Al llegar del colegio, Magdalena le dio un fuerte golpe con la cachiporra cruzándole la cara y dejándolo medio inconsciente, lo arrastro de los pelos hasta el baño, abrió las 2 canillas, había apagado el termotante y el agua llegaba casi a congelarle las manos, eran finales de junio y la provincia estaba atravesando una ola polar.
Martín apenas recuperado del golpe, igual seguía medio inconsciente, pero esta vez por el frío.
Al hablar no la miro, no quería enfrentarse cara a cara con ella, en su situación, golpeado, atolondrado y trémulo.
-¿Por qué?
Dijo, queriendo gritar, pero sin la fuerza para hacerlo, por lo que apenas sonó como un quejido.
-Por esto.
Magdalena después de decir esas 2 palabras, puso el aterciopelado saco azul de su uniforme, frente a sus ojos, casi rozando la nariz de Martín.
Al ver la mancha de café en la prenda, Martín recordó que al llevar la taza desde la mesada hasta la mesa, se le debía haber caído un poquito sobre la chaqueta, aunque en el momento no lo había notado, porque estaba nervioso por la prueba que tendría en la primera clase.
-No lo hice a propósito.
-Qué mierda me importa, 20 años llevando el uniforme impecable, y hoy con grados bajo cero, tuve que irme sin el saco.
Pero bueno, ya está, ahora espera acá que te voy a traer una toalla, y después de cambiarte anda al comedor, te voy a preparar un café y unas tostadas, es todo lo que vas a comer, ya que la plata de la comida, y la cena, la voy a usar para llevar el saco a la tintorería.
Martín después de tomar el té y comer las tostadas se encerró en su habitación.
Magdalena tampoco comió, ni siquiera se sentó, daba vueltas con el saco en la mano, esperando que se hicieran las 4 de la tarde, hora en la que abría la tintorería.
Pendejo de mierda, para él es solo un saco, qué sabe lo que significa para mí el uniforme.
Disfrutaba todo lo que tenia que ver con su trabajo, siempre había querido tener algo que ver con la policía, aunque no sabía el área en qué quería hacerlo.
Por un tiempo quiso ser guardia-cárcel, pero su madre la disuadió.
-Déjate de joder, es un lugar peligroso, mira si en un motín te toman de rehén o si alguna presa se enoja con vos por cualquier cosa, y después se le ocurre matarte, no, ni se te ocurra.
Magdalena reflexionó, y a regañadientes le dio la razón a su madre, aunque eso le frustrará su fantasía apenas aceptada por sí misma, de tener el poder y la autoridad sobre varias mujeres, de poder observarlas en todo momento, de que se supieran vigiladas y no pudieran hacer nada para evitarlo.
Su padre nunca estuvo de acuerdo con que se hiciera policía, consideraba que toda mujer que se dedicará a eso era una lesbiana o una puta, por lo que ambos trataban de evitar el tema, y su padre siempre que la veía con el uniforme, se irritaba y apenas lograba callar el asco y el rechazo que le causaba.
Aunque cuando se graduó, viviendo como lo hacia en una ciudad chica, el trabajo era aburrido y monótono, además que se asemejaba más al de una secretaria, pasar a maquina declaraciones de victimas de accidentes, o algún que otro robo muy de vez en cuando, y también de los responsables tanto de los accidentes como de los robos, poco más hacia, aunque eso no era lo que más la irritaba, sino cuando por ser la única mujer en la comisaria, la mandaban a calentar el agua, preparar el mate, o el café, ir a buscar las facturas o galletitas, y a veces hasta ayudar a la señora que iba a limpiar.
Después de 1 año en esto, decidió cambiarse al área vial, allí conoció a Sonia otra agente, y ambas se hicieron buenas compañeras, eran parecidas tanto exterior como interiormente, aunque Magdalena siempre hacia oídos sordos a las insinuaciones veladas de Sonia.
También disfrutó de la autoridad qué siempre anhelará, vivía repartiendo multas y no dejaba pasar ninguna infracción, y se había convertido en lo único que la satisfacía de su vida.
