Peló y cortó las papas de forma rápida y mecánica, sacó la sartén del bajo lacena, la puso sobre la cocina, vertió el aceite, prendió la hornalla y la puso en fuego moderado. Después de echar las papas, se secó las manos con un repasador que olía feo, Liliana hizo una mueca y buscó el alcohol, en gel que tenia en el aparador.
Sabía que era inútil quitarse el olor, ya que igual el aceite frito dejaría el departamento impregnado de olor por horas, tendría que abrir todo, lavar el piso, echar desodorante de ambiente para que desapareciera, y para nada, porque mañana su hijo le pediría otra comida frita, siempre frito. Comía mal, estaba gordo, pero ya le había hecho comentarios sobre eso y solo conseguía una mirada irritada o un amargo suspiro., Por eso ya no le decía nada, y se alegraba cuando le decía que ya había comido. Estaba harta de prepararle la cena, y de su presencia, aunque no sabia si quería vivir sola, no, no quería, necesitaba alguien en la casa, aunque fuera su hijo, sucio, atenido, pero por lo menos con un trabajo estable. Le dejó la comida en la mesa y se fue a limpiar la cocina, no soportaba verlo comer con la boca abierta, nunca lo había podido acostumbrar a que la cerrar o que no se los labios con el revés de la mano.
Mientras limpiaba sintió las puntadas de la artritis, cada vez eran más fuertes los dolores, suspiró frustrada y siguió refregando.
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