Los vómitos otra vez, se sentía débil, y la quimioterapia, parecía no traerle más que molestias.
Se pasaba todo el día en la cama, sin ganas siquiera de oír el televisor, ya que verlo le era imposible porque el dolor de cabeza se agudizaba.
Dormitaba un par de minutos, para que enseguida la despertaran los dolores, y descubriera su mejilla mojada por su propia saliva.
Isabel era su único alivio, la que la sostenía, y estaba allí para alcanzarle gua, la cuál casi siempre terminaba vomitando, e Isabel esta vez le alcanzaba el balde, siempre sabiendo cuando decir algo, y cuando ayudar en silencio, como cuando cambiaba la funda de la almohada, al notarla mojada por la saliva o el sudor.
Lo malo es que siempre al lado o cerca de Isabel, estaba Martín con una mueca cercana a la sonrisa en los labios, aunque donde más evidente se le hacia la satisfacción que notaba en él, era en sus ojos, el brillo que se veía en ellos, la última vez que notara ese brillo en los ojos de su sobrino, había sido antes de que Maura, se enfermara.
Magdalena se repetía en su cabeza una y otra vez, que tenia que luchar contra 2 canceres,y sentía que el 2 llamado Martín, era más fuerte que el primero.
Cuando fueron pasando los días, ese pensamiento, en vez de debilitarla, la fue fortaleciendo, toda su vida había sido un rosario de frustración, resentimiento, y angustia, y como si todas estas cuencas llevaran a una cruz, llena de odio, odio hacia sus padres, que nunca habían dejado de repetirle que ellos esperezaban un varón, siempre había creído que debido a eso, ella involuntariamente, por quererles dar el gusto, se había transformado en alguien tosco y agresivo.
Y ese odio creció al nacer Maura, tan bonita, tan frágil, tan femenina, sus padres también con ella habían deseado un varón, pero enseguida lo olvidaron al ver a una niña tan bonita, la absolvieron inmediatamente de esa carga, de esa culpa.
la indiferencia de sus padres hacia Magdalena, se hizo evidente, ya no le reprochaban la rudeza que Magdalena no sabia si ya era natural o auto-impuesta en ella, la dejaban que hiciera lo que quisiera, solo tenían ojos para Maura, y ella aunque en parte odiaba a esa pequeña criatura, también la amaba.
Pero ese amor no era de hermana, se fue dando cuenta al pasar los años, que ese amor que sentía por su hermana, no era cariño, ni fraternidad, era otra cosa, era sentir dolor cuando la veía hablar de sus novios, cuando era pequeña, era odiar que se riera o jugara con sus amigas, era quererla para ella sola, tenerla para sí, abrazarla, acariciarla, de hecho cuando Maura tenia miedo y se iba a acostar a su habitación, era cuando Magdalena más feliz era, inhalando sobre su nuca, el olor de la crema de enjuague en sus cabellos, era acariciarle lentamente el brazo con sus yemas, apoyar sus senos, sobre sus espalda, sentir que era la única que podía protegerla, y tenerla, que le pertenecía.
Cuando Maura fue creciendo, y su miedo desapareciendo, al igual que las noches donde iba a dormir a su cama, Magdalena sintió el vacío, mezclado con la bronca de verla cada día más linda, más mujer, más femenina, mientras ella se había desarrollado hacia años, para convertirse en una mujer fea, fofa, que lo más positivo que lograba generar era indiferencia.
Los pocos novios de verdad, no como los que solo nombraba así cuando era pequeña, apenas pisaron su casa, y solo cuando sus padres le insistían mucho en que se los presentará, ella era renuente, no solo a presentarlos, sino a pasar muchas horas allí, desde que había convertido en una adolescente, trataba de estar lejos de sus casa, se loa pasaba con sus amigas, y apenas volvía para comer y dormir.
Magdalena lloraba por la indiferencia de su hermana, y por lo que esta pudiera hacer con sus novios, pero su angustia creció cuando al año de entrar a la universidad, Maura volvió a su casa, para presentarles a Gabriel, en ese momento se dio cuenta que había perdido para siempre a su hermana, como se veían, como se tocaban, la complicidad evidente y absoluta que había entre ellos, hizo que su odio adquiriera la misma transparencia.
Desde ese día, Gabriel siempre que la veía, la llamaba cuñada, nunca Magdalena, y ella supo que ellos se casarían, que formarían una familia, que nunca volvería ver a su hermana sin la presencia de él.
Por días, semanas y meses, Magdalena se despertaba y se acostaba pensando en suicidarse, comía poco, y hablaba menos todavía, se encerraba en la pieza y daba vueltas en círculos, mientras lloraba en silencio, de bronca, dolor, resentimiento y odio.
Quería matar a Gabriel, desaparecerlo de la faz de la tierra, se odiaba por no tener la fuerza y el valor para concretar sus ideas.
Hasta que pasado un año, recibió la llamada de Maura, que desesperada, gritando y llorando, le decía que Gabriel había sufrido un paro cardíaco, muriendo al instante, tuvo que morderse los labios hasta sangrar, para no lanzar una carcajada, y logró llorar, pero de alegría, aunque como obviamente Maura no la veía, podía aparentar que ese llanto que oía, era de dolor.
Por eso ahora se sentía fuerte, porque la vida estaba lleno de imprevistos, y nada era seguro, el destino daba vueltas las cosas constantemente.
De qué se reirá la vieja hija de puta, igual disfruta de lo que sea que te haga reír, porque pronto, no vas a tener fuerzas ni para abrir la boca.
