Silvina se acerco a él hasta quedar a solo un metro de distancia, pero cuando lo vio tan cerca no supo que hacer, después de todo no dejaba de ser un extraño al que solo había visto una vez en su vida, no sabía lo que le podía esperar junto a él, a cada segundo que pasaba más se arrepentía de haberse ido del convento, y empezaba a tener ganas de volver a escalar el paredón y volver al mismo.
Armando como si adivinara sus intenciones la tomo suavemente de los brazos y la beso en la mejilla.
-Tranquila.
Silvina se llevo las manos a la cara.
-No entiendo como fui capaz de hacer esto.
Armando comezo a acariciarle el cabello, como si de una niña se tratara.
-Sos tan inocente.
-Si lo fuera no estaría acá contigo.
-Tienes razón, a veces las apariencias engañan...
-Supongo...
-Donde querés ir?
-No sé.
-Ya sé, vamos a escuchar una orquesta de tango, querés.
-Bueno.
-Y si te aburrí, salimos y nos vamos al cine, que te parece?
-Me gusta.
El salón de tango no la aburrió, aunque no le gustaban mucho sus letras si el ritmo y sobre todo la forma en que bailaban, parecía tan difícil y los que lo hacían bien eran tan buenos y ágiles, las mujeres se veían tan bien, que ella se sintió apenada de la ropa que llevaba, aunque Armando le había dado un tapado que cubría su uniforme, él lugar era distinguido, aunque relativamente pequeño y por lo que se veía exclusivo.
Armando le pidió una copa de coñac, Silvina nunca había probado alcohol, pero acepto, sitio como a medida que se llevaba el coñac a los labios estos comenzaban a arderle ya sí toda su boca a medida que pasaba la bebida, su paladar, su lengua y por último su garganta, el coñac hizo que sintiera sueño, y se apoyo contra el hombro de Armando, este sin decir nada la levanto de la silla, y se la llevo con él, apenas sentía sus pies sobre el suelo, la subió al auto y arranco.
Poco vio de el lugar donde Armando freno el auto, se sentía mareada y adormecida, subieron unos cuantos escalones y entraron a una habitación grande y alta, él a dejo sobre la cama y ella se durmió.
Al despertar era de día y le dolía la cabeza.
Armando estaba sentado a su lado y muy cerca de él había una bandeja con el desayuno.
-Buen día.
-Hola, que pena, no resistí ni una copa de coñac.
-No te preocupes, la primera vez siempre es dolorosa...
-Te quedaste toda la noche a mí lado?
-Si.
-Sos un príncipe.
-Ja no creas.
-Si lo creo.
-Bueno tú desayuna, yo tengo que salir un rato, aquí te dejo una muda de ropa, y unos zapatos, luego saldrás a comprarte toda la ropa que quieras.
-Y tú.
-Lo siento, peor no puedo acompañarte, pero nos veremos a la noche.
-Lo prometes?
-Claro, adiós.
Al lado de la muda de ropa Armando le había dejado un sobre con mucho dinero y una dirección, donde le decía que gastara todo en ropa, zapatos y sobreros.
Silvina fue a esa dirección, era una tienda donde todo le resulto hermoso, se compro todo lo que quiso y luego con lo que le sobro se compro un labial y maquillaje.
Cuando Armando volvió a la habitación del hotel ella lo estaba esperando con el vestido más bello.
-Como me veo.
-Como una dama...que es lo que eres.
Él se acerco a ella y la beso.
Armando como si adivinara sus intenciones la tomo suavemente de los brazos y la beso en la mejilla.
-Tranquila.
Silvina se llevo las manos a la cara.
-No entiendo como fui capaz de hacer esto.
Armando comezo a acariciarle el cabello, como si de una niña se tratara.
-Sos tan inocente.
-Si lo fuera no estaría acá contigo.
-Tienes razón, a veces las apariencias engañan...
-Supongo...
-Donde querés ir?
-No sé.
-Ya sé, vamos a escuchar una orquesta de tango, querés.
-Bueno.
-Y si te aburrí, salimos y nos vamos al cine, que te parece?
-Me gusta.
El salón de tango no la aburrió, aunque no le gustaban mucho sus letras si el ritmo y sobre todo la forma en que bailaban, parecía tan difícil y los que lo hacían bien eran tan buenos y ágiles, las mujeres se veían tan bien, que ella se sintió apenada de la ropa que llevaba, aunque Armando le había dado un tapado que cubría su uniforme, él lugar era distinguido, aunque relativamente pequeño y por lo que se veía exclusivo.
Armando le pidió una copa de coñac, Silvina nunca había probado alcohol, pero acepto, sitio como a medida que se llevaba el coñac a los labios estos comenzaban a arderle ya sí toda su boca a medida que pasaba la bebida, su paladar, su lengua y por último su garganta, el coñac hizo que sintiera sueño, y se apoyo contra el hombro de Armando, este sin decir nada la levanto de la silla, y se la llevo con él, apenas sentía sus pies sobre el suelo, la subió al auto y arranco.
Poco vio de el lugar donde Armando freno el auto, se sentía mareada y adormecida, subieron unos cuantos escalones y entraron a una habitación grande y alta, él a dejo sobre la cama y ella se durmió.
Al despertar era de día y le dolía la cabeza.
Armando estaba sentado a su lado y muy cerca de él había una bandeja con el desayuno.
-Buen día.
-Hola, que pena, no resistí ni una copa de coñac.
-No te preocupes, la primera vez siempre es dolorosa...
-Te quedaste toda la noche a mí lado?
-Si.
-Sos un príncipe.
-Ja no creas.
-Si lo creo.
-Bueno tú desayuna, yo tengo que salir un rato, aquí te dejo una muda de ropa, y unos zapatos, luego saldrás a comprarte toda la ropa que quieras.
-Y tú.
-Lo siento, peor no puedo acompañarte, pero nos veremos a la noche.
-Lo prometes?
-Claro, adiós.
Al lado de la muda de ropa Armando le había dejado un sobre con mucho dinero y una dirección, donde le decía que gastara todo en ropa, zapatos y sobreros.
Silvina fue a esa dirección, era una tienda donde todo le resulto hermoso, se compro todo lo que quiso y luego con lo que le sobro se compro un labial y maquillaje.
Cuando Armando volvió a la habitación del hotel ella lo estaba esperando con el vestido más bello.
-Como me veo.
-Como una dama...que es lo que eres.
Él se acerco a ella y la beso.
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