El último cigarrillo, lograra lo que se había prometido a sí mismo, tantas veces, no volver a fumar, ese día cumplía 53 años, y ya estaba harto de ver las consecuencias que más de 33 años con el vicio, le había dejado en el cuerpo.
Solo a mí se me ocurre dejar el cigarrillo, un domingo a la tarde, bueno, tampoco hubiera sido menos deprimente fumármelo a la mañana, qué día de mierda es el domingo.
Román tiro el cigarrillo, que se apago con el roció del pasto.
Qué pelotudo, en vez de disfrutar del último pucho, me puse a quejarme del domingo.
Se quedó un momento inmóvil, luego se levantó y recogió el cigarrillo a medio que había tirado, estaba húmedo.
Mierda, este no va a poder ser el último.
Lo volvió a tirar, y saco otro del paquete.
El humo de un gris blanquecino, le recordó a cuando veía a su padre de espaldas desde el pasillo, antes de irse a acostar, este siempre se quedaba unos minutos en el comedor fumando, y Román divisaba su espalda y el humo que se levantaba por sobre la cabeza de su padre.
El parecerse a su padre, era uno de los tantos motivos que lo habían motivado a empezar a fumar, aunque los primeros intentos, solo consiguieron ahogarlo, marearlo, y provocarle un profundo asco, no entendía que veía su padre en esa cosa insulsa y amarga.
Era irónico que su vicio lo adquiriera cuando Mariana a punto de estrujar y tirar su atado por el balcón, había agarrado la costumbre por ansiosa, con los examenes, pero después de que un día mientras estudiaba sin darse cuenta la ceniza había caído sobre uno de sus libros quemando media hoja, se juró dejarlo.
Roman cuando ya Mariana habría la puertaventana del balcón, le pidió que se los diera, ésta se los acerco, tirándolos de mala gana sobre la cama.
-Si vas a fumar, anda al balcón o a la terraza, no me llenes de humo el departamento, qué ya bastante me está costando dejarlo, y vos querés agarrarlo.
Ese día fue la primera vez que se fumo un cigarrillo entero, y la última que lo hiciera Mariana.
Espero tener el poder de decisión de ella, tal vez debería quemar algo, la tarjeta.
Se sonrió.
Esta vez, como las últimas 5 veces que se había dicho que lo dejaría, no pensaba mencionarle nada a nadie, ya que Mariana se había cansado de escucharle hablar sobre diferentes fechas y plazos que se ponía para dejarlo, para estar a la semana, de vuelta con un cigarrillo sobre los labios.
Todavía le quedaban unos cinco centímetros de linea blanca, antes de llegar a la café, que era cuando siempre apagaba su cigarrillo.
Inhalo con exagerada fuerza el humo, luego lo exhalo de igual forma, tomo el cigarrillos con el pulgar y el índice, lo llevo hasta la altura de sus ojos, y se quedó mirando como se consumía, antes de que el tenue fugo llegara hasta sus dedos, arrojo el pucho, sobre el fuego de la parrilla.
Luego de eso, se llevo la mano derecha hasta el bolsillo trasero del pantalón, tomo el paquete, en el todavía quedaba un cigarrillo, se lo guardo en el bolsillo de la camisa.
Todavía no había puesto el asado, y ya era hora, decidió que antes de poner la carne en la parrilla, ir hasta la pieza y dejar del paquete en el primer cajón de su mesa de luz.
Solo a mí se me ocurre dejar el cigarrillo, un domingo a la tarde, bueno, tampoco hubiera sido menos deprimente fumármelo a la mañana, qué día de mierda es el domingo.
Román tiro el cigarrillo, que se apago con el roció del pasto.
Qué pelotudo, en vez de disfrutar del último pucho, me puse a quejarme del domingo.
Se quedó un momento inmóvil, luego se levantó y recogió el cigarrillo a medio que había tirado, estaba húmedo.
Mierda, este no va a poder ser el último.
Lo volvió a tirar, y saco otro del paquete.
El humo de un gris blanquecino, le recordó a cuando veía a su padre de espaldas desde el pasillo, antes de irse a acostar, este siempre se quedaba unos minutos en el comedor fumando, y Román divisaba su espalda y el humo que se levantaba por sobre la cabeza de su padre.
El parecerse a su padre, era uno de los tantos motivos que lo habían motivado a empezar a fumar, aunque los primeros intentos, solo consiguieron ahogarlo, marearlo, y provocarle un profundo asco, no entendía que veía su padre en esa cosa insulsa y amarga.
Era irónico que su vicio lo adquiriera cuando Mariana a punto de estrujar y tirar su atado por el balcón, había agarrado la costumbre por ansiosa, con los examenes, pero después de que un día mientras estudiaba sin darse cuenta la ceniza había caído sobre uno de sus libros quemando media hoja, se juró dejarlo.
Roman cuando ya Mariana habría la puertaventana del balcón, le pidió que se los diera, ésta se los acerco, tirándolos de mala gana sobre la cama.
-Si vas a fumar, anda al balcón o a la terraza, no me llenes de humo el departamento, qué ya bastante me está costando dejarlo, y vos querés agarrarlo.
Ese día fue la primera vez que se fumo un cigarrillo entero, y la última que lo hiciera Mariana.
Espero tener el poder de decisión de ella, tal vez debería quemar algo, la tarjeta.
Se sonrió.
Esta vez, como las últimas 5 veces que se había dicho que lo dejaría, no pensaba mencionarle nada a nadie, ya que Mariana se había cansado de escucharle hablar sobre diferentes fechas y plazos que se ponía para dejarlo, para estar a la semana, de vuelta con un cigarrillo sobre los labios.
Todavía le quedaban unos cinco centímetros de linea blanca, antes de llegar a la café, que era cuando siempre apagaba su cigarrillo.
Inhalo con exagerada fuerza el humo, luego lo exhalo de igual forma, tomo el cigarrillos con el pulgar y el índice, lo llevo hasta la altura de sus ojos, y se quedó mirando como se consumía, antes de que el tenue fugo llegara hasta sus dedos, arrojo el pucho, sobre el fuego de la parrilla.
Luego de eso, se llevo la mano derecha hasta el bolsillo trasero del pantalón, tomo el paquete, en el todavía quedaba un cigarrillo, se lo guardo en el bolsillo de la camisa.
Todavía no había puesto el asado, y ya era hora, decidió que antes de poner la carne en la parrilla, ir hasta la pieza y dejar del paquete en el primer cajón de su mesa de luz.
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