En apariencia todo lucía igual, impecable, prolijo, nada se diferencia a cuando él se fuera a la mañana, pero sabía que algo faltaba.
Corrió a la habitación, y encontró lo que en el fondo esperaba, el lado de su mujer con la mayoría de las perchas vacías, solo se conservaban los vestidos que él le había regalado.
También en la parte inferior, estaban los zapatos, y luego en la cómoda, en el joyero, todas sus joyas.
No grito, ni lloró, solo su respiración y ritmo cardíaco se aceleraron por un momento que enseguida controló.
Muy bien, te fuiste, te tengo que encontrar, listo.
Victor solo pensaba en los problemas, si veía soluciones, si no las había, dejaba de pensar en el problema, aunque en el fondo de su ser esa aparente indiferencia era odio, no soportaba no poder afrontar ciertas complicaciones o dificultades. Pero ésta no era una de ellas, encontrar a Claudia sería fácil, algunas llamadas y tendría el lugar exacto donde estaba.
Se sonrió, se miró en el espejo de la habitación, tomó su cepillo y se lo pasó por sobre su brilloso y bien peinado cabello.
A la noche sabía donde comenzaría a trabajar Claudia a partir de la semana que viene, una ciudad del interior a la que conocía solo de nombre, también conocía su dirección, busco en googlee stret view la misma.
Ay Claudia, si, esa casa va con vos.
Se dijo con irónica resignación.
Esa chia de jean y remera gris, con una cola, apuntando todo lo que decía el profesor.
Esa chica a la que él le habló al verla sentada en el bar que estaba a media cuadra de la universidad, esa chica que todo lo hacía de forma tímida, caminar, hablar, sonreír, mirar, como si pidiera perdón solo por existir.
Esa chica era la que él quería para su vida, y había sido todo lo que había esperado.
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