sábado, 5 de enero de 2019

Los rumbos /7)

Lo miraba y solo le despertaba rechazo, un rechazo intimo, era como ver una parte del cuerpo que no le gustaba, así lo sentía, una extensión de si misma. Otra cosa un hijo no es, pensó, y siguió preparando la comida mientras el hijo jugaba a algo en el celular, Liliana no tenia ni idea de qué, ni quería saber, consideraba a todos esos juegos un desperdicio alineante. Pero bueno, este ni naciendo hace 80 años hubiera servido para algo, en vez de andar con esos jueguitos de meirda, andaría con una radio pegada., escuchando partidos o si no en el cine, porque pavos siempre hubo. Este es como 2 de mis tíos, Enrique y Roberto, qué pelotudos que eran, pero como antes se tenían 200 hijos, si no estabas meada por los dinosaurios, la mayoría te salía más o menos bien, y un par buenos, los que se quedaban dando vueltas se podían poner a darle de comer a las gallinas o acá en la ciudad no sé, repartir algo, inventarle un trabajo. Era otra cosa, no sé, las mujeres se pasarían pariendo, pero por lo menos llegaba algún momentos en que hasta los más pelotudos despertaban y a los tumbos se hacían responsables, pero ahora, yo tuve este, y ya llevó casi 40 años criándolo, y encima el pelotudo se pone a tener un hijo con esa tilinga de mierda, y ese chico qué puede salir pobrecito, con los padres que tuvo, hubiera sido mejor que no naciera. 
Terminó de plancharse el delantal, y apago la plancha, odiaba ocuparse de las cosas de la casa, porque siempre se ponía a lamentarse de su vida, pero como ninguna de las mujeres que había puesto para las cosas de la casa le gustaban, lo hacia ella.
-Vos si no te quejas, no podes estar.
Siempre le decía lo mismo su hijo, y era posible que tuviera razón, pensaba, también que de forma inconsciente lo hubiera criado para que terminarán siendo ese inútil, inservible, parásito, que cada vez soportaba menos ver. 

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