Esa noche Armando la llevo a otro lugar parecido al anterior, pero más lujoso, allí bailaron, Silvina nada más seguía los pasos de él, le parecía vivir un sueño, ese hombre era su príncipe, y ella? ella era la cenicienta, por más ridículo que sonara, así era.
Cuando regresaron a el hotel, comenzaron a besarse en la puerta de su habitación, entraron, y él le toco el seno, ella se dejo hacer, aunque sitio un fuerte calor en la cara, sabía lo que iba a pasar, no quería impedírselo, quería ser suya, hacer el amor, lo que fuera que sigificara esa palabra.
Timidamente toco el botón del saco de Armando y lo quitó, luego el segundo, toco su pecho, era duro, Armando era un hombre robusto y por lo que le había contado atlético, ya que solía montar y nadar cuando el tiempo se lo permitía.
Él comenzo a desabrochar su vestido, Silvina sintió como se le erizaba la piel, mientras Armando bajaba el cierre hasta llegar a su cintura.
Las sabanas manchadas, la primera vez que había visto a un hombre desnudo, la primera vez que un hombre la había visto desnuda, la primera vez que le tocaban los senos y la vagina, y que ella tocaba el cuerpo de un hombre, sentía su sexo, sus labios sobre sus hombros, sus manos contra su espalada, la agitación del momento, la respiración de uno sincronizada con la del otro, los jadeos, la transpiración, el dolor, dolía, ardía, peor también era algo lindo, plancentero.
Cuando sintió las sabanas manchadas bajo sus muslos, se dio vuelta y se llevo una mano a la cara, sentía vergüenza de que eso fuera suyo, esa macha de ese color tan repugnante manchando las sabanas blancas, por qué su cuerpo la había traicionado de esa manera? sin poderse contener se largo a llorar.
-Que te pasa mi amor?
-Perdoname.
-Pero, por qué?
-Por eso, es horrible.
-No, no lo es, es algo completamente normal y natural, cuando una mujer deja de ser virgen, sangra.
-Pero...
-Nada, corazón, es así, tan natural como que cuando te pinchas un dedo con una aguja o con la espina de una rosa, sangras, no debes sentir vergüenza por eso, lo debes tomar como lo que es.
Mientras decía estas palabras, Armando pasaba suavemente su mano por las mejillas de Silvia, secando sus lágrimas.
En el rostro de ella se dibujo una pequeña sonrisa.
-Es verdad todo eso?
-Si, pero si tanto te apena esa mancha...
-Si, por favor, dejame limpiarla.
Al día siguiente Silvina salio a la mañana, estaba tan contenta, era una mujer, si estaba segura de serlo, y pronto se casaría con Armando, tendría hijos y viviría en una hermosa casa, con unas escaleras tan magnificas como las que parecían en las películas...decidió comprarse unas revistas, ya que en el hotel se aburría muchísimo, compro de todas, y como le sobraban unos centavos compro un diario.
Cuando termino de leer las revistas, decidió aunque sea leer los títulos y ver las fotografías del diario, mientras lo ojeaba quedo paralizada un momento al ver una de las fotografías, era Armando con una mujer del brazo, al leer el título, ministro de economía con su esposa...
La última palabra se repitió cientos de veces en su cabeza, su esposa, esposa, esposa...
Estaba casado, ella solo era la amante...
Fue al baño, allí estaba la sabana tendida sobre el caño de la cortina de la bañera, a pesar de que había resfregado hasta que sus dedos le dolieran, todavía se percibía la forma de la mancha.
Silvina volvió a salir, tenia que averiguar donde vivía el señor Armando García Vera, y el único lugar donde podía llegar a descubrirlo era la biblioteca, se encamino hasta ésta, y busco en todos los diarios, sus ojos se perdían entre titulares mientras las lágrimas caían, hasta que vio una foto d la casa y leyó debajo donde quedaba está, la anoto, y tomo un taxi hasta ella.
La casa era soberbia, como todo lo que ella conocía de él, una masión, de 3 pisos, de estilo barroco, Silvina inspiro y luego llamo a la puerta.
La recibió una de las muchachas del servicio.
