Era peor que ver a una calavera, ya que la piel que la cubría, parecía más un trapo raído, que epidermis.
Magdalena había pasado horas mal durmiendo, después de tomar las pastillas.
Cuando su mirada se cruzó con la de Martín y percibió la profunda satisfacción que había en sus ojos, le pidió a Isabel que le pasara los anteojos de sol, que tenia en el primer cajón de la mesa de luz.
El día estaba frió, pero el sol de la primera tarde, calentaba lo suficiente, además no había viendo, Magdalena contempló los pastos yermos y las ramas peladas de los arboles, le recordaban a cada momento su propio cuerpo.
A pesar de tener un pañuelo sobre la cabeza, sentía frío, recordó cuando se hacia la trenza bien tirante sobre su pelo azabache, pero ahora estaba pelada, y la cotidianidad perdida de cepillarlo, o pasarse el pelo detrás de la oreja, además del grotesco visual, era demasiado chocante.
No había querido llevar peluca, o que le hicieran una con su propio pelo, de lo último se arrepentía, extrañaba esa parte de ella.
Isabel le trajo una taza de té, que Magdalena enseguida agarro con ambas manos, para calentarse las palmas, al beberlo un profundo y reconfortante calor, invadió su cuello, pecho y espalda.
Luego de beber el té, Magdalena regresó a la casa ayudada por Isabel.
Más tarde, trató de cenar, pero lo poco que alcanzo a tragar, lo vomito a los pocos minutos, se tomó sus calmantes y se durmió hasta que sintió que sus rodillas y muslos eran mojados, se despertó y vio a Martín parado sobre la cama, orinando sobre ella.
Desde que Magdalena se durmiera, había tratado de orinar, varias veces se había parado abierto de piernas sobre el cuerpo de su tía, pero el chorro no salía, se amedrentaba a último minuto, por eso decidió tomar agua hasta más no poder, a la hora sintió unas ganas incontenibles de orinar, cosa que hizo rápidamente, sobre las piernas de Magdalena.
Hubiera querido patearlo, pero sabia que sus piernas no tenian la fuerza suficiente, por lo que alcanzo a manotear el vaso que tenia sobre la mesa de luz, y tirarlo contra la cabeza de Martín, este que estaba extasiado mientras orinaba, no siquiera vio el vaso, que dio contra su parpado derecho, la sorpresa del golpe hizo que se tambaleara y su nuca diera contra la puerta del ropero.
-Sorete, de esto se va a enterar Isabel.
Martín con la mano derecha se frotaba el parpado y con la izquierda la nuca.
-Ah dale, contale también por qué te odio, hija de puta.
-A ella le importan un carajo los resentimientos de un pendejo maricón y resentido como vos, es una enfermera, y yo soy la enferma.
-Qué veleta qué sos, ¡no que no pensabas decir nada?
-Vos estás trastornado, en cualquier momento sos capaz de hundirme una almohada en la cabeza.
-Buena idea, con lo fuerte qué son las pastillas que tomas, nadie se dudaría que en una de esas te murieras.
-Okey, dale, agarra la almohada y matame, porque mañana si no, voy a hacer que te metan a la cárcel.
-Pobre, las pastillas te hacen delirar, acá no paso nada.
Martín con cierto esfuerzo la levantó, la puso sobre la cómoda, mientras cambiaba las sabanas orinadas, luego la desvistió rápido, Magdalena se puso rosa, más no roja, ya que su palidez no se lo permitía, igual Martín esa vez no tenia tiempo para regocijarse, por lo que enseguida buscó sobre los cajones del ropero, hasta dar con otro camisón.
Al día siguiente le contó a Isabel, que su tía se había orinado encima, y él había tenido qué cambiarla.
Magdalena había pasado horas mal durmiendo, después de tomar las pastillas.
Cuando su mirada se cruzó con la de Martín y percibió la profunda satisfacción que había en sus ojos, le pidió a Isabel que le pasara los anteojos de sol, que tenia en el primer cajón de la mesa de luz.
El día estaba frió, pero el sol de la primera tarde, calentaba lo suficiente, además no había viendo, Magdalena contempló los pastos yermos y las ramas peladas de los arboles, le recordaban a cada momento su propio cuerpo.
A pesar de tener un pañuelo sobre la cabeza, sentía frío, recordó cuando se hacia la trenza bien tirante sobre su pelo azabache, pero ahora estaba pelada, y la cotidianidad perdida de cepillarlo, o pasarse el pelo detrás de la oreja, además del grotesco visual, era demasiado chocante.
No había querido llevar peluca, o que le hicieran una con su propio pelo, de lo último se arrepentía, extrañaba esa parte de ella.
Isabel le trajo una taza de té, que Magdalena enseguida agarro con ambas manos, para calentarse las palmas, al beberlo un profundo y reconfortante calor, invadió su cuello, pecho y espalda.
Luego de beber el té, Magdalena regresó a la casa ayudada por Isabel.
Más tarde, trató de cenar, pero lo poco que alcanzo a tragar, lo vomito a los pocos minutos, se tomó sus calmantes y se durmió hasta que sintió que sus rodillas y muslos eran mojados, se despertó y vio a Martín parado sobre la cama, orinando sobre ella.
Desde que Magdalena se durmiera, había tratado de orinar, varias veces se había parado abierto de piernas sobre el cuerpo de su tía, pero el chorro no salía, se amedrentaba a último minuto, por eso decidió tomar agua hasta más no poder, a la hora sintió unas ganas incontenibles de orinar, cosa que hizo rápidamente, sobre las piernas de Magdalena.
Hubiera querido patearlo, pero sabia que sus piernas no tenian la fuerza suficiente, por lo que alcanzo a manotear el vaso que tenia sobre la mesa de luz, y tirarlo contra la cabeza de Martín, este que estaba extasiado mientras orinaba, no siquiera vio el vaso, que dio contra su parpado derecho, la sorpresa del golpe hizo que se tambaleara y su nuca diera contra la puerta del ropero.
-Sorete, de esto se va a enterar Isabel.
Martín con la mano derecha se frotaba el parpado y con la izquierda la nuca.
-Ah dale, contale también por qué te odio, hija de puta.
-A ella le importan un carajo los resentimientos de un pendejo maricón y resentido como vos, es una enfermera, y yo soy la enferma.
-Qué veleta qué sos, ¡no que no pensabas decir nada?
-Vos estás trastornado, en cualquier momento sos capaz de hundirme una almohada en la cabeza.
-Buena idea, con lo fuerte qué son las pastillas que tomas, nadie se dudaría que en una de esas te murieras.
-Okey, dale, agarra la almohada y matame, porque mañana si no, voy a hacer que te metan a la cárcel.
-Pobre, las pastillas te hacen delirar, acá no paso nada.
Martín con cierto esfuerzo la levantó, la puso sobre la cómoda, mientras cambiaba las sabanas orinadas, luego la desvistió rápido, Magdalena se puso rosa, más no roja, ya que su palidez no se lo permitía, igual Martín esa vez no tenia tiempo para regocijarse, por lo que enseguida buscó sobre los cajones del ropero, hasta dar con otro camisón.
Al día siguiente le contó a Isabel, que su tía se había orinado encima, y él había tenido qué cambiarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario