Nunca olvidaría el impacto, los vidrios rotos, la sangre, el chirrido de los neumáticos sobre el asfalto, los gritos, los llantos, las bocinas de la ambulancia, el dolor físico, las preguntas, las miradas.
Habían pasado 6 años, pero seguía recordándolo, 6 años desde que su carrera como futbolista se había acabado, 6 años desde que había salido y recaído innumerables veces en el alcohol y la droga, 6 años en que solo veía a su hijo a través de fotos, 6 años donde había pasado de ser Gustavo Terrranova, el Terra, un ídolo a ser el alcohólico drogadicto responsable de un accidente donde había muerto su esposa.
En esos 6 años se había puesto muchísimas veces una pistola en la sien, pero nunca había tenido el coraje de apretar el gatillo, aunque de cierta forma lo revitalizaba sentir el metal sobre sus manos, oler la pólvora, saber que estaba tan cerca de acabar con todo, era algo que le daba la energía necesaria para afrontar otro día, saber que pasar lo que pasara, podía volver a tomar la pistola y acabar con todo. Pero de tanto repetirlo, ya había perdido su efecto, ya no sentía lo mismo, y estaba seguro que no tendría el coraje para hacerlo, se había vuelto una rutina, como cepillarse los dientes antes de acostarse, o lavarse la cara al levantarse.
Esa noche, decidió por primera vez en casi 6 años, desde que le dieran de alta del hospital luego de recuperarse de las heridas ocasionadas por el accidente, de no cargar la pistola y ponerla sobre su sien, fue otro objeto el que agarró, un despertador, no confiaba en la alarma del celular, y no le gustaba ninguno de los tonos que le proponía, no sonaban lo suficientemente molestos para despertarlo, y quería llegar temprano a su nuevo trabajo.
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