-Que se le ofrece?
-Hablar con...la señora.
-Porque asunto?
-Personal, digale que es algo muy importante.
La muchacha la miro con desconfianza, cerro la puerta y la dejo esperado afuera, Siulvina no se iría, si no aparecía la señora en un momento entraría y la tendría que escuchar, quisiera o no.
La mujer apareció, en la realidad ahí frente a ella era mucho más imponente que en la pequeña fotografía blanco y negro, era rubia, de unos penetrantes ojos azules, y una piel absolutamente blanca, la miro con rechazo, y le hablo de la forma más seca posible.
-Entre.
Su nombre, Silvina trato de recordar su nombre, Victoria, ese era.
No sabía como referirse a ella, si lo hacía por su nombre quedaría como una desubicada, y si la llamaba señora, le estaría dando lugar a que la humillara, no mejor marcaría distancia, no tenia que crear vinculos con esa mujer que probablemente ya había adivinado a lo que venia.
-Sabe a lo que vengo.
-No, digame y vayase.
-Armando, su marido se burlo de mí.
-No creo que con lo desfachateda que es, alguien se bule...
-Él nunca me dijo que estaba casado.
-Y que esperas al venir aquí, mejor largate antes de que...
-De que, a mí no me levante la voz, su marido se burlo de mí, y quiero que sepa que no voy a desaparecer, él me arruino la vida.
-Dejate de pavadas, vos sos una atorranta, una puta.
Silvina le dio una cachetada.
-A mí nadie me insulta.
Victoria reacciono, devolviéndosela, y agarrándola del brazo.
-Te vas de acá, desaparece de mi casa y de la vida de Armando o te juro que te mato.
Silvina quito la mano de Victoria de su brazo, la miro desafiante.
-Usted y su marido se acordaran de mí.
Silvina salio de la casa, llorando, parecía que era lo único que le salía bien esos días, llorar, sentir lastima de si misma, que idiotas había sido todos sus sueños, no podía creer su propia idiotez.
No sabía que hacer, caminaba si ver a nadie, solo moviendo sus pies, por las calles, repletas de personas absolutamente indiferentes a todo, ella era una más, por qué debería ser más importante que todos los demás?
Se sentía agotada, quería dormir, pero no sabía donde, al hotel o podía volver, al convento menos.
Llego hasta una plaza, se sentó sobre uno de sus banco, se agarro los codos con las manos.
Que haría, de que viviría, donde, nadie la tomaría, bah tal vez si, pero donde empezar a buscar y tendría que se runa casa de familia, donde pudiera quedarse a dormir...
Con el poco dinero que todavía tenia, compro otro diario, un diario...horas antes su humor y sus perceptivas era opuestas a las que experimentaba ahora, pero no quiso pensar en ello, dentro de pocas horas más sería de noche, y si no quería dormir en la calle, tendría que encontrar trabajo.
Busco en el diario, y el lugar más cercano ya que no le quedaba plata para pagarse un taxi, donde solicitaban una muchacha que se asemejaba a sus características, era un bar restauran, a cuadro cuadras de donde estaba, camino hasta allí, una señora gorda de unos cincuenta año y unos grandes anteojos, la recibió, le pregunto si sabía cocinar, y ella le dijo que sabía hacer cosas mayoritariamente dulce, la hermana Soledad le había enseñado unas cuantas recetas, y que si quería también limpiaría.
-Está bien, mira si hoy me haces esas mazas que decías, la que tienen almíbar y me dejas la cocina limpia después, te quedas, por lo menos hasta fin de mes.
-Me puede pagar por hoy, por favor, necesito que me pague el día.
-Está bien a ver como te desempeñas.
Silvina, recordó la receta y también a la hermana Soledad y a Florencia, no dejaba de reprocharse lo idiota que había sido en dejar esa vida, que aburrida y monótona, por lo menos no estaba sola y tenia 2 personas que quería y la querían, las mazas le salieron como debía, y le gustaron tanto a la señora que se llamaba Rosa, como a los clientes, Rosa le pidió que hiciera más, después limpio la cocía y dejo todo como estaba antes de que ella las usara, era otra de las cosas que la hermana Soledad siemrpe les recalcaba, el aseo y el orden.
