sábado, 20 de abril de 2019

Los rumbos /22)

Como lo veía 2 o 3 veces a la semana no se daba cuenta enseguida, pero al intentar levantarlo cada vez se le hacia más pesado, o cuando se acercaba a abrazarlo ya su cabeza le llegaba al ombligo.
Qué rápido pasa el tiempo, ya sabe hablar, caminar, comer, ir al baño solo, ducharse. 
Y siguió enumerando en su cabeza, como cuando le dijo:
-Ya sé contar hasta diez, abuela.
Y empezó a enumerar con sus deditos, que igual ya eran mucho más grandes que las miniaturas que rozara la primera vez que lo tuvo en brazos.
Se sentía rara, también porque ahora el chico era mucho más independiente y disfrutaba más estar frente al celular que con ella. Le dolía su indiferencia, y no le molestó cuando Florencia le dijo, sinceramente avergonzada que Benjamín no quería ir.
-No te preocupes, es la edad.
Más que la ausencia de Benjamín, le molestaba que volvieran a ocupar su cabeza los recuerdos de sus hermanas, odiaba pensarlas como si fueran una sola y asociarlas con la tragedia idiota que les había provocado la muerte. 
Dio vueltas por la pieza, y decidió regalar toda la ropa que no usaba.
Ah por ahí me entretengo con eso.
Miró la ropa, hizo 2 montones entre la que no usaba pero estaba en buen estado o podía estarlo si la remendaba o le ponía algún botón y la que estaba muy gastada o rota.
Recordó a su madre,  todas las había obligado a que aprendieran a coser botones, surcir, hacer dobladillos o bocamangas.
Los recuerdos que tenia sobre su mama siempre involucraban hilos, tijeras, agujas, retazos, y ella con sus hermanas a su alrededor.
Se emocionó de sentir por primera vez en años un recuerdo de su familia que no estuviera manchado por la tragedia.
Cerró la caja con la ropa inservible y la ató con un hilo. 


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