sábado, 24 de octubre de 2015

Victima Victimaria /29)

A ella a diferencia de mucha gente que el saber que se van a morir en un plazo corto de tiempo, esto no le provocaba más que angustia, no tenia con quién recuperar el tiempo perdido, ya que no tenia afectos, no tenia el dinero, ni el interés, para conocer lugares, no tenia ninguna afición por nada, como para pasar los días dedicada a ella.
Pidió la jubilación adelantada, ya que también había perdido el poco entusiasmo que le generaba su trabajo.
Solo se decidió a ir a Capital Federal, al cine, porque nunca había ido, como en la cartelera ninguno de los títulos y póster la entusiasmaban, entró a la que menos la disgustaban y paso 90 minutos aburrida y ensordecida en una butaca, sintiendo que el viaje no había valido la pena.
Durante ese viaje, fue la última vez que se arreglo para salir, luego, ya no volvió a teñirse, ni a usar zapatos, ni siquiera a planchar la ropa, se la ponía como la sacaba de la soga.
Esa relativa impunidad, era lo único que le gustaba de ser una enferma terminal.
Antes de que su estado se pusiera peor, cuando ya le volvieron los dolores, y sabia que tendría que regresar a la quimioterapia y esta la dejaría sin fuerzas para nada, y completamente dependiente de una enfermera, decidió ir al cementerio.
Las lapidas grises, llenas de flores marchitas, verdín o moho, las diferentes cruces, algunas de azulejos azules, algunas pocas de mármol, de cerámica marrón, otras sencillamente de cemento blanqueadas con cal, otras de fierro ya oxidados debido a las innumerables décadas que llevaban frente a la tumba.
En su lento andar por los estrechos y laberínticos caminos del cementerio, piso varios escarabajos, que enseguida eran envueltos por un torrente de hormigas.
Llego hasta la lapida de su madre, al lado de la de su padre, y al lado de esta, el espacio reservado para ella, donde ahora crecía un pasto de un verde mustio, lleno de hiervas cortas.
Unos cuantos metros a la derecha, encontró la lapida de Maura, al lado de la de Gabriel, ésta había pedido expresamente que se la enterrara al lado de su marido, y a Magdalena, no le había quedado más que respetar su decisión.
A pesar de que su sombra se proyectaba sobre ambas tumbas, no pudo imaginarlos como hubiera querido, como dos esqueletos grotescos con los trozos de vestimenta que todavía tendrían, si el tiempo no los había carcomido ya.
No, los imagino vivos, vitales, y más jóvenes que ella, llenos de amor el uno por el otro.
Las lagrimas cegaron esta visión, las corrió rápidamente con un pañuelo de papel, y se fue del cementerio, pensando que la próxima vez que entrara allí, sería en un cajón. 


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