Después de más de un año, el cáncer empezó a causarle efectos dañinos, dolores y vómitos, ya no tenía el consuelo de las harinas, ni los azucares, por lo que decidió hacer los arreglos para después de su muerte, eligió el cajón donde ser velada, aunque estaba segura que las escasas personas que estarían allá sería más por cumplir con una formalidad que por otra cosa, estaba segura que nadie la quería, ni la extrañaría, como ella no quería a nadie, ni le causaba pena el dejar el mundo por perder el contacto con alguien.
Eligió un cajón, y también ser cremada y que sus cenizas fueran lanzadas en la ruta, recordó unos pocos momentos de felicidad que había tenido cuando viajaba a la capital a comprar telas antes de casarse, cuando soñaba con ser una gran señora, ahora que lo era, lo único que deseaba era volver a ser esa muchacha, solo para poder tener la capacidad de soñar, y el optimismo que la rodeaba.
Terminare movida por el viento en una de las zanjas, junto con alguna rata, el olor de mis restos se mezclara con el de aceite para camión, nafta, lluvia, pasto, cagadas de perros, gatos, ratas, igual capaz que nadie hace mi voluntad, Santiago no va a tirar mis cenizas, ni siquiera creo que vaya a mi velorio, Agustín, bueno...nada, Ana, pero esa hace rato que se olvido de que existo, Sofia, hasta se va a preguntar como todavía no había muerto.
No me va a quedar otra que dejar plata para que alguien lo haga, la tarada esta que me cuida, si, si tiene ganas, si no tira mis restos en un tacho de basura y usa la urna de caja para meter bijouterie, perfumes o algún juguete de los 200 hijos que tiene, pero bueno, yo ya voy a estar muerta, esto lo hago solo para entretenerme y que se me pasen más rápido las horas.
Cuando el doctor la vio por última vez, ella le preguntó cuanto le quedaba y este le dijo que un día como mucho, antes de caer inconsciente y que la trasladaran al hospital, con gran esfuerzo, se hizo colocar su vestido preferido, que le quedaba grande debido a todo el peso perdido, igual le costó calzarse sus zapatos, porque sus pies eran puro hueso para que las pulseras no se le fueran hasta los antebrazos, tuvo que sostenerlas con sus cadavéricas manos, luego se puso la gargantilla y se hizo pintar los labios, sombrear los ojos y maquillas sus pómulos, se sintió como en esas reproducciones caricaturescas que tenían en México para el día de muertos, pero no le importo.
Todas terminan yendo al hospital pálidas, demacradas, en un camisón blanco, yo no.
Eligió un cajón, y también ser cremada y que sus cenizas fueran lanzadas en la ruta, recordó unos pocos momentos de felicidad que había tenido cuando viajaba a la capital a comprar telas antes de casarse, cuando soñaba con ser una gran señora, ahora que lo era, lo único que deseaba era volver a ser esa muchacha, solo para poder tener la capacidad de soñar, y el optimismo que la rodeaba.
Terminare movida por el viento en una de las zanjas, junto con alguna rata, el olor de mis restos se mezclara con el de aceite para camión, nafta, lluvia, pasto, cagadas de perros, gatos, ratas, igual capaz que nadie hace mi voluntad, Santiago no va a tirar mis cenizas, ni siquiera creo que vaya a mi velorio, Agustín, bueno...nada, Ana, pero esa hace rato que se olvido de que existo, Sofia, hasta se va a preguntar como todavía no había muerto.
No me va a quedar otra que dejar plata para que alguien lo haga, la tarada esta que me cuida, si, si tiene ganas, si no tira mis restos en un tacho de basura y usa la urna de caja para meter bijouterie, perfumes o algún juguete de los 200 hijos que tiene, pero bueno, yo ya voy a estar muerta, esto lo hago solo para entretenerme y que se me pasen más rápido las horas.
Cuando el doctor la vio por última vez, ella le preguntó cuanto le quedaba y este le dijo que un día como mucho, antes de caer inconsciente y que la trasladaran al hospital, con gran esfuerzo, se hizo colocar su vestido preferido, que le quedaba grande debido a todo el peso perdido, igual le costó calzarse sus zapatos, porque sus pies eran puro hueso para que las pulseras no se le fueran hasta los antebrazos, tuvo que sostenerlas con sus cadavéricas manos, luego se puso la gargantilla y se hizo pintar los labios, sombrear los ojos y maquillas sus pómulos, se sintió como en esas reproducciones caricaturescas que tenían en México para el día de muertos, pero no le importo.
Todas terminan yendo al hospital pálidas, demacradas, en un camisón blanco, yo no.
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