Volvieron a cruzar sus miradas, llenas de un profundo y vital odio.
Se pasaba todo el día en la cama, sin ganas siquiera de oír el televisor, ya que verlo le era imposible porque el dolor de cabeza se agudizaba.
Dormitaba un par de minutos, para que enseguida la despertaran los dolores, y descubriera su mejilla mojada por su propia saliva.
Isabel era su único alivio, la que la sostenía, y estaba allí para alcanzarle gua, la cuál casi siempre terminaba vomitando, e Isabel esta vez le alcanzaba el balde, siempre sabiendo cuando decir algo, y cuando ayudar en silencio, como cuando cambiaba la funda de la almohada, al notarla mojada por la saliva o el sudor.
Lo malo es que siempre al lado o cerca de Isabel, estaba Martín con una mueca cercana a la sonrisa en los labios, aunque donde más evidente se le hacia la satisfacción que notaba en él, era en sus ojos, el brillo que se veía en ellos, la última vez que notara ese brillo en los ojos de su sobrino, había sido antes de que Maura, se enfermara.
Magdalena se repetía en su cabeza una y otra vez, que tenia que luchar contra 2 canceres,y sentía que el 2 llamado Martín, era más fuerte que el primero.
Cuando fueron pasando los días, ese pensamiento, en vez de debilitarla, la fue fortaleciendo, toda su vida había sido un rosario de frustración, resentimiento, y angustia, y como si todas estas cuencas llevaran a una cruz, llena de odio, odio hacia sus padres, que nunca habían dejado de repetirle que ellos esperezaban un varón, siempre había creído que debido a eso, ella involuntariamente, por quererles dar el gusto, se había transformado en alguien tosco y agresivo.
Y ese odio creció al nacer Maura, tan bonita, tan frágil, tan femenina, sus padres también con ella habían deseado un varón, pero enseguida lo olvidaron al ver a una niña tan bonita, la absolvieron inmediatamente de esa carga, de esa culpa.
la indiferencia de sus padres hacia Magdalena, se hizo evidente, ya no le reprochaban la rudeza que Magdalena no sabia si ya era natural o auto-impuesta en ella, la dejaban que hiciera lo que quisiera, solo tenían ojos para Maura, y ella aunque en parte odiaba a esa pequeña criatura, también la amaba.
Pero ese amor no era de hermana, se fue dando cuenta al pasar los años, que ese amor que sentía por su hermana, no era cariño, ni fraternidad, era otra cosa, era sentir dolor cuando la veía hablar de sus novios, cuando era pequeña, era odiar que se riera o jugara con sus amigas, era quererla para ella sola, tenerla para sí, abrazarla, acariciarla, de hecho cuando Maura tenia miedo y se iba a acostar a su habitación, era cuando Magdalena más feliz era, inhalando sobre su nuca, el olor de la crema de enjuague en sus cabellos, era acariciarle lentamente el brazo con sus yemas, apoyar sus senos, sobre sus espalda, sentir que era la única que podía protegerla, y tenerla, que le pertenecía.
Cuando Maura fue creciendo, y su miedo desapareciendo, al igual que las noches donde iba a dormir a su cama, Magdalena sintió el vacío, mezclado con la bronca de verla cada día más linda, más mujer, más femenina, mientras ella se había desarrollado hacia años, para convertirse en una mujer fea, fofa, que lo más positivo que lograba generar era indiferencia.
Los pocos novios de verdad, no como los que solo nombraba así cuando era pequeña, apenas pisaron su casa, y solo cuando sus padres le insistían mucho en que se los presentará, ella era renuente, no solo a presentarlos, sino a pasar muchas horas allí, desde que había convertido en una adolescente, trataba de estar lejos de sus casa, se loa pasaba con sus amigas, y apenas volvía para comer y dormir.
Magdalena lloraba por la indiferencia de su hermana, y por lo que esta pudiera hacer con sus novios, pero su angustia creció cuando al año de entrar a la universidad, Maura volvió a su casa, para presentarles a Gabriel, en ese momento se dio cuenta que había perdido para siempre a su hermana, como se veían, como se tocaban, la complicidad evidente y absoluta que había entre ellos, hizo que su odio adquiriera la misma transparencia.
Desde ese día, Gabriel siempre que la veía, la llamaba cuñada, nunca Magdalena, y ella supo que ellos se casarían, que formarían una familia, que nunca volvería ver a su hermana sin la presencia de él.
Por días, semanas y meses, Magdalena se despertaba y se acostaba pensando en suicidarse, comía poco, y hablaba menos todavía, se encerraba en la pieza y daba vueltas en círculos, mientras lloraba en silencio, de bronca, dolor, resentimiento y odio.
Quería matar a Gabriel, desaparecerlo de la faz de la tierra, se odiaba por no tener la fuerza y el valor para concretar sus ideas.
Hasta que pasado un año, recibió la llamada de Maura, que desesperada, gritando y llorando, le decía que Gabriel había sufrido un paro cardíaco, muriendo al instante, tuvo que morderse los labios hasta sangrar, para no lanzar una carcajada, y logró llorar, pero de alegría, aunque como obviamente Maura no la veía, podía aparentar que ese llanto que oía, era de dolor.
Por eso ahora se sentía fuerte, porque la vida estaba lleno de imprevistos, y nada era seguro, el destino daba vueltas las cosas constantemente.
De qué se reirá la vieja hija de puta, igual disfruta de lo que sea que te haga reír, porque pronto, no vas a tener fuerzas ni para abrir la boca.
Volvieron a cruzar sus miradas, llenas de un profundo y vital odio.
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