Rosa se acerco con una tenue sonrisa hasta donde ella estaba.
-Espero que le gustara mi trabajo.
-Si, me gusto, toma, esta es la paga del día, y esto son las propias, en donde sirvieron tus mazas dejaro unos cuantos centavos más, y esos son tuyos.
-Muchas gracias señora.
-Rosa, por favor, odio que me hablen de usted y que me llamen señora, ya sé que soy vieja, peor no mañosa, y esas formalidades, las odio.
-Como...tú quieras, rosa.
-Tienes donde quedarte?
-No.
-Ya me parecía.
Rosa tomo una hora de su pequeña libreta donde anotaba los pedidos de los clientes, anoto una dirección en ella y se la dio a Silvina.
-No entiendo.
-Es una pensión, no te preocupes, es un lugar decente, no hay prostitutas, ni nada raro, con Carmen la dueña nos conocemos desde que eramos chicas, mira no sé nada de vos, pero Carmen es conservadora, y no le gusta las chicas solas, yo no sé si te fuiste de la casa de tus padres que, y no me lo tenés porque contar, pero a ella inventale que sos viuda, pero a ella inventale que sos viuda.
-Pero...
-Nada, haceme caso.
La pensión quedaba a pocas cuadras del bar, era una casa, común, de principios de siglo, bien conservada, ahí vivió Silvina, en esos meses convivio con muchas personas, a algunas las llego a conocer su vida, de otras solo su nombre, pero por sobre todo fue descubriendo que podía ser responsable, trabajadora, y que dentro de unos meses tendría que hacerse cargo de un bebe, sería madre soltera.
Odiaba pensar e eso, por lo que se concentraba en su trabajo, y en ahorrar las propinas, se hacia su propia ropa, se compraba zapatos de segunda, y trabajaba.
Un día mientras volvía a la pensión, vio como un auto iba muy despacio hacia ella, no podía correr, ya tenia 7 meses de embarazo, la panza le pesaba, por lo que rogó que solo fuera alguien perdido que quería preguntarle por una dirección, pero no, el auto se cruzo frente a ella y de el mismo bajo Armando.
Cuando regresaron a el hotel, comenzaron a besarse en la puerta de su habitación, entraron, y él le toco el seno, ella se dejo hacer, aunque sitio un fuerte calor en la cara, sabía lo que iba a pasar, no quería impedírselo, quería ser suya, hacer el amor, lo que fuera que sigificara esa palabra.
Timidamente toco el botón del saco de Armando y lo quitó, luego el segundo, toco su pecho, era duro, Armando era un hombre robusto y por lo que le había contado atlético, ya que solía montar y nadar cuando el tiempo se lo permitía.
Él comenzo a desabrochar su vestido, Silvina sintió como se le erizaba la piel, mientras Armando bajaba el cierre hasta llegar a su cintura.
Las sabanas manchadas, la primera vez que había visto a un hombre desnudo, la primera vez que un hombre la había visto desnuda, la primera vez que le tocaban los senos y la vagina, y que ella tocaba el cuerpo de un hombre, sentía su sexo, sus labios sobre sus hombros, sus manos contra su espalada, la agitación del momento, la respiración de uno sincronizada con la del otro, los jadeos, la transpiración, el dolor, dolía, ardía, peor también era algo lindo, plancentero.
Cuando sintió las sabanas manchadas bajo sus muslos, se dio vuelta y se llevo una mano a la cara, sentía vergüenza de que eso fuera suyo, esa macha de ese color tan repugnante manchando las sabanas blancas, por qué su cuerpo la había traicionado de esa manera? sin poderse contener se largo a llorar.
-Que te pasa mi amor?
-Perdoname.
-Pero, por qué?
-Por eso, es horrible.
-No, no lo es, es algo completamente normal y natural, cuando una mujer deja de ser virgen, sangra.
-Pero...
-Nada, corazón, es así, tan natural como que cuando te pinchas un dedo con una aguja o con la espina de una rosa, sangras, no debes sentir vergüenza por eso, lo debes tomar como lo que es.
