Los tipos que más lo irritaban eran los que querían quedarse por horas con él, los toleraba porque pagaban un montón, pero escucharlos, mirarlos, sentir sus caricias, sus palabras, todos se le hacían iguales.
Viejos pelotudos, flasheaban amor por unas horas, vergüenza ajena dan.
Miraba la comida que había preparado mientras le hablaban de su día, y le ofrecían bebidas, lo miraban anhelantes.
Viejos pelotudos, flasheaban amor por unas horas, vergüenza ajena dan.
Miraba la comida que había preparado mientras le hablaban de su día, y le ofrecían bebidas, lo miraban anhelantes.
Y él les hablaba dulce, los miraba con ternura, los acariciaba, les contaba los inventos que ellos querían sobre su día en la oficina algunos, otros en el taller mecánico, la maderera, el camión o la fantasía que tuvieran, incluso si le pagaban más se disfrazaba, odiaba eso pero algunos le ofrecían muchísima plata por hacerlo y por un mes se dedicó a esa clase de clientes hasta que terminó bloqueándolos a todos. No valían ni siquiera la fortuna que había ganado con ellos.
Puso toda esa plata en dolares.
Y al regresar a sus clientes habituales se sintió relajado y hasta contento.
Y al regresar a sus clientes habituales se sintió relajado y hasta contento.
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