Una vez aburrido se le había dado por ir a un bar gay, conoció a un muchacho, tuvo bastante química con él y lo invitó a su departamento, hasta le confesó de qué vivía luego de considerar que este no tenía prejuicios de ese tipo.
- ¿Che, y qué sentís después de cogerte a alguien y recibir la plata?
-Y más o menos lo mismo que debes sentir vos cuando te depositan.
- ¿Che, y qué sentís después de cogerte a alguien y recibir la plata?
-Y más o menos lo mismo que debes sentir vos cuando te depositan.
-Qué flashero.
A Manuel se le quedó dando vueltas eso en la cabeza, y por varios días cuando recibía la plata se sintió extraño, desagradable, aunque no lo expresaba con sus clientes, a estos siempre les ofrecía una media sonrisa.
Se le fue pasando, como todo, las ideas se le licuaban, la única constante en su vida era su trabajo, cada vez más mecánico, las caricias, los besos, las miradas, toda la fricción, intercambio de saliva, los jadeos, etc, diferentes cuerpos, en algunos casos reacciones, algunos lloraban cuando se venían, otros reían, algunos se daban vuelta y se tapaban hasta el cuello, otros se abrazaban a él, odiaba eso pero les correspondía porque consideraba que todo lo que no estaba estipulado en su sitio web o descripción del perfil en las app de citas, era permitido, además ese contacto no era peor o mejor que los demás, solo que le daba vergüenza ajena que buscaran contención en un prostituto, pero era algo muy habitual.
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