Podría completar el cliché dándole una cachetada, o tirándole una copa llena de vino sobre la cara.
La estaban dejando en un restaurante, y para más discreción, su amante, lo había hecho cerrar esa noche, así ellos estaban los 2 solos, así podía gritar a gusto, que solo los mozos se enterarían y callarían, tanto para mantener sus trabajos, como por la propina que seguramente les daría si lo hacían.
Todo era un cliché, la elegancia del lugar, la de él, impecable con un traje a la medida, hecho en Italia, por uno de los diseñadores más famosos del mundo, y ella, también elegante, aunque no de diseñador, pero si de etiqueta, y obviamente sin pensar que lo que iba a recibir era esa noticia.
No puedo ser tan idiota, pensaba que me pediría matrimonio, de verdad debería agarrar este cuchillo y clavármelo en la carótida.
Si le contesto, voy a sonar despechada, pero qué mierda me importa, si es lo lo que soy, una pobre idiota, otra mujercita infeliz que se sometió a la voluntad de un tipo, que soñó con lo que no era, y ahora la despiertan con susurros, para que se lave la cara, se peine, se vista y luego ya cuando está sentadita y sonriente, tirarle un balde de agua fría.
-Sos un hijo de re mil putas, pero ésta no se va a quedar así, Marcos, vos sabes quien soy.
-Vos también sabes quien soy.
-Si, pero esto...nada, nada.
Por qué miera lo amenace, con eso solo lo previne, idiota que soy, me pudo la calentura, toda la vida tratando de ser cerebral, de no dejarme llevar por las emociones, y tenía que caer en el cliché, de desbaratarme por un hombre, y para peor, por una ruptura, por puro despecho.
Solo me falta salir de acá, ira emborracharme a un bar, y acostarme con el primer tarado que me encare.
Pero no, voy a ser un poquito menos obvia.
Se subió a su auto, bajo la ventanilla, dejó que el viento cálido que anunciaba la lluvia próxima, barriera sus lagrimas azuladas, si ese día había querido usar delineador azul, por lo que era el color que ahora se escurría por sus mejillas.
Manejo con mucha más precaución y lentitud de lo que lo hacía habitualmente.
Al llegar a su departamento, se descalzó, desnudó, puso a llenar la bañera y echó sales dentro, la espuma empezó a surgir, y se metió dentro.
Se quedó dentro de la bañera, hasta que su piel empezó a arrugarse, se colocó la bata, se sentó en una enorme y costosa silla giratoria, apoyó los antebrazos sobre su escritorio, abrió su laptop, y luego buscó una de las llaves que tenía debajo de su escritorio, que abría uno de los cajones, de allí sacó una pequeña caja de música, debajo de la pequeña bailarina que danzaba monotonamente al ritmo de Para Elisa, extrajo un pendrive.
Lo colocó en la laptop, la pantalla se puso negra por un segundo, reflejando su rostro, donde se dibujo una apenas reconocible sonrisa.
Te voy a destruir, Marcos, la venganza es el cliché que mejor me sienta.
Si le contesto, voy a sonar despechada, pero qué mierda me importa, si es lo lo que soy, una pobre idiota, otra mujercita infeliz que se sometió a la voluntad de un tipo, que soñó con lo que no era, y ahora la despiertan con susurros, para que se lave la cara, se peine, se vista y luego ya cuando está sentadita y sonriente, tirarle un balde de agua fría.
-Sos un hijo de re mil putas, pero ésta no se va a quedar así, Marcos, vos sabes quien soy.
-Vos también sabes quien soy.
-Si, pero esto...nada, nada.
Por qué miera lo amenace, con eso solo lo previne, idiota que soy, me pudo la calentura, toda la vida tratando de ser cerebral, de no dejarme llevar por las emociones, y tenía que caer en el cliché, de desbaratarme por un hombre, y para peor, por una ruptura, por puro despecho.
Solo me falta salir de acá, ira emborracharme a un bar, y acostarme con el primer tarado que me encare.
Pero no, voy a ser un poquito menos obvia.
Se subió a su auto, bajo la ventanilla, dejó que el viento cálido que anunciaba la lluvia próxima, barriera sus lagrimas azuladas, si ese día había querido usar delineador azul, por lo que era el color que ahora se escurría por sus mejillas.
Manejo con mucha más precaución y lentitud de lo que lo hacía habitualmente.
Al llegar a su departamento, se descalzó, desnudó, puso a llenar la bañera y echó sales dentro, la espuma empezó a surgir, y se metió dentro.
Se quedó dentro de la bañera, hasta que su piel empezó a arrugarse, se colocó la bata, se sentó en una enorme y costosa silla giratoria, apoyó los antebrazos sobre su escritorio, abrió su laptop, y luego buscó una de las llaves que tenía debajo de su escritorio, que abría uno de los cajones, de allí sacó una pequeña caja de música, debajo de la pequeña bailarina que danzaba monotonamente al ritmo de Para Elisa, extrajo un pendrive.
Lo colocó en la laptop, la pantalla se puso negra por un segundo, reflejando su rostro, donde se dibujo una apenas reconocible sonrisa.
Te voy a destruir, Marcos, la venganza es el cliché que mejor me sienta.
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