domingo, 5 de abril de 2015

Victima Victimaria /1)

La casa estaba casi idéntica a la última vez que había estado en ella, hacia ahora 5 años, aunque Martín sentía que se parecía tan poco al chico asustado, que salía con mil sentimientos encontrados, aunque monopolizado por el miedo, que le hiciera correr, jadear y llorar.
Ahora, también lo embargaban muchísimos sentimientos, pero como en aquella ocasión, uno dominaba al resto, el resentimiento.
Llegó hasta la puerta, que al igual que que el resto del exterior estaba muy bien conservada, y no se notaba en absoluto el paso del tiempo.
Soltó una profunda inspiración, y luego tocó el timbre, sonó la misma melodía cursi y fastidiosa que entonces, esto le trajo recuerdos sonoros, que eran más fuertes y vividos que los visuales, apoyó su mano izquierda contra la pared, al sentirse mareado luego de que el sonido, le despertara imágenes que creía muertas, pero que resucitaban a cada momento.
Una mujer robusta de unos 40 años, abrió la puerta, e inmediatamente un penetrante olor a jazmín, lo invadió.
-Hola, puedo...
-Hola, soy Martín Mendoza...
-¿Ah, vos sos el sobrino de Magdalena, no?
-Si.
-Claro, pasa por favor, yo soy Isabel.
Él entró, Isabel cerró la puerta, lo miró y sonrió.
Martín bajó la mirada, creyendo que ella sabia todo sobre él, descartó la idea de inmediato, volvió a mirar a Isabel a los ojos, y con un sutil mueca trágica, preguntó.
-¿Como está?
-Mal, aunque es fuerte como un roble, que un roble, un hierro, mira que yo he cuidado un montón de enfermos, y no te creas que te lo digo de la boca para afuera, Magdalena es de las fuertes, otra ya estaría enterrada hace rato..Ay perdona, soy una bestia.
-No te preocupes, y si, mi tía siempre fue fuerte.
Yo no pude venir antes.
-Ella me contó, por tus estudios, te pidió que no los dejaras, es que además de fuerte, tiene un corazón claro detrás de esa coraza, porque parece una piedra, pero es buenísima, yo ya le tengo un aprecio bárbaro, vos vas a creer que soy una falsa, pero te lo digo de con toda sinceridad.
Martín, mientras escuchaba a Isabel, la observo de pies a cabezas, y luego se detuvo en sus gestos, tono de voz y mirada, tratando de dilucidar si era idiota, hipócrita, y termino sin decidirse.
En un momento no se dio cuenta de qué le estaba hablando, ya que repetía la palabra mochila.
-¿Qué?
-¿La mochila, te debe estar pesando un montón, querés que la lleve a tu pieza, por qué te vas a quedar acá, no?
-Si, bueno...gracias, toma.
Se quito la mochila, ni se había dado cuenta del peso que estaba venia dándole a sus hombre.
-Querés ver a tu tía, no, pero antes te tengo que decir, que no se ve igual a como era, te explico, se somete todas las semanas a quimioterapia, y la vas a notar un poco pálida, no te quiero decir como la tenés que tratar, porque no tengo ningún derecho, peor lo mejor, es que no te hagas como se dice vulgarmente el boludo, como si nada pasara, pero tampoco pongas cara de velorio cuando la veas.
Al caminar por el pasillo, sintió un fuerte dejá vú, los latidos se le aceleraron, la boca se le secó, y tuvo que llevarse la mano a la boca para no vomitar.
Isabel que iba adelante, no notó nada.
-Hola tía.
Martín mostró una tenue sonrisa, que solo Isabel tomó una muestra de afecto.
Magdalena, la mujer trigueña, robusta, fuerte, que había conocido, ahora estaba pálida, flaca, envejecida, era como una flor marchita, y que solo hacia falta un apretón, para convertirla en polvo.
Yo le daré ese apretón, a la hija de puta.
-Martín, aunque no me creas, te estaba esperando.
Su voz, alguna vez grave y estentórea, sonaba unos cuentos tonos por debajo de lo que recordaba, aunque Magdalena había tratado de imprimirle su viejo vigor.
-Como no te voy a creer, tía.
Me vengo a quedar con vos.
-Pero che, qué buena noticia, vení a darme un beso, acercate, querido que esto no contagia.
Tanto en la mesa de luz derecha como en la izquierda, había un jarrón, blanco grande, lleno de jazmines, cuando se acercó a la pálida y fría mejilla de Magdalena, notó que el olor se volvía insoportable, como si se acercara a algo putrefacto, y al rosar con sus labios la mejilla, se sintió como una mosca sobre un cadáver. 



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