Era adicta a las novelas de suspenso-romántico, tenia una habitación, repleta de ellas, hacia más de 30 años qué leía novelas de ese género, y calculaba que ya debía de andar por las 2500.
En sus días amargos, se cuestionaba por qué leía esas historias, que en el fondo eran todas iguales, aunque transcurrieran en diferentes ciudades de Estados Unidos, todas trataban de una hermosa mujer, nunca mayor de 36, profesional, en general blanca, que se veía inmersa en una serie de truculencias, y que gracias a un detective privado, policía, o compañero de trabajo, lograba zafarse y ser feliz.
Sabia qué nunca las dejaría de leer, se proyectaba en ellas, le mostraban un mundo de fantasía, que la alejaba por unas horas de su realidad, la cuál cada vez le pesaba más, los años la habían vuelto una persona cerrada, que parecía mucho mayor de lo que era, de hecho en los últimos años, su madre, se alegraba con una sonrisa socarrona, le decía que a veces al verlas en las calle, las confundían con que en vez de ser madre e hija, eran hermanas.
Le irritaba cada vez que lo mencionaba, por eso Estela, su madre, no dejaba de hacerlo, lo peor para Mirtha, es que era verdad, ella siempre se había parecido mucho a su madre, y al pasar los años, ésta había envejecido mucho menos de lo esperado, como si hubiera hecho un pacto, donde los achaques de los años, cayeran sobre su hija, además de que la actitud de ambas, acrecentaba la diferencia, su mamá era una persona vital, que hasta los 80 años, cuando murió, había atendido la panadería, ella ni bien su madre falleciera, se la había alquilado a sus empleados, que pasaron a hacerse cargo de la misma.
Igual la muerte de Estela, la había afectado más de lo que creía, el no tener con quién hablar, hacia que se acrecentará su angustia, por lo que decidió hacerse dama de compañía, al cabo que en el fondo, se sentía una anciana más.
En sus días amargos, se cuestionaba por qué leía esas historias, que en el fondo eran todas iguales, aunque transcurrieran en diferentes ciudades de Estados Unidos, todas trataban de una hermosa mujer, nunca mayor de 36, profesional, en general blanca, que se veía inmersa en una serie de truculencias, y que gracias a un detective privado, policía, o compañero de trabajo, lograba zafarse y ser feliz.
Sabia qué nunca las dejaría de leer, se proyectaba en ellas, le mostraban un mundo de fantasía, que la alejaba por unas horas de su realidad, la cuál cada vez le pesaba más, los años la habían vuelto una persona cerrada, que parecía mucho mayor de lo que era, de hecho en los últimos años, su madre, se alegraba con una sonrisa socarrona, le decía que a veces al verlas en las calle, las confundían con que en vez de ser madre e hija, eran hermanas.
Le irritaba cada vez que lo mencionaba, por eso Estela, su madre, no dejaba de hacerlo, lo peor para Mirtha, es que era verdad, ella siempre se había parecido mucho a su madre, y al pasar los años, ésta había envejecido mucho menos de lo esperado, como si hubiera hecho un pacto, donde los achaques de los años, cayeran sobre su hija, además de que la actitud de ambas, acrecentaba la diferencia, su mamá era una persona vital, que hasta los 80 años, cuando murió, había atendido la panadería, ella ni bien su madre falleciera, se la había alquilado a sus empleados, que pasaron a hacerse cargo de la misma.
Igual la muerte de Estela, la había afectado más de lo que creía, el no tener con quién hablar, hacia que se acrecentará su angustia, por lo que decidió hacerse dama de compañía, al cabo que en el fondo, se sentía una anciana más.
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