sábado, 13 de julio de 2013

El arribo de Laura /3)

Las pulsaciones de Florencia eran cada vez más rápidas, creía que las descubrirían en cualquier momento, y que castigo les impondrían a Silvina tal vez no dejarla salir con la hermana Soledad, pero a ella que la tenían solo como un favor a su madre, para que tuviera una boca menos que alimentar en la casa, seguro la mandaban de vuelta, y que le esperaba en su casa? nada bueno, o un casamiento con cualquiera de los vecinos, o trabajar de sirvienta o lavandera, a cada segundo que pasaba más se arrepentía de haberse prestado a ayuda a Silvina.
Está disco lo más deprisa que pudo el número que le había dado Armando.
Esperaba que no la atendiera una secretaria, para no tener que perder más tiempo, tuvo suerte y fue el propio Armando quien contesto.
-Hola.
-Hola, Armando, soy Silvina la-que decir, la chica, la muchacha, la mujer, no le pareció que ninguno de esos términos sonaran bien-con la que tropezaste el otro día, cerca del cine, recuerdas?
-Por supuesto, me alegro que llamaras.
-Escuchame, no tengo tiempo, no sé por qué estoy haciendo esto, perdoname, creo que no debí llamarte.
-No cuelgues, por favor, no estás haciendo nada malo.
-Yo creo que si.
-Mira, porque no nos vemos, cuando puedes.
-Como poder, no puedo, pero...lo intentare esta noche.
-A que hora?
-A las 21:30.
-Allí estaré.
Silvina cepillo el pelo, y uso el labial que se había comprado a escondidas de la hermana Soledad, un día que esta la había mandado a comprar pochoclos.
-Estas loca.
-Puede ser, pero es mi oportunidad.
-De qué, de recibir el castigo de tu vida?
-De vivir, de salir de acá, si alguna vez viví en otra parte, y creo que si, solo recuerdo imágenes vagas, y desde que recuerdo nadie me ha venido a ver, no tengo familia y si la tengo no les importo, así que antes de pudrirme aquí y terminar como la hermana  Soledad, prefiero arriesgarme.
-Pero no sabes nada de él.
-No me importa, ya te dije, prefiero arriesgarme.
Silvina lamento no poder ponerse otra cosa más que el uniforme del colegio, cuando le pareció que todas las hermanas estaban acostadas, abrió la puerta de su habitación y comenzo a caminar lo más sigilosamente que pudo, hasta llegar al paredón, al llegar, miro en dirección al colegio que no saliera  nadie, y luego se trepo por la enredadera, era ágil y delgada, por lo que no le costo mucho esfuerzo, una vez que pudo divisar la calle, lo vio a él, allí estaba Armando, apoyado sobre el capo de su auto, con un sombrero y un cigarrillo en los labios.

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