Mientras decía estas palabras, Armando pasaba suavemente su mano por las mejillas de Silvia, secando sus lágrimas.
En el rostro de ella se dibujo una pequeña sonrisa.
-Es verdad todo eso?
-Si, pero si tanto te apena esa mancha...
-Si, por favor, dejame limpiarla.
Al día siguiente Silvina salio a la mañana, estaba tan contenta, era una mujer, si estaba segura de serlo, y pronto se casaría con Armando, tendría hijos y viviría en una hermosa casa, con unas escaleras tan magnificas como las que parecían en las películas...decidió comprarse unas revistas, ya que en el hotel se aburría muchísimo, compro de todas, y como le sobraban unos centavos compro un diario.
Cuando termino de leer las revistas, decidió aunque sea leer los títulos y ver las fotografías del diario, mientras lo ojeaba quedo paralizada un momento al ver una de las fotografías, era Armando con una mujer del brazo, al leer el título, ministro de economía con su esposa...
La última palabra se repitió cientos de veces en su cabeza, su esposa, esposa, esposa...
Estaba casado, ella solo era la amante...
Fue al baño, allí estaba la sabana tendida sobre el caño de la cortina de la bañera, a pesar de que había resfregado hasta que sus dedos le dolieran, todavía se percibía la forma de la mancha.
Silvina volvió a salir, tenia que averiguar donde vivía el señor Armando García Vera, y el único lugar donde podía llegar a descubrirlo era la biblioteca, se encamino hasta ésta, y busco en todos los diarios, sus ojos se perdían entre titulares mientras las lágrimas caían, hasta que vio una foto d la casa y leyó debajo donde quedaba está, la anoto, y tomo un taxi hasta ella.
La casa era soberbia, como todo lo que ella conocía de él, una masión, de 3 pisos, de estilo barroco, Silvina inspiro y luego llamo a la puerta.
La recibió una de las muchachas del servicio.
-Que se le ofrece?
-Hablar con...la señora.
-Porque asunto?
-Personal, digale que es algo muy importante.
La muchacha la miro con desconfianza, cerro la puerta y la dejo esperado afuera, Siulvina no se iría, si no aparecía la señora en un momento entraría y la tendría que escuchar, quisiera o no.
La mujer apareció, en la realidad ahí frente a ella era mucho más imponente que en la pequeña fotografía blanco y negro, era rubia, de unos penetrantes ojos azules, y una piel absolutamente blanca, la miro con rechazo, y le hablo de la forma más seca posible.
-Entre.
Su nombre, Silvina trato de recordar su nombre, Victoria, ese era.
No sabía como referirse a ella, si lo hacía por su nombre quedaría como una desubicada, y si la llamaba señora, le estaría dando lugar a que la humillara, no mejor marcaría distancia, no tenia que crear vinculos con esa mujer que probablemente ya había adivinado a lo que venia.
-Sabe a lo que vengo.
-No, digame y vayase.
-Armando, su marido se burlo de mí.
-No creo que con lo desfachateda que es, alguien se bule...
-Él nunca me dijo que estaba casado.
-Y que esperas al venir aquí, mejor largate antes de que...
-De que, a mí no me levante la voz, su marido se burlo de mí, y quiero que sepa que no voy a desaparecer, él me arruino la vida.
-Dejate de pavadas, vos sos una atorranta, una puta.
Silvina le dio una cachetada.
-A mí nadie me insulta.
Victoria reacciono, devolviéndosela, y agarrándola del brazo.
-Te vas de acá, desaparece de mi casa y de la vida de Armando o te juro que te mato.
Silvina quito la mano de Victoria de su brazo, la miro desafiante.
-Usted y su marido se acordaran de mí.
Silvina salio de la casa, llorando, parecía que era lo único que le salía bien esos días, llorar, sentir lastima de si misma, que idiotas había sido todos sus sueños, no podía creer su propia idiotez.
No sabía que hacer, caminaba si ver a nadie, solo moviendo sus pies, por las calles, repletas de personas absolutamente indiferentes a todo, ella era una más, por qué debería ser más importante que todos los demás?
