Tenía que cambiar los colores, ya que siempre se le venían a la mente el rojo y el negro, y todas sus pinturas se verían iguales, cosa que odiaba, porque no quería repetir siempre lo mismo, ya consideraba que la vida era una repetición patética y engañosa, como para que el arte la imitara en eso también.
Esmeralda consideraba que el arte debía embellecer, aunque mostrara algo brutal, cosa que en general sus pinturas no hacían, no le interesaba retratar miserias morales o sociales, en general sus cuadros eran paisajes, que escondían algo perturbador, a veces solo por los colores usados para transmitirlo, otras naturalezas muertas, pero lo más sórdido y obvio que había pintado en su vida, eran frutas pudriéndose, agusanadas, perdiendo la forma, a muchos críticos les había gustado, peor para ella era uno de sus peores cuadros.
Siempre pensaba en su misma como un gusano, su madre había muerto durante el padre, y aunque su padre nunca se lo dijera directamente, desde los 7 años, había comprendido que la culpaba por su muerte, con sus silencios, sus miradas, y sobre todo con su indiferencia.
Al principio trato de gustarle a su padre, consideraba que era el único que la podía querer por lo que era ella, y no por su dinero, pero al no conseguirlo comenzó a odiarlo y a mostrarse igual de indiferente que como él lo era con ella.
Pero el vacío persistía, a ausencia de amor, de empatía, lo más parecido a eso que tenía eran las sonrisas serviles de las empleadas de su padre o de sus compañeras de colegio, solo para ir a su piscina, o que las llevara a su casa en Puta del Este, o viajaran en su avión privado, por un tiempo fingió que eso le gustaba, pero pronto se alejó de todas ellas, esas charlas falsas que intentaban con ella la angustiaban y deprimían más que la soledad.
A los 15 empezó a pincharse, no quería cortarse, ni intentar suicidarse, porque sabía que si lo hacía terminaría internada, además estaba harta de ser el cliché de la pobre niña rica, y haciendo eso solo iba a conseguir ser internada en una clínica donde serían todavía más serviles y falsos que en su casa.
Por eso se refugió en la pintura, empezó a leer sobre los cuadros que su padre había comprado, este tenía un gran colación, aunque no le interesaba particularmente el arte plástico, lo veía como una inversión y se había encargado de contar con buenos asesores.
Esmeralda quedó fascinada con las técnicas pictóricas, y decidió que seguiría artes plásticas, pero antes de entrar en la universidad, se cambió el apellido por el de su madre, no quería que nadie en la clase le recordará de quien era hija o tener algún tipo de condescendencia, o al revés envidias y resentimientos, era lo que su apellido y estatus solía provocar en las personas.
Se convirtió en la mejor de su clase, y aunque siempre había sido insegura, su conocimiento de artes, la llevó a darse cuenta que lo que sus profesores le decían, no era mentira, sus dibujos y pinturas eran mejor que el de sus compañeros.
Su vida sería esa, su burbuja, los lienzos, la carbonilla, a veces algún lápiz, los pinceles, las acuarelas, le gustaba el olor de todo eso, y le gustaba crear, sentir que hacía algo bien, que creaba belleza.
Un dí un muchacho se acercó a ella, era hermoso, le hubiera gustado tener papel y lápiz para dibujarlo en ese momento pero no sabía si hubiera podido, ya que sus manos le temblaban, y tuvo que hacer un esfuerzo para darle la mano cuando él se presentó.
-Benjamín, un gusto.
Esmeralda consideraba que el arte debía embellecer, aunque mostrara algo brutal, cosa que en general sus pinturas no hacían, no le interesaba retratar miserias morales o sociales, en general sus cuadros eran paisajes, que escondían algo perturbador, a veces solo por los colores usados para transmitirlo, otras naturalezas muertas, pero lo más sórdido y obvio que había pintado en su vida, eran frutas pudriéndose, agusanadas, perdiendo la forma, a muchos críticos les había gustado, peor para ella era uno de sus peores cuadros.
Siempre pensaba en su misma como un gusano, su madre había muerto durante el padre, y aunque su padre nunca se lo dijera directamente, desde los 7 años, había comprendido que la culpaba por su muerte, con sus silencios, sus miradas, y sobre todo con su indiferencia.
Al principio trato de gustarle a su padre, consideraba que era el único que la podía querer por lo que era ella, y no por su dinero, pero al no conseguirlo comenzó a odiarlo y a mostrarse igual de indiferente que como él lo era con ella.
Pero el vacío persistía, a ausencia de amor, de empatía, lo más parecido a eso que tenía eran las sonrisas serviles de las empleadas de su padre o de sus compañeras de colegio, solo para ir a su piscina, o que las llevara a su casa en Puta del Este, o viajaran en su avión privado, por un tiempo fingió que eso le gustaba, pero pronto se alejó de todas ellas, esas charlas falsas que intentaban con ella la angustiaban y deprimían más que la soledad.
A los 15 empezó a pincharse, no quería cortarse, ni intentar suicidarse, porque sabía que si lo hacía terminaría internada, además estaba harta de ser el cliché de la pobre niña rica, y haciendo eso solo iba a conseguir ser internada en una clínica donde serían todavía más serviles y falsos que en su casa.
Por eso se refugió en la pintura, empezó a leer sobre los cuadros que su padre había comprado, este tenía un gran colación, aunque no le interesaba particularmente el arte plástico, lo veía como una inversión y se había encargado de contar con buenos asesores.
Esmeralda quedó fascinada con las técnicas pictóricas, y decidió que seguiría artes plásticas, pero antes de entrar en la universidad, se cambió el apellido por el de su madre, no quería que nadie en la clase le recordará de quien era hija o tener algún tipo de condescendencia, o al revés envidias y resentimientos, era lo que su apellido y estatus solía provocar en las personas.
Se convirtió en la mejor de su clase, y aunque siempre había sido insegura, su conocimiento de artes, la llevó a darse cuenta que lo que sus profesores le decían, no era mentira, sus dibujos y pinturas eran mejor que el de sus compañeros.
Su vida sería esa, su burbuja, los lienzos, la carbonilla, a veces algún lápiz, los pinceles, las acuarelas, le gustaba el olor de todo eso, y le gustaba crear, sentir que hacía algo bien, que creaba belleza.
Un dí un muchacho se acercó a ella, era hermoso, le hubiera gustado tener papel y lápiz para dibujarlo en ese momento pero no sabía si hubiera podido, ya que sus manos le temblaban, y tuvo que hacer un esfuerzo para darle la mano cuando él se presentó.
-Benjamín, un gusto.
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