Todos estaban en sus jaulas, donde se sentían seguros, o menos peor que afuera, se encerraban en sus creencias, valores, pensamientos, recuerdos, a veces salían, buscaban distracciones, intentaban ver más allá, pocas veces conseguían algo que los motivara a no volver a la jaula, en general fracasaban cuando más tiempo pasaban fuera de ella, pero dentro se frustraban y tenían que intentar algo para que la jaula no lo fuera, y la llenaban de fantasmas, hechos de recuerdos, anhelos, sueños, esperanzas y fantasías, otras de personas que habían perdido su jaula, aunque encerrarse en la ajena tenía sus consecuencias, pero siempre había quien estuviera dispuesto a pagarlas por compartir una.
Marcos miró lo que había escrito y se le formó una sonrisa irónica, rompió el papel en varios pedazos, y se lo guardó en el bolsillo, lo olvidó hasta regresar a su casa, donde colocó los trozos sobre la parrilla que tenía afuera, casi nueva ya que no le gustaba asar, ni tampoco comer asado o reunirse con gente a comerlo, no se acordaba de la última vez que alguien la encendiera, decidió hacerlo para quemar los papeles, aunque consideraba que era una estupidez gastar un par de troncos en un papel, pero quería ver la leña arder, oír crepitar la madera, ver los diferentes colores que se formaban mientras la llama la devoraba, sentirla crepitar, y eso hizo. Con ella le pareció exorcizar una parte de él, quizás momentáneamente, no sabía, ni quería saber, no le interesaba más que ver el fuego, ver la leña deshaciéndose. Pensó que eso era la vida, unos pocos instantes de fuego, de rojo, azul, amarillo, ardiendo, y luego la nada, las cenizas grises, por eso él había tratado de trascender.
Pensó que tal vez no había solo un fuego en la vida, sino varios, dependiendo de cada uno, de la intensidad y calidad de la madera, pero que la suya ya estaba podrida y no servía ni para leña.
Miró las cenizas, las garró con sus manos y las esparció por el césped.
Marcos miró lo que había escrito y se le formó una sonrisa irónica, rompió el papel en varios pedazos, y se lo guardó en el bolsillo, lo olvidó hasta regresar a su casa, donde colocó los trozos sobre la parrilla que tenía afuera, casi nueva ya que no le gustaba asar, ni tampoco comer asado o reunirse con gente a comerlo, no se acordaba de la última vez que alguien la encendiera, decidió hacerlo para quemar los papeles, aunque consideraba que era una estupidez gastar un par de troncos en un papel, pero quería ver la leña arder, oír crepitar la madera, ver los diferentes colores que se formaban mientras la llama la devoraba, sentirla crepitar, y eso hizo. Con ella le pareció exorcizar una parte de él, quizás momentáneamente, no sabía, ni quería saber, no le interesaba más que ver el fuego, ver la leña deshaciéndose. Pensó que eso era la vida, unos pocos instantes de fuego, de rojo, azul, amarillo, ardiendo, y luego la nada, las cenizas grises, por eso él había tratado de trascender.
Pensó que tal vez no había solo un fuego en la vida, sino varios, dependiendo de cada uno, de la intensidad y calidad de la madera, pero que la suya ya estaba podrida y no servía ni para leña.
Miró las cenizas, las garró con sus manos y las esparció por el césped.
No hay comentarios:
Publicar un comentario