Se sentía agotada, quería dormir, pero no sabía donde, al hotel o podía volver, al convento menos.
Llego hasta una plaza, se sentó sobre uno de sus banco, se agarro los codos con las manos.
Que haría, de que viviría, donde, nadie la tomaría, bah tal vez si, pero donde empezar a buscar y tendría que se runa casa de familia, donde pudiera quedarse a dormir...
Con el poco dinero que todavía tenia, compro otro diario, un diario...horas antes su humor y sus perceptivas era opuestas a las que experimentaba ahora, pero no quiso pensar en ello, dentro de pocas horas más sería de noche, y si no quería dormir en la calle, tendría que encontrar trabajo.
Busco en el diario, y el lugar más cercano ya que no le quedaba plata para pagarse un taxi, donde solicitaban una muchacha que se asemejaba a sus características, era un bar restauran, a cuadro cuadras de donde estaba, camino hasta allí, una señora gorda de unos cincuenta año y unos grandes anteojos, la recibió, le pregunto si sabía cocinar, y ella le dijo que sabía hacer cosas mayoritariamente dulce, la hermana Soledad le había enseñado unas cuantas recetas, y que si quería también limpiaría.
-Está bien, mira si hoy me haces esas mazas que decías, la que tienen almíbar y me dejas la cocina limpia después, te quedas, por lo menos hasta fin de mes.
-Me puede pagar por hoy, por favor, necesito que me pague el día.
-Está bien a ver como te desempeñas.
Silvina, recordó la receta y también a la hermana Soledad y a Florencia, no dejaba de reprocharse lo idiota que había sido en dejar esa vida, que aburrida y monótona, por lo menos no estaba sola y tenia 2 personas que quería y la querían, las mazas le salieron como debía, y le gustaron tanto a la señora que se llamaba Rosa, como a los clientes, Rosa le pidió que hiciera más, después limpio la cocía y dejo todo como estaba antes de que ella las usara, era otra de las cosas que la hermana Soledad siemrpe les recalcaba, el aseo y el orden.
Rosa se acerco con una tenue sonrisa hasta donde ella estaba.
-Espero que le gustara mi trabajo.
-Si, me gusto, toma, esta es la paga del día, y esto son las propias, en donde sirvieron tus mazas dejaro unos cuantos centavos más, y esos son tuyos.
-Muchas gracias señora.
-Rosa, por favor, odio que me hablen de usted y que me llamen señora, ya sé que soy vieja, peor no mañosa, y esas formalidades, las odio.
-Como...tú quieras, rosa.
-Tienes donde quedarte?
-No.
-Ya me parecía.
Rosa tomo una hora de su pequeña libreta donde anotaba los pedidos de los clientes, anoto una dirección en ella y se la dio a Silvina.
-No entiendo.
-Es una pensión, no te preocupes, es un lugar decente, no hay prostitutas, ni nada raro, con Carmen la dueña nos conocemos desde que eramos chicas, mira no sé nada de vos, pero Carmen es conservadora, y no le gusta las chicas solas, yo no sé si te fuiste de la casa de tus padres que, y no me lo tenés porque contar, pero a ella inventale que sos viuda, pero a ella inventale que sos viuda.
-Pero...
-Nada, haceme caso.
La pensión quedaba a pocas cuadras del bar, era una casa, común, de principios de siglo, bien conservada, ahí vivió Silvina, en esos meses convivio con muchas personas, a algunas las llego a conocer su vida, de otras solo su nombre, pero por sobre todo fue descubriendo que podía ser responsable, trabajadora, y que dentro de unos meses tendría que hacerse cargo de un bebe, sería madre soltera.
Odiaba pensar e eso, por lo que se concentraba en su trabajo, y en ahorrar las propinas, se hacia su propia ropa, se compraba zapatos de segunda, y trabajaba.
Un día mientras volvía a la pensión, vio como un auto iba muy despacio hacia ella, no podía correr, ya tenia 7 meses de embarazo, la panza le pesaba, por lo que rogó que solo fuera alguien perdido que quería preguntarle por una dirección, pero no, el auto se cruzo frente a ella y de el mismo bajo Armando.
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