sábado, 29 de octubre de 2011

La cueva de los heridos /8) Recuperación.

Ser el centro de atención por varios días la había hecho sentir incomoda, pero ahora que se pasaba casi todas las horas del día sola, extrañaba a las enfermeras y sus preguntas sobre como había dormido, o al doctor viendo como marchaba su recuperación, incluso las visitas de sus familiares.
Ahora estaba casi todo el día sola, su madre había vuelto al trabajo, y el resto de las horas las pasaba limpiando o salia a caminar con sus amigas, ella al contrario, casi no socializaba si no era a través del celular, aunque se estaba cansando de esa rutina, decidió que empezaría alguna carrera una vez que se recuperara.

Ese día le daban el alta.
- ¿Tus hijas no vienen?
-Qué van a venir esas, ahora con la excusa que están enojadas conmigo no me ayudan en nada, lo que quieren es que yo las llame y les diga, lo siendo hijitas por favor metanme en un asilo, es lo mejor para mami.
Cuervas, mientras yo este bien, va para lo bien que puedo estar a mi edad, pero mientras me acuerde como me llamo, donde cocinar, y donde dormir, voy a seguir en mi casa.
Pese a que ella la cuidaba de noche ese día se había ofrecido a ayudarla para que se le hiciera más rápido la vuelta a casa.
- ¿Podes pararte?
-Si, igual tengo que usar esta porquería unos días más, y si le miramos el lado positivo ya no tengo que aguantar a esa pendeja idiota, a ver si la que viene no es peor todavía.
Ambas se rieron.

El gesto le pareció tan antinatural en ella ya que los últimos días no había hecho otra cosa que llorar, pero si, estaba sonriendo, y él también, el bebe estaba pasando del azulado al rosa, y había aumentado medio kilo, se veía más fuerte, la doctora les dijo que pasaran, que lo vieran más de cerca que lo tocaran.
Sentir la suave y frágil piel del bebe, todo en él era frágil, pequeño, sensible.

Le quitaron las vendas, ella se miro la mano con alegría, el doctor le dijo que no le quedarían cicatrices.
Al volver a casa, se sentaron en el sillón y prendieron el televisor, pensaban en divorciarse, pero no sabían si lo harían, no sabían tampoco qué harían con su hijo y sus problemas de droga, no sabían nada, pusieron más fuerte el televisor y se hundieron en sus imágenes y sonidos para no pensar.

Al otro día comenzaría a trabajar, en una ciudad distinta, había alquilado una casa pequeña, no conocía a nadie, y la gente la miraba con recelo, pero ella se sentía bien, por primera vez en años, no tenia golpes, ni rastros violetas o verduscos en la piel.
No sabia que pasaría si su marido la encontraba, no quería pensar, solo quería vivir una nueva vida.

- ¿Que vas a hacer?
-No sé, irme por ahí.
-¿Adonde?
-Mira no te contesto qué te importa, porque medio que me salvaste la vida, pero
para con las preguntas.
-Vas a intentarlo de nuevo.
-Qué sé yo, querés que te mienta y te diga que no, que el suicidio nunca es la solución y todas esas boludeces.
-Hace lo que quieras.
-Obvio.
Se fue de la habitación sin sentir esa angustia que a veces la embargaba cuando sabia que los pacientes iban a tener un futuro difícil, pero cada vez la angustiaba menos, como ahora, ese chico le había caído simpático, pero sabia que se arruinaría la vida, de nada serviría que ella le dijera algo, no, mejor observar y ayudar desde aquí.
Observar, hasta eso ya le causaba poco interés, no veía la hora de jubilarse y salir, ese lugar por más grande y blanco que fuera, se le hacia cada vez más parecido a una cueva, y así era como pensaba en ella, tengo que ir a la cueva, a tal hora salgo de la cueva, hoy tengo que quedarme un rato más en la cueva, y así lo sentía, como un lugar frío e incomodo, en el que quería pasar cada vez menos tiempo.

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