en  reproches, resentimientos, frustraciones, dolor y muerte, se habían cortado.

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