sábado, 4 de agosto de 2018

Encrucijadas de la vida /49)

Miró por la mirilla quien había tocado el timbre.
Qué hace ésta acá.
Miró su departamento, no estaba sucio porque la costumbre de décadas de lavar lo que ensuciaba después de usarlo, hacía que no tuviera ninguna taza, plato o cubierto sucio o fuera de lugar, el piso estaba barrido, pero notó pro primera vez el olor a humedad, buscó en el bajo mesada el desodorante de ambiente, echó medio pomo y luego abrió la ventana.
Abrió la puerta.
-Claudia...
No sabía qué más decir, no entendía qué hacía ahí, seguro había ido a dar el pésame atrasado, calculó que debió estar trabajando cuando fue el velorio, y venía ahora, pero no entendía muy bien por qué, habían hablado solo un par de veces, y tampoco lo consideraba necesario, además no tenía ganas de escuchar de vuelta palabras condescendientes, ni tampoco hablar.
-Hola Jorge...quería hablar con vos...de...
-Sofía, mira Claudia, eh si venís a darme el pésame te lo agradezco de verdad, pero no tengo ganas de hablar con nadie, no quiero ser desagradable, seguro venís con la mejor, pero no puedo, perdona.
-No, no es eso, yo...atendí a Sofía.
Jorge le indicó que pasará y también sin abrir la boca, solo con un movimiento de cabeza le indicó que se sentará.
Claudia lo hizo, juntando las rodillas, cerrando sus manos, hasta formar 2 puños con ellos y colocarlos sobre sus muslos.
-Vos fuiste la que...
-Yo era la doctora de guardia cuando la violaron.
-¿Para qué viniste Claudia? ¿A mí de qué me sirve saber esto? me hace mierda, te sentís culpable, anda a un psicólogo, qué querés que te pregunte como estaba, por qué no me lo contó, yo no sé por qué no lo hizo, nunca lo voy  saber, y no creo que vos lo sepas, no sé a qué viniste.
-Yo tampoco, pero pensé que tenías que saberlo.
-No sé para qué, para terminar de hacerme mierda. Pero bueno, si querés habla, contame todo.
A qué vine, pelotuda que soy, qué mierda hago acá.
No entendía por qué estaba ahí, hacía días que se sentía culpable, pero estar ahí, qué le podía decir a su padre, no le ofrecía ningún consuelo, no le podía decir que Sofía lo hubiera mencionado, ésta ni siquiera sabía que ella vivía enfrente de la casa de sus padres, y Claudia en ese momento tampoco, se enteró luego cuando le fue a decir algo a la enfermera y ésta le susurró quien era, aunque tampoco al saberlo dijo nada, no quería predisponerla. Eso era lo que la hacía sentirse culpable, no haberle dicho que hablara con sus padres, igual Sofía solo la hubiera puteado, pero ella podría estar ahora tranquila por intentarlo. Eso era lo que buscaba, tener la consciencia tranquila, sacarse de encima la culpa, que Jorge la perdonara.
Se le murió la hija y yo queriendo que lave mis culpas, no puedo ser tan mierda.
-Nada, perdona.
Se levantó, Jorge no sabía si quería escuchar lo que Claudia podía contarle, el saber como estaba su hija en ese momento, sentía que era regodearse en el dolor, en algo que solo le provocaría una angustia inútil, dolorosa, asfixiante, saber que Sofía en ese momento estaba hecha mierda y ni siquiera pensó en contarle a sus padres, en pedir su apoyo, en refugiarse en ellos, aunque en el fondo tampoco hubiese querido eso, estaba seguro que si su hija hubiese hecho eso, el resultado sería le mismo, una muerte diferente, quizás no tan certera, sino lentamente, con días en los que creyera que podía olvidar, que podía recuperarse, con él diciéndole palabras dulces, contenedoras pero en el fondo fastidiado, aburrido, recriminándole internamente el que fuera así, sintiendo que tenía la culpa de lo que le había pasado, estando ahí con ella por obligación, pero no por convicción, ni en el fondo por amor, él quería a la niña que alguna vez había sido, no a la adolescente rebelde, con esa solo era condescendiente porque jodía a Laura, era una forma de que ella se sintiera mal, frustrada, y aunque él también y más todavía porque siempre había tenido más expectativas con ella que su mujer, el saber que a ésta le molestaba la forma de ser de su hija, representaba un secreto placer, casi irreconocible hasta para él mismo, recién ahora podía afrontarlo, aceptarlo.
Si, la hija había sido su caballito de batalla, y el de Laura, Benjamín, ambos terminaron desprendiéndose de sus jinetes y pateándolos en la cabeza, tal vez con justicia.
Mientras reflexionaba vio que Laura se iba, cerró la puerta luego de que saliera.



No hay comentarios:

Publicar un comentario