Las pulsaciones de Florencia eran cada vez más rápidas, creía que las descubrirían en cualquier momento, y que castigo les impondrían a Silvina tal vez no dejarla salir con la hermana Soledad, pero a ella que la tenían solo como un favor a su madre, para que tuviera una boca menos que alimentar en la casa, seguro la mandaban de vuelta, y que le esperaba en su casa? nada bueno, o un casamiento con cualquiera de los vecinos, o trabajar de sirvienta o lavandera, a cada segundo que pasaba más se arrepentía de haberse prestado a ayuda a Silvina.
Está disco lo más deprisa que pudo el número que le había dado Armando.
Esperaba que no la atendiera una secretaria, para no tener que perder más tiempo, tuvo suerte y fue el propio Armando quien contesto.
-Hola.
-Hola, Armando, soy Silvina la-que decir, la chica, la muchacha, la mujer, no le pareció que ninguno de esos términos sonaran bien-con la que tropezaste el otro día, cerca del cine, recuerdas?
-Por supuesto, me alegro que llamaras.
-Escuchame, no tengo tiempo, no sé por qué estoy haciendo esto, perdoname, creo que no debí llamarte.
-No cuelgues, por favor, no estás haciendo nada malo.
-Yo creo que si.
-Mira, porque no nos vemos, cuando puedes.
-Como poder, no puedo, pero...lo intentare esta noche.
-A que hora?
-A las 21:30.
-Allí estaré.
Silvina cepillo el pelo, y uso el labial que se había comprado a escondidas de la hermana Soledad, un día que esta la había mandado a comprar pochoclos.
-Estas loca.
-Puede ser, pero es mi oportunidad.
-De qué, de recibir el castigo de tu vida?
-De vivir, de salir de acá, si alguna vez viví en otra parte, y creo que si, solo recuerdo imágenes vagas, y desde que recuerdo nadie me ha venido a ver, no tengo familia y si la tengo no les importo, así que antes de pudrirme aquí y terminar como la hermana Soledad, prefiero arriesgarme.
-Pero no sabes nada de él.
-No me importa, ya te dije, prefiero arriesgarme.
Silvina lamento no poder ponerse otra cosa más que el uniforme del colegio, cuando le pareció que todas las hermanas estaban acostadas, abrió la puerta de su habitación y comenzo a caminar lo más sigilosamente que pudo, hasta llegar al paredón, al llegar, miro en dirección al colegio que no saliera nadie, y luego se trepo por la enredadera, era ágil y delgada, por lo que no le costo mucho esfuerzo, una vez que pudo divisar la calle, lo vio a él, allí estaba Armando, apoyado sobre el capo de su auto, con un sombrero y un cigarrillo en los labios.
Está disco lo más deprisa que pudo el número que le había dado Armando.
Esperaba que no la atendiera una secretaria, para no tener que perder más tiempo, tuvo suerte y fue el propio Armando quien contesto.
-Hola.
-Hola, Armando, soy Silvina la-que decir, la chica, la muchacha, la mujer, no le pareció que ninguno de esos términos sonaran bien-con la que tropezaste el otro día, cerca del cine, recuerdas?
-Por supuesto, me alegro que llamaras.
-Escuchame, no tengo tiempo, no sé por qué estoy haciendo esto, perdoname, creo que no debí llamarte.
-No cuelgues, por favor, no estás haciendo nada malo.
-Yo creo que si.
-Mira, porque no nos vemos, cuando puedes.
-Como poder, no puedo, pero...lo intentare esta noche.
-A que hora?
-A las 21:30.
-Allí estaré.
Silvina cepillo el pelo, y uso el labial que se había comprado a escondidas de la hermana Soledad, un día que esta la había mandado a comprar pochoclos.
-Estas loca.
-Puede ser, pero es mi oportunidad.
-De qué, de recibir el castigo de tu vida?
-De vivir, de salir de acá, si alguna vez viví en otra parte, y creo que si, solo recuerdo imágenes vagas, y desde que recuerdo nadie me ha venido a ver, no tengo familia y si la tengo no les importo, así que antes de pudrirme aquí y terminar como la hermana Soledad, prefiero arriesgarme.
-Pero no sabes nada de él.
-No me importa, ya te dije, prefiero arriesgarme.
Silvina lamento no poder ponerse otra cosa más que el uniforme del colegio, cuando le pareció que todas las hermanas estaban acostadas, abrió la puerta de su habitación y comenzo a caminar lo más sigilosamente que pudo, hasta llegar al paredón, al llegar, miro en dirección al colegio que no saliera nadie, y luego se trepo por la enredadera, era ágil y delgada, por lo que no le costo mucho esfuerzo, una vez que pudo divisar la calle, lo vio a él, allí estaba Armando, apoyado sobre el capo de su auto, con un sombrero y un cigarrillo en los labios.
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