Así que para ella esa mancha, era un símbolo de que se había metido con lo más preciado de quien ella era.
Martín apenas recuperado del golpe, igual seguía medio inconsciente, pero esta vez por el frío.
Al hablar no la miro, no quería enfrentarse cara a cara con ella, en su situación, golpeado, atolondrado y trémulo.
-¿Por qué?
Dijo, queriendo gritar, pero sin la fuerza para hacerlo, por lo que apenas sonó como un quejido.
-Por esto.
Magdalena después de decir esas 2 palabras, puso el aterciopelado saco azul de su uniforme, frente a sus ojos, casi rozando la nariz de Martín.
Al ver la mancha de café en la prenda, Martín recordó que al llevar la taza desde la mesada hasta la mesa, se le debía haber caído un poquito sobre la chaqueta, aunque en el momento no lo había notado, porque estaba nervioso por la prueba que tendría en la primera clase.
-No lo hice a propósito.
-Qué mierda me importa, 20 años llevando el uniforme impecable, y hoy con grados bajo cero, tuve que irme sin el saco.
Pero bueno, ya está, ahora espera acá que te voy a traer una toalla, y después de cambiarte anda al comedor, te voy a preparar un café y unas tostadas, es todo lo que vas a comer, ya que la plata de la comida, y la cena, la voy a usar para llevar el saco a la tintorería.
Martín después de tomar el té y comer las tostadas se encerró en su habitación.
Magdalena tampoco comió, ni siquiera se sentó, daba vueltas con el saco en la mano, esperando que se hicieran las 4 de la tarde, hora en la que abría la tintorería.
Pendejo de mierda, para él es solo un saco, qué sabe lo que significa para mí el uniforme.
Disfrutaba todo lo que tenia que ver con su trabajo, siempre había querido tener algo que ver con la policía, aunque no sabía el área en qué quería hacerlo.
Por un tiempo quiso ser guardia-cárcel, pero su madre la disuadió.
-Déjate de joder, es un lugar peligroso, mira si en un motín te toman de rehén o si alguna presa se enoja con vos por cualquier cosa, y después se le ocurre matarte, no, ni se te ocurra.
Magdalena reflexionó, y a regañadientes le dio la razón a su madre, aunque eso le frustrará su fantasía apenas aceptada por sí misma, de tener el poder y la autoridad sobre varias mujeres, de poder observarlas en todo momento, de que se supieran vigiladas y no pudieran hacer nada para evitarlo.
Su padre nunca estuvo de acuerdo con que se hiciera policía, consideraba que toda mujer que se dedicará a eso era una lesbiana o una puta, por lo que ambos trataban de evitar el tema, y su padre siempre que la veía con el uniforme, se irritaba y apenas lograba callar el asco y el rechazo que le causaba.
Aunque cuando se graduó, viviendo como lo hacia en una ciudad chica, el trabajo era aburrido y monótono, además que se asemejaba más al de una secretaria, pasar a maquina declaraciones de victimas de accidentes, o algún que otro robo muy de vez en cuando, y también de los responsables tanto de los accidentes como de los robos, poco más hacia, aunque eso no era lo que más la irritaba, sino cuando por ser la única mujer en la comisaria, la mandaban a calentar el agua, preparar el mate, o el café, ir a buscar las facturas o galletitas, y a veces hasta ayudar a la señora que iba a limpiar.
Después de 1 año en esto, decidió cambiarse al área vial, allí conoció a Sonia otra agente, y ambas se hicieron buenas compañeras, eran parecidas tanto exterior como interiormente, aunque Magdalena siempre hacia oídos sordos a las insinuaciones veladas de Sonia.
También disfrutó de la autoridad qué siempre anhelará, vivía repartiendo multas y no dejaba pasar ninguna infracción, y se había convertido en lo único que la satisfacía de su vida.
Así que para ella esa mancha, era un símbolo de que se había metido con lo más preciado de quien ella era.
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